Por André Jouffé
Tuvo precisamente que ser en El Mercurio donde le baja la sinceridad a doña Luisa Durán.
Es decir se sostuvo la teoría de la inclinación de la pareja presidencial 2000-2006 en cuanto a su tendencia reformista y no de transformaciones.
En un matrimonio tan largamente unido como éste, difícilmente Luisa Duran haya podido expresar a corazón abierto lo que leímos sin anuencia del cónyuge:
-El dolor de Lagos de haber sido desplazado por Álvaro Elizalde para la campaña presidencial del 2017.
-Más dolor que no se haya destacado como corresponde su extraordinario mandato durante el cual Chile se desprendió de las pocas riquezas-en todo sentido, llámese carreteras hasta mineras-, continuando un gobierno que bien pudo manejar Hernán Bucchi o Sebastián Piñera. La ventaja de su seudo izquierdismo le permitió ausencia de pingüinos, detractores y en cambio codearse con los Soros y otros empresarios norteamericanos hacia donde lo llevaron en campaña Karen Poniachik y Patricio Navia (tal como con Aylwin y Frei Ruiz Tagle).
-El ex Presidente se lamenta de todo a través de los labios de su esposa quien practicó un nepotismo en favor de su propia familia.
La modernización que se atribuye tiene un nombre, expatriación, entrega, corrupción frenada gracias a un trueque con Pablo Longueira por el caso chispas de José Yuraseck que hubiese salpicado a La Moneda y con lo cual frenaron la investigación de la jueza Carmen Gloria Cevesich.
El llanto del cisne culmina con algo espantoso: no sabe por quién votar el 4 de septiembre Ricardo Lagos Escobar y doña Luisa confiesa de cambias de opinión todos los días.
Los impulsores de una izquierda renovada en el papel se quedaron en palabras y cuando ésta entró en acción con errores y traspiés, dieron el paso al lado. Eso tiene un nombre. El menos grave es amarillo.