Por André Jouffé
Imperialismo, suerte y oportunismo de los norteamericanos en relación al Canal de Panamá.
La explotación de casi un siglo de lugar donde pasa el 14 por ciento del comercio mundial y a pocos años de la entrega de la soberanía a su dueño, el cambio climático seca el proveedor de agua para las esclusas.
Es menester explicar someramente las razones de la crisis actual del Canal.
El puerto de Bilbao en el Cribe y el de San Cristóbal en el Pacifico están a diferente altura, lo cual obligó a construir esta vía fluvial a varios metros sobre e nivel del mar y en consecuencia habilitar un enorme lago artificial a un costado norte.
Jamás hubo problemas de abastecimiento hasta el momento de la sequía, fenómeno universal, que ha ido secando el embalse a unos niveles mínimos.
El resto es repaso.
La euforia inicial por este traspié panameño en los puertos del Pacífico finalmente no se justificó. Las naves de gran calado, son tripuladas por una docena de personas, se acabaron los tiempos de cien marineros a bordo. La robotización de las faenas hace innecesaria la mano del hombre. Luego el abastecimiento: las embarcaciones de gran calado pueden navegar 120 días sin recalar en los puertos; sumado a la escasa tripulación, tampoco hay reposición necesaria de cáterin.
México ha sido el primer país en usar la vieja ruta Cabo de Hornos, atrasan sus entregas en dos semanas y media a Europea, pero no echa anclas en Punta Arenas ni puerto sudamericano alguno.
Al contrario, para las exportaciones del cono sur Pacífico, y que apunta principalmente al cobre y fruta, implica una inversión de tres semanas para alcanzar los destinos del Este.
Granos, carbón y gas son las cargas prioritarias de orros países; para Chile fruta que va a requerir un periodo más extenso de refrigeración. El negocio nacional es proveer en estaciones cruzadas con Europa: manzanas y peras en el verano y duraznos, damascos, frutillas y frambuesas, en el invierno del hemisferio norte.