Por Jaime Hales
Muchas personas me preguntan acerca de lo que pienso del momento político que vive el país. Vi el último debate de los candidatos presidenciales y me pareció oportuno entregar mi opinión, tan sencilla y directa como la pienso. Hoy no estoy activo en política, pese a lo cual colaboré con mucho entusiasmo en el programa de gobierno de la candidata a la Presidencia de la República elegida por los militantes de la Democracia Cristiana, senadora Ximena Rincón.
Nunca había visto una campaña como ésta, que despertara tan poco entusiasmo en el pueblo y en los propios militantes de los partidos políticos. Esto es el resultado del creciente desprestigio de los políticos, derivado de sus propias actuaciones y de la campaña – orquestada o no – de diversos sectores del país para desacreditar la política. Hablan de “la vieja política”. Esto ha puesto en pie de cierta debilidad las estructuras institucionales afectando la adhesión al sistema democrático.
Equivocan los que hablan de la “vieja política” si es que se refieren a lo que sucedía en Chile antes de la dictadura, pues no solo los debates, sino toda la conversación, la definición de candidatos, la participación electoral, la función de los dirigentes, eran de un nivel mucho más alto de lo que vemos hoy. Esos dirigentes políticos eran “más dirigentes” y mejores políticos.
Pese a ello, vivimos el colapso democrático de 1973, pues en el momento clave hubo decisiones equivocadas del algunos actores y la aplicación de otras definidas de antemano frente a ciertas circunstancias que se consideraban inevitables.
La dictadura fue difícil y su campaña en contra de la política y los políticos resultó eficaz, hasta el punto que las nuevas camadas de políticos terminaron aceptando una Constitución Política y un sistema de leyes que deterioró el ejercicio democrático. Es lo que he llamado en mis libros “la democracia aparente” y que Carlos Hunneus califica como “democracia semisoberana”. Para ellos resultó cómoda pues les aseguraba espacios y poder por tiempo indefinido, control por parte de minorías, espacios para la presión de los grupos económicos, desarticulación de las presiones sociales y las organizaciones populares y todo lo demás que les facilitaría solazarse en una burbuja, mientras en el país se podía consolidar un sistema de desigualdad e injusticia nunca antes experimentado tan crudamente, con los valores propios de la competencia por “tener más”, olvidando la tarea de “ser más”.
El resultado de todo esto ha sido la sociedad que tenemos hoy: agresiva, explosiva, llena de miedos, con más delincuencia que nunca, con jóvenes frustrados, educación deficiente y con todo lo relevante constituido en negocio. Mientras, los partidos son dirigidos por camarillas que no han permitido los cambios necesarios y no trepidan en invocar al pueblo cuando les conviene y traicionarlo cuando hay que alterar una voluntad legítimamente expresada.
Cuando el pensamiento mundial tiende a diseñar una sociedad futura diferente, los constructores de este modelo en Chile – obedientes de los teóricos instalados en sus oficinas de América del norte – creen que pueden seguir tan campantes gozando de las prebendas obtenidas durante los últimos 50 años. Si algún pecado puede atribuirse a la Concertación de Partidos por la Democracia es el de haber sostenido el diseño de un modelo – por miedo a las reacciones de la derecha y de los militares – aceptando que se desprestigiara la democracia y se debilitara el espíritu que llevó al gobierno a esa alianza. Pero todo esto entró en jaque en octubre de 2019 cuando la siesta dela cúpula dominante se vio interrumpida por manifestaciones de un pueblo agotado y que salió de su modorra expresando una rebeldía que nadie podría detener.
En forma lamentable, todo esto trajo como resultado una especie de permiso para hacer lo que se desee cuando el pretexto plausible consiste en el despertar de un pueblo dormido con sedantes indoloros. La violencia de grupos organizados (¿narcos? ¿anarquistas? ¿infiltrados de izquierdas y derechas? ¿meros delincuentes?) ha ido desvirtuando las demandas, de las que se han hecho cargo pequeñas agrupaciones que luchan por sus intereses temáticos.
A esto se añaden la pandemia con las medidas que se han tomado (“debido tomar” algunas y equivocadas otras), un gobierno errático y desconcertado, que presencia el desgrane de su apoyo, desorientación, incertidumbre, miedo incluso, dispersión política, sensación de corrupción y falta de mensajes claros que propongan soluciones. El desorden se ha dejado sentir en el país.
La primaria de la derecha tradicional es ganada por un ambicioso y audaz político que no tiene tradición derechista; ello permite que la figura de Kast, pinochetista, radical de derecha, se alce con mayores expectativas y reciba el apoyo de parlamentarios de los diversos partidos de la alianza gobernante; en la izquierda es derrotado el Partido Comunista por una agrupación de partidos muy variopinta en la que confluyen intereses diversos y a veces hasta contradictorios; su líder, falto de experiencia pero no de intenciones, se muestra más moderado que la mayoría de sus seguidores, cauteloso y prudente; la ex Concertación revive sólo cuando los socialistas y el PPD son humillados por la izquierda que no los acepta en su primaria y deben ir hacia la DC, que a su vez es humillada por estos socios que regresan, al vetar a Rincón, candidata elegida por las bases, para ir a una primaria en la que Provoste, también DC, arrasó.
La campaña no entusiasma a nadie y a mí me asusta que este proceso termine con un desasimiento democrático que dé alas a los que quieren alentar soluciones golpistas ya conocidas por nosotros. Si vota muy poca gente, escenario posible y probable, el que sea elegido quedará debilitado.
Por lo tanto, en el mes que queda, LA PRIMERA TAREA DE LOS DEMÓCRATAS ES INTENTAR QUE VOTE MUCHA GENTE, POR CUALQUIERA, EN BLANCO O NULO, PERO QUE VOTEN LOS CHILENOS.
