Por Luis Casado
“Si en algún momento una forma de gobierno deviene perniciosa,
es derecho del pueblo modificarlo o abolirlo, e instituir un nuevo gobierno…”
Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América.
“Todos los ciudadanos tienen el derecho de concurrir (…) a la formación de las leyes, y de no someterse sino a aquellas que consintieron libremente”
Jacques-Guillaume Thouret, diputado a los Estados Generales, Francia 1789.
“Quod omnes tangit, ab omnibus tractari et approbari debet”
Lo que le concierne a todos debe ser considerado y aprobado por todos.
“Artículo 35. – Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada porción del pueblo, el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes.”
Constitución del 24 de junio de 1793 – Francia.
En el año 1988 me pidieron que escribiese una nota sobre el referéndum que terminaría con la dictadura de Pinochet. El título fue: “Las trampas del plebiscito”. Allí donde la inmensa mayoría veía el fin de la tiranía (argumento que vendían los dizque demócratas) yo veía nítidamente las condiciones de eternización de la dictadura.
¿Porqué? Por la sencilla razón que ese subterfugio, y hasta los mas mínimos detalles de la pseudo transición, habían sido negociados con la camarilla cívico-militar para preservar el régimen institucional y el modelo económico impuestos por la fuerza de las armas. Terminé mi nota asegurando: “Si la salida de la dictadura se produce respetando la agenda de Pinochet y sus esbirros, pagaremos el precio durante treinta años.” A veces es terrible tener razón.
El mamarracho constitucional de Jaime Guzmán, impuesto el año 1980, sigue vigente. El Código del Trabajo pergeñado por William Thayer Arteaga, –democristiano pasado al servicio de la dictadura–, engendro legal que protege a los empresarios, sigue vigente. La privatización de la Educación, la Salud y la Previsión siguen vigentes. El saqueo del patrimonio público –investigado y probado– nunca fue reparado. Gracias a una estructura institucional que la Concertación consolidó y fortaleció, Aylwin desnacionalizó el cobre con la anuencia y el silencio culpable de los progresistas. Después vendrían la privatización del mar y la represión al pueblo mapuche, amén del secuestro permanente de la Soberanía popular por parte de una costra política parasitaria que vive impunemente del legado dictatorial.
Treinta años, escribí. “Treinta años”, fue la luminosa explicación del estallido social de octubre del año pasado. “No son los treinta pesos de aumento de las tarifas del Metro, son los treinta años de incuria, corrupción y saqueo.”
La única respuesta a la gigantesca sublevación popular que rompió fronteras políticas, sociales, culturales y etarias, fue una de las más salvajes represiones de la que se tenga memoria. Hasta que –una vez mas– funcionó la “cocina”, metáfora inventada por Andrés Zaldívar para designar los contubernios a espaldas de la Nación. El Congreso es una oficina de partes que se limita a registrar oficialmente lo acordado en los pasillos o, más frecuentemente, en sibaríticas cenas en el barrio alto.
El plebiscito de octubre próximo, bautizado Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, debía llamarse Añagaza para Conservar Todo Como Está Cediendo Algunas Migajas. Visto que no es sino el producto químicamente puro de las intrigas de la clase política parasitaria. Un subterfugio. Una escapatoria.
Que los sectores dominantes solo desean acaparar la riqueza generada con el trabajo de todos lo prueba la aprobación en el Congreso –por una mayoría panorámica– del retiro del 10% de las cotizaciones previsionales.
Con motivo de la pandemia Covid, los Estados del mundo entero asumieron la responsabilidad de aportar asistencia médica, alimento y servicios básicos al conjunto de la población. Trump, en los EEUU, dispuso cientos de miles de millones de dólares para asegurarle una entrada mínima a los hogares privados de trabajo. Gran Bretaña nacionalizó los salarios de 9 millones de trabajadores: los paga el Estado. En Francia ese beneficio alcanzó a 12 millones de asalariados.
En Chile no. Cada cual debe sobrevivir por sus propios medios, haciendo aun más miserable una incierta futura pensión. Lo peor de todo, es que el progresismo presentó esta derrota como una gran victoria. Se trata del mismo progresismo que firmó el acuerdo para el plebiscito de octubre.
Un plebiscito sobre el plebiscito. Para saber si el pueblo de Chile quiere de verdad cambiar la Constitución de la dictadura. ¿En serio? Con un sistema electoral heredado de la dictadura, administrado por el Servel, cuyo presidente, hasta hace poco, era el general Juan Emilio Cheyre, experto en democracia, y procesado y condenado por crimen contra la Humanidad poco más tarde.
Así, los dineros distribuidos por el Servel para financiar la campaña van solo a los partidos que roban en banda organizada. Lo mismo ocurre con el acceso a los medios de comunicación. La cuestión planteada fue convenientemente manipulada para introducir la confusión.
Ya no se trata de una Asamblea Constituyente, sino de una Convención, en la que la mitad de sus miembros vendría de la misma clase política parasitaria que le impide al pueblo de Chile ejercer su propia Soberanía. A menos que el votante opte por suicidarse optando por una Convención enteramente elegida (anatema).
Si todo lo que precede no bastase, la Añagaza para Conservar Todo Como Está Cediendo Algunas Migajas prevé, muy oportunamente, mayorías calificadas (2/3) para aprobar cualquier cambio sustantivo en beneficio de la democracia. La misma trampa introducida por Jaime Guzmán y Pinochet en la Constitución de 1980.
Una vez más, el recurso a las urnas (esta vez las que reciben el voto, no los cuerpos de los oponentes asesinados) lejos de ser la solución termina convirtiéndose en el problema.
Y la solución… ¿cuál es?
El pueblo de Chile, ese que se sublevó en octubre 2019, tiene la palabra.
La Historia conoce muchos ejemplos de hombres y mujeres que dijeron NO.
Al principio solos, terminaron por reunir inmensas mayorías en la lucha por liberar sus países e imponer el imperio del derecho y la justicia. Siempre comenzaron por restablecer la esperanza.
En Chile esos hombres y mujeres se llamaron Lautaro, Guacolda, O’Higgins, Santiago Arcos, Francisco Bilbao, Luis Emilio Recabarren, Clotario Blest, Gladys Marín, Carlos Lorca, Salvador Allende… y tantos otros.
El primer hito del camino luminoso que trazaron fue el rechazo de la sumisión y el servilismo.
¿Y si en vez de caer –una vez más– en la trampa, reabriésemos ese camino?