Por Manuel Cabieses Donoso
Si queremos que el plebiscito se convierta en una victoria histórica de la democracia, las opciones Apruebo y Convención Constitucional tienen que recibir una mayoría abrumadora de votos, millones de votos, una marejada de voluntades ciudadanas.
Un triunfo debilucho o raquítico permitiría que la oligarquía y su sirviente, la casta política, mediante el mecanismo de los 2 tercios, hagan abortar este primer paso hacia una auténtica democracia después de 47 años de monarquía oligárquica.
El pueblo ha debido aceptar esta forma humillante de acercarse al objetivo de una Constitución democrática. Prácticamente desde 1973, cuando la traición de las fuerzas armadas dio comienzo al largo período de terrorismo de estado, la lucha por una Asamblea Constituyente se levantó como una salida pacífica al espanto. La Resistencia Popular –que empuñó las armas para conquistar la libertad- se volcó en lo político a la demanda de una Asamblea Constituyente que elaborara una nueva Constitución. Una vía democrática –la única posible- que armonizara los intereses políticos y sociales de una inmensa mayoría de chilenos. La historia, sin embargo, no se escribió como pretendíamos. La sangre de nuestros héroes y mártires, sin embargo, no se derramó en vano. Siguió hirviendo una rebeldía que se ha extendido en el tiempo y que convoca a sellar con una victoria aplastante el Apruebo y la Convención Constitucional en el plebiscito.
Esa victoria es lo fundamental en este instante. Pongamos el acento de hoy en eso. Que nada impida el trabajo de hormigas para el domingo 25 una masa impresionante acuda a votar. Son más de 14 millones los electores habilitados que pueden abrir un nuevo destino para Chile. En la última elección presidencial (2017) votaron poco más de 7 millones, 49,02% del padrón electoral. Esta vez hay que superar los 8 millones de votos para que el plebiscito tenga la legitimidad indiscutible que requiere. No basta que el Apruebo y la Convención Constitucional consigan poco más del 50%. Necesitamos una victoria con la fuerza de una salida de mar para que sea respetada por los bastiones financieros, civiles y militares del conservadurismo.
No es tarea fácil, ninguna lucha democrática y de justicia social ha sido fácil. Sobre el resultado del plebiscito pesan el abstencionismo -que en las elecciones municipales ha alcanzado al 70%-; el temor al contagio de la pandemia; el repudio a los partidos políticos que aparecen como padrinos y administradores del plebiscito; la campaña por el Rechazo y Convención Mixta de la extrema derecha; y el temor que sienten sectores del pequeño y mediano empresariado por la violencia sin brújula -de sospechoso origen en muchos casos- que han sido víctimas iglesias católicas, servicios de transporte público y pequeños negocios privados.
El mal llamado “estallido social” -un “estallido” que se prolonga por más de un año-, revela que Chile vive una larvada insurrección social. Casi lo cotidiano ha sido desde octubre del 2019 la protesta callejera, desde ataques con piedras y fuegos artificiales a comisarías policiales, barricadas de fuego o saqueos de supermercados, farmacias y hasta de modestos quioscos de venta de cigarrillos y caramelos.
La persistencia del “estallido” aviva sin cesar la caldera de la protesta. Pero a la vez espanta a sectores sociales como los movilizados el 25 de octubre del 2019 que hicieron posible la marcha del millón 200 mil personas en Santiago, incluyendo manifestaciones en las comunas del barrio alto y frente a la Escuela Militar. Se calcula que ese día marcharon pacíficamente más de 6 millones de personas protestando contra la desigualdad y los abusos y exigiendo una Asamblea Constituyente.
Hay que intentar revivir ese espíritu en el plebiscito del domingo. Por desgracia la casta política, que en marzo negoció este remedo de Asamblea Constituyente, una formidable trampa que es necesario neutralizar desde dentro, ha empleado el tiempo en querellas menores. Apoyada por la maquinaria publicitaria que la oligarquía pone a su disposición, ha relegado el quehacer político al claustro viciado del Parlamento, renunciando al papel de voz de la calle que en teoría corresponde a los partidos políticos. Trifulcas que evidencian la descomposición de una mayoría “opositora” incapaz hasta de elegir la mesa de la Cámara de Diputados; relumbrones de bengalas de prematuras candidaturas presidenciales –14 por el momento-; acusaciones constitucionales que no resuelven nada; disputas de hegemonía al interior de los partidos, etc., han hecho lo posible para distraer al pueblo de su objetivo fundamental: ganar el plebiscito del domingo.
Pero nada de eso debe perturbarnos. Hagamos caso omiso de todo lo secundario. Hoy lo importante es ganar el Apruebo y la Convención Constitucional. No nos involucremos en reyertas de grupos políticos en vías de extinción. Todas nuestras energías deben volcarse a un solo objetivo: obtener una victoria aplastante en el plebiscito.
El lunes, además de celebrar el triunfo, empecemos a cargar las baterías para que el 11 de abril elijamos a los hombres y mujeres que mejor representen la fuerza del cambio en la Constituyente.