El debate demostró las limitaciones de los actuales políticos más destacados. Dejaron en evidencias irritabilidad extrema, faltas de respeto constantes a sus contertulios, provocaciones personales y poca claridad en la expresión de sus propuestas programáticas. Kast, Provoste y Boric fueron los menos imprecisos. Aunque el pésimo formato no permitía explayarse, ellos pudieron hacer un esfuerzo de síntesis y entregar contenidos claros. Estos tres lo intentaron, pero los otros estuvieron lejos de ello.
Es evidente que hay un problema de formato, pues lo que interesa a la televisión es más la espectacularidad, el lucimiento de los periodistas: hacer caer en trampas a los candidatos, mostrar debilidades, más que permitir que se exhiba y explicite el pensamiento de cada uno. No se trata de mostrar lo que propone la persona, sino sus contradicciones; no se intenta que diga lo que sabe, sino que quede en evidencia lo que no sabe. Todo esto presentado en una especie de “late show” de trasnoche, como sucede con muchos pensamientos, estilos y personajes en estos tiempos.
El debate nos revela que ninguno de los candidatos está a la altura de los grandes lideres y por mucho que Piñera y otros dirigentes hayan hecho descender la cota, esperábamos más propuestas que oportunismo. Pero uno de ellos deberá ganar y ocupar la Presidencia de la República, momento en el cual los liderazgos reales se traspasarán a los equipos de apoyo y decisión en los ministerios, con más o menos apoyo en el Congreso Nacional.
Cuando votemos en noviembre, los chilenos debemos pensar, más que en la persona que podrá ejercer la Presidencia, en los equipos que la acompañan, la solidez de las propuestas, la voluntad de conciliar, los respaldos legislativos y la capacidad de llegar a entendimientos entre las distintas fuerzas de la política nacional.
Hoy las conductas del mundo político llevan a la confrontación. Muchas agresiones personales, muchas falsedades, mucha consideración superficial y tergiversaciones. Hay que ir en el camino inverso: buscar que vayamos buscando un mínimo común ético de la sociedad y estableciendo un modo de relacionarnos que refleje que somos integrantes de una “comunidad de habitantes” de un país.
Cualquiera que gane tendrá dos opciones: o intenta un gobierno mayoritario, para lo cual será necesario reevaluar y rediseñar los programas, constituir alianzas sobre compromisos y proyectos reales; o intentar gobernar contra viento y marea con la alianza que le permitió triunfar, lo que nos ofrecerá diversos escenarios, algunos de ellos ya padecidos por Chile.
Salvo que algo suceda antes, como fue en 1964, cuando la derecha, por miedo a Allende, terminó apoyando al candidato demócrata cristiano. Aunque el escenario más probable es que, como en 1970, sea la soberbia la que haga perder a los que se creían triunfadores y las cosas tomen un rumbo conocido.
Si gana Boric, en este segundo escenario deberá confrontarse a poco andar con parte de su base de apoyo, especialmente el PC, que ya amenazó con cobrar la modificación de “una coma del programa”. Sus opciones allí estarán en modificar esa alianza con nuevos integrantes (los que hasta ahora el Frente Amplio ha rechazado) o seguir la línea de un programa que contempla medidas que el propio joven político ha intentado suavizar o relativizar. Ese conflicto puede despertar a una derecha violenta y golpista que no aceptará que se vaya contra sus intereses.
Si ganan Sichel o Kast, sin duda habrá una radicalización de posiciones y ya no solo los agitadores de estos años que han salido a las calles a provocar destrucción estarán actuando, sino que comenzará un clima más generalizado de agitación política y es probable que los problemas económicos se agudicen.
Tal vez el único escenario en que las cosas se vean con más calma es el eventual triunfo de Provoste, porque ella en lo personal ejerció su presidencia del Senado con una clara disposición dialogante y en búsqueda de acuerdos, demostrando que cree que la democracia no es solo un espacio de confrontación electoral, sino sobre todo uno para buscar acuerdos que permitan avanzar hacia una sociedad más justa y libre. Si ella y su equipo se tientan con hacer un gobierno excluyente puede terminar paralizada.
Necesariamente hay que intentar coincidencias con los demás grupos del país para ejercer no solo desde el Congreso una gestión democrática, sino sobre todo en cargos del ejecutivo. Esto debe ser así cualquiera que sea la persona que gane la presidencia.
Yo votaré por Yasna Provoste, no sólo por sus condiciones personales, sino sobre todo porque la alianza que la acompaña, con todas las limitaciones que pueda tener, da más garantías que las otras acerca de la profundización y fortalecimiento de la democracia.
No cabe duda que es necesario avanzar en las transformaciones, pero no deben descuidarse las medidas que aseguren la inversión, el crecimiento, la incorporación de miles de personas a la actividad productiva, no tan solo como asalariados, sino como pequeños empresarios. La capacidad creativa de los chilenos merece una oportunidad.
Chile necesita un respiro. Restablecer ciertas pautas de orden, líneas claras de acción, recuperación de los espacios públicos, son indispensables para que el país vuelva a tomar un ritmo de progreso, esta vez con más justicia, más libertad real, más reconocimiento de derechos, más igualdad de oportunidades, mejores ingresos, más desarrollo de la cultura y del arte.
El objetivo principal del nuevo gobierno debe estar en poner en marcha la nueva constitución política y comenzar a construir la paz entre los chilenos, es decir, sentar las bases de la fraternidad y la solidaridad, indispensables para que la construcción de un nuevo orden social sea posible en el más breve plazo.
Miremos la historia y no repitamos los errores que como sociedad cometimos en el pasado.