Por Sergio Rodriguez Gelfenstein
Recordar a Nicaragua un 19 de julio, es todos los años obligación moral para mí. En Nicaragua crecí como persona, como ser humano pensante y como luchador por las causas más justas de la humanidad. Gracias a Fidel, fui elevado a la condición de combatiente internacionalista, el pedestal más alto al que puede aspirar un revolucionario.
Recordar a Nicaragua, a su pueblo noble y amistoso, a su gobierno y en mi caso, a su ejército es ante todo, ser consecuente conmigo mismo, con lo que fui, con lo que soy y con lo que siempre seré más allá de los vaivenes que la vida me depare. Es también ser leal a mis compañeros que combatieron y cayeron luchando por una Nicaragua libre.
Recuerdo como si fuera hoy aquellas trepidantes horas de mediados de julio de 1979. El día 17 supimos que el tirano había huido a Miami. ¿A dónde sino? La alegría de la noticia inundó de felicidad las trincheras del frente Sur Benjamín Zeledón, donde me encontraba.
A mediados de junio el Frente Sur había conquistado y liberado un territorio de alrededor de 30 Km² en la frontera con Costa Rica. Un gran grupo de combatientes internacionalistas provenientes de varios países pero en forma destacada de América Latina, dábamos nuestro apoyo solidario y combatiente al Frente Sandinista de Liberación nacional (FSLN) que se había transformado en la fuerza conductora de la lucha antisomocista. No firmamos contrato, no recibíamos un pago, éramos combatientes internacionalistas, no mercenarios. Lo único que reclamábamos era un lugar en las trincheras de lucha del pueblo nicaragüense.
La alegría de ese 17 de julio quedó apagada con prontitud cuando se supo que el dictador -antes de irse- había dejado en su lugar a Francisco Urcuyo Maliaños, uno de sus secuaces, en una clara movida de Washington que pretendía seguir controlando el país a través de un modelo de somocismo sin Somoza. Pretendía con ello escamotearle el triunfo al FSLN y al pueblo de Nicaragua.
El estupor y la sorpresa dieron paso a la pregunta de ¿Qué hacer ahora? Pronto llegaron instrucciones de la Dirección nacional del FSLN: la orden a todos los frentes era avanzar de inmediato hacia Managua.
El 18 de julio fue un día de planificación y organización de la ofensiva: los combatientes limpiaban sus fusiles con la sensibilidad que se le prodiga a la mujer o al hombre amado, los artilleros aprestaban las municiones y despojaban las piezas de cualquier sustancia que pudiera impedir un tiro efectivo y certero, los exploradores estuvieron atentos a cualquier movimiento del enemigo, los radioescuchas incrementaron su vigilancia para conocer los planes de la guardia nacional somocista. Fue un día lluvioso, la tensión se respiraba en el ambiente, todos sentíamos que se aproximaba el combate decisivo.
Un día como hoy, hace exactamente 44 años atrás, muy temprano, las patrullas de vanguardia iniciaron su avance, todo con el mayor sigilo y precaución extrema. Pero no hubo respuesta de parte del enemigo. Al llegar -sin combatir- a las trincheras ocupadas por éste, el jefe de la patrulla informó: “ No están. Huyeron”. Era el 19 de julio de 1979.
A los combatientes de la avanzada se les dio la orden que siguieran prosperando hacia el norte a lo largo de la carretera panamericana, pero que lo hicieran con el mayor cuidado a fin de evitar una celada. No obstante, los informes siguieron siendo los mismos: “No hay nadie. El enemigo se marchó”.
Al constatar la noticia fue inevitable que en columnas y pelotones se desatara una alegría desbordante y contagiosa y una gran celebración entre combatientes sandinistas e internacionalistas que se abrazaban con espíritu fraterno, mientras se gritaban vivas y consignas revolucionarias a favor del pueblo y del FSLN.
De inmediato se dieron órdenes para preparar la marcha hacia Managua. De la nada aparecieron camiones y otros vehículos para trasladar a los combatientes, la logística, el armamento y las municiones.
El viaje hacia la capital (unos 140 km.) fue extremadamente lento, miles de personas, hombres, ancianos, mujeres y niños expresaban su alegría abalanzándose (a veces de manera muy temeraria) sobre los vehículos, abrazaban a los combatientes y le daban agua, café y frutas. Era una extraordinaria fusión entre el FSLN y el pueblo y la forma como éste reconocía a quienes habían luchado con las armas en la mano por su liberación. El espíritu de Sandino, de Benjamín Zeledón, de Carlos Fonseca y del danto Germán Pomares cubrían el ambiente de una felicidad envolvente y totalizante.
La alegría era indescriptible, Nicaragua había conquistado su futuro después de décadas de heroica lucha en la que habían caído valiosos hijos del pueblo comenzando por Carlos Fonseca Amador, fundador del FSLN y Comandante en Jefe de la Revolución Popular Sandinista.
Era el día de la victoria. El más hermoso de mi vida, nunca antes y nunca después he sentido algo parecido.
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