Por André Jouffé
Sin duda alguna el delivery ha constituido una fuente laboral para miles de personas a lo largo del país.
Indispensable y legal.
Pero en el ciclón de peticiones de quiebras, cierres de empresas y negocios de todo volumen, hay movimientos de dinero muy interesantes y que muestran el lado B del desastre financiero.
Es histórico que la tierra es un bien más valioso que el papel sean acciones o divisas, sean también elementos prometedores como los bitcoins.
Referencias de diferente índole apuntan que la venta en” verde” de propiedades está casi a fojas cero; sin embargo los paños blancos están siendo adquiridos como pan caliente por la enorme oferta de gente necesitada de efectivo para sobrevivir.
Es uno de los negocios del momento. La venta en blanco es más arriesgada en el futuro para el propietario, ya que la verde promete, predica pero no practica. Y las quejas sobre departamentos comprados y lo que recibe la familia inversora, es pan de cada día. Ya sea por la calidad de la construcción o los metros siempre con tendencia a menos de la vivienda.
Es de imaginar la venta de sueños al comprar en blanco.
Los preguntones están de moda, en barrios donde casas de adobe apenas se mantienen en pie. Constituye esta una inversión a largo plazo dado el detenimiento de la construcción en esos meses de virus.
Un hecho significativo lo constituyen los involucrados en la compra y venta de arte. Si bien las galerías están cerradas, los cuadros se transan en millones de pesos. Sin ir más lejos un pequeño Matta, fue vendido en 800 mil dólares a un empresario periodístico, famoso por su colección. Ésta ha sido facilitada con frecuencia a museos extranjeros y en más de una oportunidad una que otra obra ha sido requisada por Interpol. El motivo: falsificación.
Todo se da en el mundo de Fernand Legros, el gran marchand d’art, amigo del novelista y diplomático Roger Peyreffitte, quien escribió un libro sobre su existencia.
Estas obras se pagan al momento, con transacciones bancarias inmediatas vía internet. Salvo contadas ocasiones, un Antoni Tapie Puig, un Alexander Calder, Marc Chagall o un Claes Oldemburg son plagiados.
Y si nos enteramos de hecho que hay chilenos compradores, podemos subentender que si bien falta circulante en un área, lo hay en otra.
Lo que sí ha quedado en evidencia que la obra de Roberto Matta si bien tiene una alta evaluación en el mercado, sus grabados por ejemplo, en materia de valor, están muy distanciados de sus colegas mencionados.
Sin ir más lejos, en la Galeria Alencon, a un costado del Palais de Monais (Casa de Moneda) en Paris, era posible adquirir un Matta en cuatrocientos mil pesos; en la misma repisa, pues estaban amontonados unos encima de otro, el Calder, a tres millones.
Solo un alcance para redondear que no todo es miseria en Chile. Y que hasta con las lluvias son privilegiados los pudientes, que habitan en los sectores precordilleranos, donde los aguaceros son más intensos y frecuentes que de Plaza Italia-o como se llame en el futuro-hacia el Poniente.