Por André Jouffé
Aun cuando estaba muy comprobado el efecto nocivo del asbesto, hubo que acumular obreros enfermos o muertos de la construcción para sacarlo del mercado.
Con los sartenes con teflón, que impide que el alimento se pegue al sartén, pese a las querellas y demandas durante más de medio siglo, fue publicitado como la solución de la cocina. Du Pont, es más que explosivos; es una empresa que contamina, amenaza a los denunciantes y se saca el pillo. Por eso interesante El Precio de la verdad, 2021, film con Mark Buffallo y Tim Robins:
A Manuel Antonio González, Monsanto le pidió que sacara los tomates que bordeaban su viña para que no contaminara a los transgénicos; cuenta González que controlaban el cumplimiento del pedido-cancelado en efectivo al precio que el español quiso en el Cajón del Maipo-, con helicópteros.
El uso de este aparato aéreo también era común en Estados Unidos, donde DuPont arrojaba desechos tóxicos a los ríos y lagos. Las autoridades corruptas encontraban resquicios para no afectar a la multinacional: aguas que dejaban las piedras blancas, deformaban genéticamente los animales y por beber de esas, aguas, cáncer al pulmón y al estómago.
Y ahí están, quejándose ahora de la pandemia, pero durante casi un siglo, desde 1931, envenenando a la gente.
Esta mañana hablando con Juan Pablo Cárdenas, aludía al abuso de quienes controlan la economía a su antojo en desmedro de los pequeños agricultores de los poderosos, omití sin querer los compinches que tienen en Chile que invitan a sacar dólares auspiciados por empresas chilenas que financian programas diarios en YouTube que majaderamente ven el comunismo en todas partes.
Elogiaron la cena tete a tete de Justin y Gabriel en Canadá. Efectivamente quisiera saber si Boric le planteó al Mandatario hasta cuando ese país nos iba a seguir estrujando nuestras materias primas o lo estimuló a continuar “aportando”. Trudeau, dañado por los escándalos de su madre, tuvo una infancia muy desgraciada y objeto de bullyng en el colegio.
La prensa de derecha infla el 18 con su cierto qué, para potenciar la posibilidad de que la violencia con los encapuchados de siempre, llegue al límite y desprestigie un movimiento que unió transversalmente a Chile. El mal manejo posterior del asunto y las manipulaciones comunicacionales, hicieron el resto.
En Chile es muy sencillo presionar el botón del vandalismo, porque éste asoma por cualquier motivo y creo que aquí el medallero nos favorece a nivel continental.
Es un vandalismo sin camiseta política, presente en el deporte o en las movilizaciones sociales.
Raúl Urrea fotografío fallecido el año pasado, residente obligado en un pueblo atroz en la URSS durante 20 años, señalaba que todo es culpa del sistema. Lo más difícil de alterar es eso, un sistema especialmente cuando se promete un vuelco y no se cumple, como ocurre ahora.
Mientras éste no cambie radicalmente, ningún cambio será posible, simples correcciones o agregados constitucionales, permitirán el avance erosivo de la corrupción, la violencia y el abuso.