Rushdie, jugando con yesca

Por André Jouffe

Las variantes de la venganza han ido involucionando a través de los años.

A fines de 1969, la revista Hara Kiri, de la misma editora de Charlie Hebdo, publicó una página en la cual se divisan cadáveres esparcidos en los Alpes y un  avión con el logo Air France bien destacado. Algunas víctimas sostenían copas de champán en la mano y otras media langosta. Debajo un titular: En Air France se come bien.

Los días siguientes fueron de los abogados querellantes pero nadie supo lo ocurrido. En compensación, Hara Kiri en la siguiente quincena publica la misma foto pero con el logo de Alitalia. Para no  exponerse a mayor publicidad, los peninsulares guardaron silencio.

Esa misma casa de publicaciones sufrió un atentado con muertos y heridos cuarenta años después de mofarse de Mahoma a través de caricaturas de la sobreviviente Charlie Hebdo.

Cuando el laureado Salman Rushdie escribe Los versos satánicos, el ayatollah iranio lo condena  a la manera de far west pero sin opciones: lo quiero muerto y Alá premiará a quien haga justicia.

Al comienzo, incluso en su breve visita a Chile, Rushdie guardó las debidas precauciones, como toda persona amenazada y, como era esperable, a falta de hechos concretos, se fueron relajando.

Más parecía un condenado como Hannibal Lecter trasladado de un presidio a otro. A diferencia que en las películas, aquí los soplones, colaboradores o infiltrados no reciben protección de por vida, cambio de identidad, domicilio y una jubilación prematura para subsistir, la persona  y a su entorno.

De manera que lo ocurrido con el ataque a cuchillo de que  quiso cortarle la yugular al poeta hindú, es algo lógico dentro de la mentalidad de quien tiene en Mahoma una divinidad que aunque sea llevada a metáfora con otro nombre, se ridiculice.

Según el libro, nuevamente best seller después del atentado que ejecutó una persona que no leyó la obra, antes del profeta, el mundo árabe adoraba a varias deidades y, según se cuenta, Mahoma admitió a tres diosas de este antiguo panteón: al–Lat, Uzza y Manat, hijas de Ilah (Al·lah). Sin embargo, cuando se percató de que su decisión era fruto de una argucia satánica, procuró enmendar el error. El modo como Rushdie recrea este presunto pasaje de la vida de Mahoma resulta, cuando menos, irónico o paródico. Además, introduce una serie de derivas que sugieren, a fin de cuentas, que el islam –incluso toda fe religiosa– no es más que una invención, un sueño.

En Pakistán hay personas encarceladas por blasfemar contra Mahona de manera que la pira está en todas partes.

En los años sesenta debía viajar, no de mucho agrado siendo adolescente y adulto menor a Europa varias veces al año por razone familiares. De regreso traía la revista Hara Kiri y su contenido que ridiculizaba a políticos, empresas en fin lo que estuviera  en el establishment modo en forma majadera e hiriente (bete et mechante era el subtítulo de la revista) era pan comido para mí.

Recortaba algunos dibujos y los publicaba nada menos que en el suplemento dominical del diario La Nación, dirigido por Ricardo Gelcic Rojas, filósofo muy liberal y joven. La censura en Chile era aplicada más a las revistas que mostraban mujeres en paños menores que a la política, por el tema de la ley mordaza siempre vulnerable.

Eduardo Frei Montalva muy católico jamás protestó por la requisición de ejemplares de los quioscos de Providencia y comunas de Plaza Italia para arriba, impuestas por los alcaldes.

En cambio una acción de censura por contenidos políticos levantaba a una ola de protestas que significaban reproducciones clandestinas de los contenidos incómodos.

Pero el fuego no llegaba tan rápido a la pólvora.

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