Por Luis Casado
Hace un par de días un boludo, –economista jefe de Scotiabank Chile para más señas, detalle que tiene su importancia, ya verás–, se rajó con una declaración en plan Nostradamus: “El nivel de PIB perdido en abril de este año se recuperará recién hacia fines de 2022”.
Habida cuenta del miserable papel que jugó en dictadura, para no hablar de la Ocupación nazi en Francia, soy enemigo acérrimo de la delación anónima. Incluso cuando aparece bajo la aparentemente inofensiva forma de una incitación al chivatazo en la parte trasera de la carrocería de algún vehículo: “Si estoy conduciendo mal, llame al nº +56 2 2690 4000”. Este tipo de canallada pasa piola, y siempre me he preguntado si algún hijo de mil ilustres deidades ha caído en la ignominia de llamar –babosamente– al patrón del pobre currante que no se entera de nada.
Por las razones expuestas te cuento que el economista jefe de Scotiabank se llama Jorge Selaive. El tipo dijo lo que dijo públicamente, ergo no es delación. Y por otra parte no lo digo de manera anónima: firmo esta parida en respaldo de mi opinión: es un boludo. He aquí las razones.
El 20 de diciembre del 2010 el banco canadiense Scotiabank compró la filial chilena del Royal Bank of Scotland por una docena de cacahuetes. La información oficial lo puso así: “The terms of the transaction are not financially material to Scotiabank and were not disclosed”. En una de esas el Royal Bank of Scotland (RBS) pagó para deshacerse del cacho, imposible saberlo, la tan mentada transparencia sirvió para limpiarse el culo. Lo cierto es que el RBS quebró cuando la crisis de los créditos subprime (2007) y fue rescatado con dinero del Estado escocés. Un buen negocio dirás tú, visto que Scotiabank, que emplea genios visionarios como Jorge Selaive, aprovechó la ‘oportunidad de negocio’ y se morfó la filial chilena. Todo bien.
Solo que Scotiabank no es de los trigos muy limpios y, aun cuando dispone de tipos como Jorge Selaive, capaces de anticipar lo que ocurrirá de aquí a dos años, sufrió el mismo tipo de contratiempo que el RBS: no vio venir la crisis, y también echó mano al dinero público. Mira ver.
El caso de la filial argentina de Scotiabank es luminoso. Quebró en el año 2003. La casa matriz, reacia a recapitalizar su filial, le pidió plata al gobierno argentino (…) Scotiabank (ex Bank of Nova Scotia) rehusó inyectar más capital abandonando Scotiabank Quilmes, perdiendo 540 millones de dólares canadienses en el proceso (…) Scotiabank hizo un pago voluntario de 20 centavos por dólar a los accionistas de su filial. ¡Gracias socio! Y le pagó indemnizaciones a 500 empleados, de los 1.700 que perdieron su empleo. ¡Gracias patrón!
(Fuente: Adrian Tschoegl – Crisis Financieras Sistémicas. Contención y Soluciones. Parte 4, capítulo 1 – Inversión foránea en la banca en países en desarrollo. Libro editado por dos tigres del World Bank, y publicado por la Universidad de Cambridge, NY – 2005).
Uno lamenta que Jorge Selaive no haya pre-visto nada, en una de esas tenía sus bolas de cristal estropeadas. Eso parece improbable visto que se dedica a las pre-visiones. En el año 2007 publicó un sesudo estudio titulado, muy precisamente Stocks, flows and valuation effects of foreign assets and liabilities: Do they matter? Aparte de sus labores docentes en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, le aporta su clarividencia a la banca y a grandes empresas como Latam, que tampoco benefició de su capacidad de pre-ver el avenir.
¡Eh, Jorge! ¿Cuándo recupera Latam su perdida capitalización bursátil, Ah?
En fin, tu me conoces: Selaive me toca una sin mover la otra. La cuestión de fondo es la porfiada pretensión de unos y otros de pre-ver el futuro, adivinar el número ganador del Loto, pronosticar un dato para la 4ª del domingo en el Hipódromo Chile, intuir el precio del petróleo en el tercer trimestre del año 2045, vaticinar el nombre del club que comprará el pase de Kylian Mbappé, predecir ‘las mejores respuestas para los problemas que vienen’ (otro boludo no sabe qué problemas habrá que enfrentar mañana pero ya analiza ‘las mejores respuestas’, hay que joderse), profetizar el mundo de después del virus, augurar el nivel de consumo de plátano-vianda en Paramaribo para la Copa del Mundo 2024, y así.
Tal pretensión hace como si el futuro tuviese una realidad previa a su advenimiento. La cuestión de saber si el futuro ya existe en el avenir puede parecer ociosa, sin embargo fue el tema de una muy formal conferencia de Étienne Klein ,–reputado científico francés, profesor de física cuántica y de filosofía de las Ciencias–, el 9 de julio del año pasado en París.
Klein es ingeniero, ostenta un diploma en física teórica, es doctor en filosofía de las Ciencias, participó en el diseño del LHC –acelerador de partículas– de Ginebra (large hadron collider), y trabaja en el Comisariado de Energía Atómica en Saclay, donde es director del Laboratorio de Investigación sobre Ciencias de la Materia.
