Por Luis Casado
La institucionalidad legada por la dictadura, adoptada, perfeccionada y eternizada por la costra política parasitaria, hace pensar en un Laberinto del que es imposible salir. El engendro jurídico antidemocrático dispuso reglas tan complejas y enrevesadas que solo profesionales de la trampa, el truco y la pillería logran –no siempre– ejercer algunos derechos dizque democráticos.
En Atenas –inventora de la democracia– bastaba con ser ciudadano para concurrir al Ágora, hacer uso de la palabra y postular a alguna responsabilidad. La decisión era tomada libremente por los ciudadanos presentes, que dirimían entre las alternativas posibles sin ninguna otra exigencia que la de ser ciudadanos. Muy frecuentemente, la decisión de entregarle una responsabilidad a uno de sus pares era tomada por sorteo.
En la primera democracia conocida, el sorteo era preponderante en todas las instituciones ejecutivas y jurídicas. El procedimiento duró milenios. El sorteo fue utilizado por las repúblicas italianas para designar las autoridades, y en Suiza para luchar contra la corrupción de tales autoridades. En el Siglo de las Luces el sorteo fue promovido por Montesquieu y por Jean-Jacques Rousseau, muy renuentes a la democracia parlamentaria y decididos partidarios de la democracia directa.
Jaime Guzmán, geniecillo perverso, hizo trabajar el magín para hacer de modo que si alguna vez los opositores de la dictadura llegaban al gobierno, se viesen obligados a hacer lo mismo que hacían Pinochet y sus esbirros civiles y militares. Como ahora sabemos, los opositores comprendieron todo el partido que podían sacar de tal marco (de hierro) jurídico, y abrazaron la causa de sus antiguos represores con un entusiasmo y un ardor dignos de admiración.
Dédalo, diseñador y constructor del Laberinto de Creta, sabía que una vez adentro era imposible salir. Imposible, a menos de volar, cosa que en el siglo IV Antes de nuestra Era… no Era muy común. Para decirlo de otro modo, había que salir por arriba, eludiendo la complejidad del Laberinto, haciendo caso omiso de sus trampas arquitectónicas, reduciendo a la impotencia el producto de su propio ingenio de creador de meandros, marañas y embrollos.
Dédalo optó pues por una solución que tal vez le fue inspirada por otro griego famoso: Alejandro el Grande, quien –si oso escribir– cortó por lo sano para resolver la cuestión del nudo de Gordias: lo cortó con su espada. De ese modo el nudo gordiano, –por construcción imposible de desatar–, desapareció y los truenos y rayos que cayeron esa noche fueron interpretados como la ruidosa aprobación de Zeus. Dédalo salió del Laberinto por arriba, negándolo.
Las soluciones que la costra política parasitaria encuentra para operar dentro de su propio Laberinto no son ni tan elegantes, ni tan ocurrentes.
Para satisfacer la exigencia del refichaje de cada partido político, “el Servicio Electoral (Servel) determinó que los partidos podían refichar a sus antiguos militantes enviando solo una fotocopia de Carné de Identidad del supuesto interesado por correo electrónico”. (CIPER: Refichaje ilegítimo de partidos: el blanqueo de la corrupción política que nadie quiere tocar. 16/09/2019).
La decisión tiene autor: “el (entonces) presidente del Consejo Directivo del Servel, Patricio Santamaría, quien al mismo tiempo es militante DC y que, con su decisión, le ahorró el problema a su partido –y a todos los demás– para que resultara más fácil el proceso de reciclaje.” (CIPER. Op. cit).
De ese modo, en un país que hace puñetas de la mañana a la noche con la transparencia, reina la opacidad. Es el momento de decir que el Servel es una de las patas del encatrado inventado para excluir a la ciudadanía de las decisiones que le conciernen. Piñera, en una de sus más elevadas cumbres de la sinrazón, puso a la cabeza del Servicio Electoral a un experto en democracia: el general Juan Emilio Cheyre, poco después condenado por crímenes contra la Humanidad. Tal nominación, –aceptada sin chistar por toda la costra política parasitaria, incluyendo a la sucesora de Sebastián Piñera en La Moneda Michelle Bachelet–, da la medida de la degradación moral en que sumió a Chile la Constitución ilegítima.
Hace unos días, asistimos atónitos al infamante espectáculo del rechazo por el Servel de la candidatura presidencial de Diego Ancalao: las inextricables reglas en vigor generaron una oportunidad de negocio: un mercado como se pide. El negocio consiste en reunir, a título oneroso, por cualquier medio al alcance de ávidas manitas, las firmas, respaldos y apoyos necesarios para satisfacer las condiciones impuestas para ser candidato. Ancalao, que no es un niño del coro, ni un ET recién llegado del espacio sideral, contrató –según dice– los servicios de un especialista que resultó ser un delincuente convicto y confeso, amén de ya condenado por la Justicia.
La costra política parasitaria se cachondeó (demasiado pronto) de las vicisitudes de un transeúnte político sin cubil estable conocido, y aun más de quienes –conociéndole de apenas un mes según declaró uno de sus irresponsables– le ungieron candidato.
No hay que escupir p’al cielo, dice el proverbio. Unos días más tarde los titulares de la prensa santiaguina dejan con el culo al aire a los desdeñosos arrogantes que se mofaron del weichafe:
“Partidos políticos y el Servel se enfrentan luego de inédito rechazo a más de 200 candidaturas”– “Peligran postulaciones de representantes de Apruebo Dignidad y republicanos al Senado y la Cámara” – “Ambos bloques coincidieron en acusar al Servicio Electoral de problemas técnicos y de un supuesto ‘cuoteo’ de su consejo”.
Entre quienes ven peligrar sus candidaturas figuran políticos avezados, maestros de la navegación en las aguas procelosas de una institucionalidad que quieren tanto que nunca tuvieron reparo en hacerse elegir en ese marco maloliente e ilegítimo.
¿Cuáles son las razones por las que el Servel rechaza tanto candidato con solera?
Para ser franco, me vale madre. ¿Qué importancia tiene? Se trata del mismo ‘engendro jurídico antidemocrático (que) dispuso reglas tan complejas y enrevesadas que solo profesionales de la trampa, el truco y la pillería logran –no siempre– ejercer algunos derechos dizque democráticos’.
Las reacciones no se hicieron esperar. Un neofascista como Kast acusa al Servel de sabotaje electoral, nada más, nada menos. Los otros, los buenos alumnos obedientes y respetuosos de la institucionalidad heredada de la dictadura, echan mano al recurso tinterillero que ha hecho la celebridad de nuestro bello país con vista al mar.
Y si para evitar que candidaturas tan eminentes y tan extraordinariamente valiosas como las de Guillermo Tellier y de Gonzalo de la Carrera se pierdan en el fárrago de la papelería burocrática (dios nos libre y nos guarde) es preciso organizar una cocina de urgencia, ¡pos eso!
Mientras tanto, la Convención Constitucional, hija bastarda de otro acuerdo bastardo, puede votar cien capítulos más de sus extravagantes reglas internas antes de abocarse a la redacción del Art. 1º de la Constitución que todos esperamos: a la costra política parasitaria le vale verga.
Yo reconozco que de estas cosas no entiendo mucho, pero Dédalo aun es conocido y célebre 25 siglos después de sus hazañas arquitectónicas. Algo me dice que él, que sabía de qué hablaba, sigue teniendo razón: el Laberinto hay que negarlo. Hay que pasárselo por las amígdalas del sur. La salida está por arriba y la escalera que lleva al cielo está en Plaza de la Dignidad…