Por André Jouffé
Mientras la comunidad judía chilena solo asume sus violaciones, heridos, rehenes y muertos en Israel, en el territorio de los sucesos la realidad es otra.
A su manera han importado métodos hitlerianos para un cuasi genocidio-es cierto que no se trata de un genocidio propiamente tal, pero sí de una tortura masiva y asesinato sin límites, de un pueblo.
Siendo la Mossad, según se aprecian, como el servicio de inteligencia mejor del mundo junto con el cubano, ya CIA, la KGB y antes la Stassi, es absolutamente ridículo el padecimiento al que someten a miles de palestinos conscientes que los líderes que buscan hace tiempo están fuera de la Franja de Gaza. Los suicidas son los soldados, no los jefes. En consecuencia es de perversión del régimen de Benjamín Netanyahu, incentivar la masacre.
No sólo casi boicot en Eurovisión por la participación israelí, sino protestas masivas en universidades de todo el mundo, corte de convenios, fondos, las mismas relaciones internacionales-por ahora Colombia-, todo un infierno que vuelve el antisemitismo como en sus peores épocas.
Judíos liberales realizan marchas de protesta en Israel que son rápidamente disueltas y su difusión censurada.
Cierto que la ciudadanía no distingue entre sionismo y judaísmo. Cuando éstas dos salsas se juntan, constituyen un interés imperialista.
Como descendiente de judío, siento una rabia, más que vergüenza, por la sangre fría de cabezas calientes.
Y nunca olvidar que hace 32 años, entre el 15 y 18 de septiembre del año 1982 mientras Chile estaba entre huifa y cueca, ocurrió la masacre de Sabra y Shatilla, cuando fuerzas cristianas libanesas dirigidas por Bechir Gemayel, arrasaron con estas dos ciudades-refugio palestinos allegados al El Líbano asesinando a indefensos hombres mujeres y niños a diestra y siniestra.
Gemayel, asesinado poco después cuando ya había sido elegido presidente, actuó fortalecido con el apoyo de tropas y armas del Ministro de Defensa israelí, Ariel Sharon ex comandante de la brigada independista Alexandroni.
Algo hubo de justicia, Gemayel murió en su misma salsa en un baño de sangre; lo reemplazo sin elecciones de por medio su hermano menor Amin Gemayel.
Una semana después, recorrí ambos lugares con periodistas australianos e ingleses. Nada, ni siquiera una muralla en pie.
Hubo más de 500 muertos reuniendo adultos de ambos sexos y niños.