Por Fernando Curiqueo
Preámbulo
Hace un año atrás, en marzo de 2021, fue publicada Tomás Nevinson, la novela del escritor español Javier Marías.
Luego de leer varias páginas de este ´mamotreto` de seiscientas ochenta y ocho páginas, estuve a punto de dejarlo. Es que a medida que lo leía yo sentía que el autor, como se dice, no entraba en materia. Agréguese a eso que poco tiempo antes de que la novela de Marías cayera en mis manos, yo había escuchado por segunda o tercera vez una entrevista que Fernando Villagrán le hiciera a Roberto Bolaño, en la que éste le comenta: “Yo si me pusiera a escribir sin plan previo cada novela mía podría tener mil páginas, pero fácilmente”. Y esta opinión rondaba en mi cabeza a medida que avanzaba en la lectura. Por lo demás, no es infrecuente toparse con obras voluminosas pero de poco interés. Sospeché que Tomás Nevinson entraba en esta categoría. Pero no, Tomás Nevinson es una muy buena novela.
El título de un libro es a veces una suerte de anzuelo para atrapar al potencial lector. También el título de una obra literaria puede alejarlo. Sin ir más lejos, Agustín Squella cuenta en un artículo suyo de hace un par de meses atrás que le hizo momentáneamente “el quite” al ensayo El infinito en un Junco, de Irene Vallejo, porque le extrañó eso de “infinito” y más encima “en un junco”.
El título de la novela de Javier Marías es escueto. Se debe a que lo central de la obra es el perfil psicológico de Tomás Nevinson, el protagonista, que Marías va develando a medida que avanza la trama. Uno no puede dejar de evocar a Fiódor Dostoievski desplegando el de Raskólnikov, en Crimen y Castigo. Pero Tomás Nevinson no es un símil de Rodión Románovich Raskólnikov.
En Tomás Nevinson, Marías expone y se manifiesta sobre asuntos que tuvieron lugar no hace tanto tiempo en España, luego del fin de la dictadura franquista, como es el caso de la relación del Gobierno de Felipe González con los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), en lo que se conoce como la guerra sucia contra la ETA.
Este tema está extensamente abordado en una reciente entrevista que el periodista español Antonio Rubio concediera a Marcos Pinheiro. Rubio ha indagado durante treinta y ocho años en la actividad de los GAL en los años ochenta del siglo pasado.
Antonio Rubio es actualmente presidente de la Asociación de Periodistas Investigación, en España.
La trama de Tomás Nevinson
La trama está contada en primera persona. Tomás Nevinson es un ex agente que había trabajado para los servicios de inteligencia de Gran Bretaña. Luego de retirarse pasa a desempeñarse como funcionario en la embajada de aquélla en Madrid. A comienzos de enero de 1997 tiene un encuentro en la capital española con Bertram Tupra, quien había sido su jefe directo. Tomás Nevinson siente resquemor contra él, porque consideraba que lo había reclutado bajo engaño para ser agente, poco más de dos décadas atrás.
En este encuentro Tupra le propone llevar a cabo una misión: encontrar a una mujer, María Magdalena Orúe O´Dea, mitad norirlandesa y mitad española, colaboradora a distancia de ETA y del IRA, y que, al igual que Tomás Nevinson, habla a la perfección inglés y español. De ella se sabe, con certeza, le informa Tupra, que participó en dos sangrientos atentados de la ETA, en España. La trama alude a los atentados terroristas que efectivamente realizó la ETA: el primero en Hipercor, un centro comercial, en Barcelona, el 19 de junio de 1987 y el otro, en una casa-cuartel, en Zaragoza, el 11 de diciembre del mismo año.
Tupra le advierte que la misión que le propone realizar “es un favor a mí y también a un amigo español, alguien importante o que acabará siéndolo”. Se le pide a él llevar a cabo la misión, porque de lo que se trata es “de dejar fuera de toda sospecha a las autoridades españolas, tan salpicadas por el escándalo y por los procesos a los GAL …” (pág. 161-162). Javier Marías instala aquí el tema de la cooperación entre organismos de seguridad de distintos países.
Durante el encuentro, Tupra le pide a Nevinson que eche un vistazo a unas fotos en que aparecen tres mujeres y le explica que su tarea será averiguar cuál de ellas es María Magdalena Orúe O´Dea. Al principio Tomás Nevinson se niega a aceptar la misión, pero finalmente termina cediendo, en el entendido que sólo se trata de identificarla y reunir pruebas contra ella a fin de poder llevarla a la justicia.
Patricia Pérez Nuix es una joven de doble nacionalidad que también trabaja en la embajada de Gran Bretaña en Madrid. Nevinson había tenido esporádicas relaciones sexuales con la joven. Ella comienza a actuar como enlace y apoyo en la operación encargada a Nevinson. En una reunión de “trabajo” él le comenta que es posible que identifique quién de las tres mujeres es María Magdalena Orúe O´Dea, pero que no encuentre ninguna prueba para inculparla y llevarla a la justicia. La muchacha le espeta: “En ese caso tendrás que encargarte tú de que ya no circule por ahí tranquilamente. De que no pueda hacer más daño a nadie” (página 163). Esta aclaración sorprende y le produce fuertes escrúpulos a Nevinson, pues, como él mismo lo explica, había sido educado “a la antigua” y nunca pensó que le fueran a ordenar matar a una mujer. Él le retruca que lo que ella le esta proponiendo es simplemente “terrorismo de Estado y nos pone al nivel de ellos” (página 164).
Las tres mujeres viven en una ciudad en el noroeste de España. Hacia allá se traslada convertido en Miguel Centurión Aguilera, su nueva identificación, para dar comienzo a su misión en terreno. Allí su tarea consistirá en “hacerse amigo de ellas, tratarlas, observarlas, sondearlas y, si era posible, sonsacarles… Caerles bien, o resultarles atractivo, o seducirlas en el sentido más vulgar o en el más amplio…” (196).
La vida de Tomás Nevinson se ha ido deslizando hacia un final nada auspicioso. En el plano familiar, su relación con Berta, su esposa, y con los hijos de ambos ha sido accidentada y de ausencias prolongadas. En una íntima conversación, él le revela no sólo en qué había consistido la misión que se le había encargado y su desenlace, sino también su estado de ánimo. Sobre esta sanadora intimidad manifiesta: “Sentía a Berta muy próxima, la sentía como una compañera. No la del colegio, sino la del porvenir” (página 672). Ella es su “tabla de salvación”.