Klein declara: de dos cosas una: o bien el futuro ya existe, o bien está en la nada, concepto complicado a definir visto que es imposible adjudicarle alguna propiedad. Pensar la nada destruye el concepto, decía el filósofo Henri Bergson, porque al adjudicarle cualquier característica o propiedad deja de ser la nada.
De modo que el futuro, que no existe, apenas existe deja de ser el futuro y lo llamamos presente.
Si pensamos en mañana, o la semana próxima, se interroga Klein, ¿se trata de realidades ya existentes que esperan que uno llegue a colonizarlas, o bien se trata solo de proyecciones que cada cual hace extrapolando el presente?
Dicho lo cual Klein contó que –de paso en Chile– le narraron una anécdota atribuida a Jorge Luis Borges. Borges conversaba con un filósofo argentino a propósito del tiempo. El filósofo declaró: ‘En este tema hemos hecho muchos progresos en los últimos años’. Y yo, prosiguió Borges, pensé que si le hubiese preguntado acerca del espacio, me hubiese respondido: ‘En este tema hemos hecho muchos progresos en los últimos cien metros’.
Cuando terminó de cagarse de la risa, Klein citó una vez más a Bergson: “La idea del avenir es más fecunda que el avenir mismo”. Admitamos.
En el caso de la costra política parasitaria chilena el avenir va raramente más allá de la próxima elección presidencial, y la falta de osadía intelectual hace que muchas leyes sean concebidas, redactadas, propuestas y aprobadas para entrar en vigor en un futuro suficientemente lejano como para que los culpables estén seguros de que cuando lo haga, ellos mismos ya estén en el valle de las pirinolas, o al menos en otra. Úsease, a salvo.
El mismo Henri Bergson proponía una visión no exenta de audacia cuando decía: “El avenir no será lo que va a venir, sino lo que nosotros vamos a hacer”.
Pero modificar el presente, el futuro inmediato, y por consiguiente confrontarse a las consecuencias de sus actos es algo que está muy por encima de la pusilanimidad de la costra política. Por eso suelen apoyarse en la cualidad performativa de las bayonetas. O en el miedo a.
Del mismo modo, cuando un economista, –apoyado en sus calculitos llenos de porcentajes, medias aritméticas, geométricas y armónicas, en sus promedios, varianzas y desviaciones típicas, cuartiles, deciles y percentiles sin olvidar los quintiles, modas y coeficientes de asimetría–, osa afirmar: “El nivel de PIB perdido en abril de este año se recuperará recién hacia fines de 2022”… no hace sino mirar en el retrovisor y encomendarse a dios, María y José, a los santos apóstoles y a Gog y Magog.
John Maynard Keynes, un economista inteligente –no hay muchos en la historia de la disciplina–, nunca creyó ser una Yolanda Sultana. Por eso le aseguraba a quien quisiera oírle: “De mañana no sabemos nada, y en el medio plazo estaremos todos muertos.”
Lo suyo era la puesta en práctica de sus ideas, de aquello que contribuiría a definir el futuro sin esperar a que lloviese café en el campo. Asumiendo las consecuencias de sus actos. Cuando no le hacían caso, se hacía a un lado enviando a todo el mundo… al futuro. Keynes dimitió de su cargo de representación del Reino Unido en la Conferencia de Versalles (1919) advirtiendo: “Las condiciones abyectas que le imponéis a Alemania terminarán generando otra guerra”. Lo que.
Karl Marx, –el otro economista inteligente–, desmenuzando la mecánica del capitalismo intuyó que el mundo del futuro vería una inimaginable acumulación de la riqueza por un lado, y una no menos inimaginable concentración de la pobreza por el otro. Gracias a la reproducción ampliada de lo que tenía ante los ojos. Lo que.
Ninguno de los dos, –ni Marx ni Keynes–, se dedicó a vender ‘pre-visiones’, ni asesorías para inversiones, ni estudios sobre la importancia del agua en la navegación, ni calculitos al pedo capaces de profetizar el estado de la cotización bursátil en el segundo semestre, la rentabilidad de los fondos de pensión a 20 o 30 años, o la recuperación del PIB perdido en alguna crisis.
Por alguna razón tengo la debilidad de pensar que, en vez del PIB perdido en abril, sería más oportuno ocuparse de la miseria y el hacinamiento del que Mañalich no tenía la más pijotera idea, y con razón, visto que la Concertación terminó con el hacinamiento y la miseria en los tiempos de Maricastaña.
Para convencerse basta con examinar los datos y cifras del FMI, del Banco Mundial, del PNUD y sobre todo de la OCDE, club de los países ‘ricos’, que admitió a Chile en su seno el 7 de mayo del año de gracia de 2010, precisamente porque en el campo de flores bordado no encontraron un pobre ni de muestra.
Ecco. Puede que mi demostración haya sido trabajosa, pero confío en que haya sido clara e inteligible. Dicho lo cual regreso a mi consuetudinario monacadismo cenobítico, a la paz de mis lecturas, y al cultivo de mi jardín.
Voltaire, lo aseguro, no tiene nada que ver en ello.