¡Sorpresa!

Por Wilson Tapia Villalobos

Tenía que ocurrir en Estados Unidos para que causara tanta sorpresa, incredulidad, pánico, horror por el futuro de la democracia. El Capitolio se veía amenazado por hordas que el propio presidente del país había incentivado a tomárselo y así escarmentar a los legisladores que “pretendían robarle la elección” para entregarle su puesto a Joe Biden. Las explicaciones que luego dio Donald Trump para su actitud sólo pretendían evitar que fuera destituido, pero el daño ya estaba hecho y, sobre todo, quedaba en evidencia la fragilidad del sistema que impera en la mayor parte de las naciones del planeta.

Sin embargo, lo ocurrido en Washington no es nada nuevo. En cinco de los seis continente -África, América, Asia, Europa, Oceanía y Antártica- las interrupciones -a veces dolorosamente cruentas- a la democracia son cuestión frecuente. Muchas de ellas estimuladas por el gobierno norteamericano, para incentivar su poderío en la zona o para ayudar a aliados que abren senda a sus empresas en la región y posibilitan cimentar sistemas de gobierno adecuados para fortalecer su presencia de potencia mundial. Y en tales ataques mueren muchas más personas que las cuatro que fallecieron en los disturbios del Capitolio. Claro que eso tiene una explicación: los muertos eran blancos. Si la turba hubiera estado compuesta por afroamericanos, hoy el recuento sería mucho más elevado y triste.

Pero es necesario mirar lo ocurrido en Estados Unidos desde otra óptica. Preguntarse, por ejemplo, por lo que está ocurriendo con la democracia en el mundo. Hay que recordar que la pandemia que hoy nos afecta llegó justo en el momento preciso para bajar la tensión después del estallido social que, entre paréntesis, no fue exclusividad chilena. Y las protestas fueron activadas por la profunda desigualdad que fortalece un sistema económico que ahonda las diferencias entre unos pocos ricos y multitudes de pobres.

Evidentemente, es el sistema el que falla, pero su cara más visible es la cara política.  De allí los ataques a los Partidos, a los dirigentes, a parlamentarios, pues son ellos los operadores que permiten la injusta repartición de la riqueza y el trato desigual entre seres humanos.  Y esto se ve hasta en los organismos destinados a impartir justicia entre los ciudadanos. Resulta claro que hay ciudadanos de primera y de segunda clase…..y ahora, entre nosotros, la clase conservadora pretende crear una tercera clase que son los inmigrantes, especialmente los de tez oscura.

Ante toda esta evidencia, la conclusión es que está fallando el sistema. En Estados Unidos, la explosión la produjo el líder que había llegado hasta ese sitial aupado por el sistema, por su partido, por 50 millones de ciudadanos que votaron por él ¿Cómo es posible que aquello ocurriera? La respuesta la tiene la política. Pero no la política que es “el arte de hacer posible la vida en sociedad”.  No, la política que conocemos a diario.  Esa que muestra a parlamentarios semidesnudos en redes sociales, que exhibe a otra borracha mechoneando a una empleada de un restaurant, a otros implicados en coimas multimillonarias…y la mayoría libres de una condena más dura y onerosa que el descrédito social que, en la mayoría de los casos, los medios de comunicación se encargan de disipar con su cargamento de banalidades. Y esto es especialmente válido cuando los afectados son miembros de la clase dirigente. Si se trata de personajes opositores al sistema y que tienen respaldo popular, la actitud es diferente. El Alcalde de Recoleta ya está sufriendo las consecuencias de contar con respaldo popular y no simpatizar con los grupos económico que son dueños del país.

Todo esto lleva a la conclusión descorazonadora de que la democracia, como hoy se practica, no es más que una cobija que tapa las operaciones de quienes verdaderamente tienen el poder. Y aquellos, que son los dueños del país, raramente muestran la cara. Para eso están los políticos del Parlamento, de los pasillos de los establecimientos gubernamentales, de los Partidos. Toda una gran pantomima que hasta ahora ha funcionado, pero que ha ido perdiendo crédito con el correr de los años.

Y todo ello es lo que impulsa la aparición de personajes como Donald Trump, que se sirven de la cobertura de los Partidos para poder desarrollar toda su energía, por estrafalaria y anti democrática que sea. El problema y la gran pregunta es: ¿Por qué tales personajes cuentan con apoyo popular? Y la respuesta es simple: Porque hoy los Partidos no cumplen su verdadera función de ser canales por los que debe circular la democracia. A eso se debe el desprestigio de la política que, de arte de hacer posible la vida en sociedad, ha sido bastardeada convirtiéndola en mecanismo para el bienestar y enriquecimiento de unos pocos.

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