Por André Jouffe
Una rata cruza a media velocidad de un extremo a otro, un salón de Buckingham Palace en el tercer capítulo de la cuarta temporada de la serie The Crown.
No fue un descuido del director y creador de Peter Morgan una versión muy crítica de las costumbres de Balmoral, Windsor y el palacio en el centro de Londres.
La cámara capta al roedor y soslaya a los presentes en otro lugar de la misma sala.
Hay dos verdades: efectivamente habitan roedores en Buckingham, tal como en los lugares impensados como la residencia del Embajador de Chile ante los Organismos Internacionales en Ginebra, junto al Lago de Ginebra o Lac Leman. Personalmente en la habitación que me asignó en los años noventa don Radomiro Tomic Romero, titular de la representación, vi debajo de una cómoda el tubo con veneno.
Inevitable hasta en la más alta alcurnia; chimeneas, muchas bodegas, alcantarillas, subterráneos.
La segunda intención de Morgan fue un guiño: resaltar hechos sociales: mientras la realiza se dedica a cazar, a cumplir con un ceremonial de teatro y de jamás utilizar la privación (salvo en los últimos años, cuando comprobamos que reyes supuestamente civilizados son delincuentes obligados a asilarse en otros países, como Juan Carlos de España, ahora, cuan Idi Amín Dada de Uganda en los años ochenta en países árabes), ocurren simultáneamente expresiones de descontento popular.
En medio de huelgas, inflación, cesantía y guerra en contra del IRA, la familia real “acecha” ciervos en sus terruños, gasta cartuchos para deleitarse con la buena mesa en la temporada de caza lo que conllevó a Morgan a usar la rata como metáfora de la situación.
Ratas de palacio y ratas desesperadas.
En el Palacio de la Moneda, existen roedores en el subsuelo y en el segundo piso. Algunos ejemplares prefieren establecer sus hogares más cerca del tejado y menos expuestos a la presencia felina.
En la construcción diseñada por Toesca, sobreviven algunos ejemplares influyentes que aun cuando no saborean carnes rojas salvajes, acceden al poder de influir en las decisiones que mantienen al pueblo como roedores.
Estos animalitos humanos deben arreglárselas como puedan, con las sobras o en vez de morder sacos de trigo, lo hacen con sus ahorros en las AFP. De lo contrario, también como ratas, recorren en calles en búsqueda de alimento en los basurales.
Y cuando el asunto toca un extremo de hambre dolorosa, las ratas atacan a los humanos.
En La Moneda sin los lujos de la casa real anglo-germana del Reino Unido, desconocen los problemas de la masa ciudadana. Cuentan con el apoyo indirecto de una oposición política inútil. A no mediar la acción popular, el segundo mandato de Piñera hubiera carecido de una contraparte. Basta con revisar las acusaciones constitucionales y la sorpresa cuando en vez de críticos, encuentran aliados en los escaños de la “oposición” de la Cámara Alta y Baja. Y es por eso, a falta de alimentos fáciles de conseguir, las ratas penetran a la Moneda y provocan la desesperación de sus habitantes que solo atinan a remover individuos en vez de solucionar problema.
Si en The Crown, el clan Windsor Mountbatten (del alemán Battenberg o sea Montaña en alemán) despreciaban por su origen a Edward Heath, hijo de la clase trabajadora y a Margaret Thatcher, hija de comerciantes y farmacéutica de profesión (ambos fueron considerados por la gente como traidores de su clase), la Moneda mira en menos de manera vertical a toda expresión popular, con la conspiración de apoyo de políticos opositores que actúan como aliados con tal de jamás perder sus privilegios.
De esta manera apreciamos roedores de primer y segundo pelaje, unos que se dedican a cazar ideas sin atinar con las adecuadas recorriendo pasillos de palacio y otros, metiendo el hocico en el basural que es el sistema que nos rige.
Si los “ratus ratus norvegicus” fueron capaces de cruzar el Estrecho de Magallanes a nado desde Tierra del Fuego, la fuerza del pueblo con o sin pandemia, está dispuesta a no caer en las trampas, aunque sea el tercer corte a su futuro previsional.