Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
En una reciente ceremonia de graduación de la academia militar de West Point, el pasado sábado 13 de junio el presidente de Estados Unidos, Donald Trump anunció el fin de la época de “las guerras interminables”, resaltando que Estados Unidos no es “la Policía del mundo”. Trump dijo además que el trabajo de los soldados estadounidenses “no era reconstruir naciones extranjeras”. Aseveró que con esta decisión Estados Unidos estaba terminando la era de “guerras interminables” y que en su lugar se establecerá “un enfoque renovado y claro para defender los intereses vitales de Estados Unidos” porque no era responsabilidad del ejército de su país “resolver conflictos antiguos en tierras lejanas de las que mucha gente nunca ha oído hablar”. Y recalcó: “No somos los policías del mundo”.
Una mirada de soslayo a estas declaraciones podría hacer sobrevenir la anhelada idea de muchos de que Estados Unidos va a abandonar su carácter agresivo e intervencionista. Craso error, en el mismo discurso Trump advirtió que las fuerzas armadas tras años de “recortes presupuestarios devastadores” (lo cual es totalmente falso como lo señalan las cifras) y un Ejército que “quedó totalmente agotado por estas guerras interminables”, va a recibir una inversión de dos billones de billones de dólares de su gobierno para transformarla “en la fuerza de combate más poderosa, con mucho, en el planeta tierra”.
Los números desmienten a Trump. Si se analiza el gasto militar de los últimos años. Según un artículo publicado por James Petras en marzo de 2017, en “Humanidad en red”, Bill Clinton incrementó el presupuesto bélico de 302 mil millones de dólares en 2000 a 313 mil millones en 2001. Bajo el presidente Bush hijo, el gasto militar se disparó de 357 mil millones de dólares en 2002 a 465 mil en 2004 y a 621 mil millones en 2008. Durante el mandato del presidente Obama el gasto militar siguió creciendo de 669 mil millones en 2009 a 711 mil en 2011 para luego “descender” a 596 mil en 2017 aunque esto es relativo si se le agrega el aumento de 25 mil millones para el programa de armas nucleares del departamento de energía y otros gastos de monto desconocido destinados a las “Operaciones de Contingencia en el Exterior” que son las guerras de Estados Unidos en Afganistán, Irak, Siria, Yemen, Libia y muchos otros países lo que llevó a que el gasto militar del Premio Nobel de la Paz se elevara en sus ocho años de presidencia en más de 816 mil millones respecto del de George Bush hijo.
Por su parte, en su primer año de gobierno, Trump, solicitó un aumento para llevarlo a 650 millones elevándolo sucesivamente hasta 723 mil millones en 2019 y 738 mil millones en 2020, según los informes del prestigioso Instituto Internacional de Estudios para la Paz (SIPRI) de Estocolmo, Suecia.
Vale decir que China, que ocupa el segundo lugar en la lista, también incrementó en un 6,6% sus gastos militares durante el año pasado, cifra similar a la de Estados Unidos. Sin embargo, el presupuesto militar total de Beijing es de 181.000 millones de dólares, casi cuatro veces menor que el de Washington.
Al respecto Lucie Béraud-Sudreau, investigadora del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) para Defensa Económica y Adquisiciones con sede en Londres, Inglaterra ha señalado en una publicación de blog relacionada al reciente informe de SIPRI que el aumento del presupuesto militar de EE.UU. en 2019 fue el mayor en los últimos 10 años, y que este “gasto ha subido año tras año desde que el presidente Donald Trump asumió el cargo”.
Béraud-Sudreau señaló que: “Si bien el gasto sigue aumentando en China, el ritmo de crecimiento se está desacelerando” en el país asiático. Esto significa que la brecha de gasto militar entre Washington y Pekín es ahora más ancha según la información aportada en la evaluación anual que realiza el IISS.
Según Petras, el aumento del gasto militar propuesto por Trump da continuidad a la trayectoria de Obama en esta materia, destacando que el mayor incremento fue el destinado a aviones de combate indetectables por radar, submarinos nucleares y portaaviones, claramente destinados a enfrentamientos con Rusia, China e Irán. Las tres cuartas partes del presupuesto fueron destinadas a la Armada y la Fuerza Aérea. Bajo la presidencia de Obama, la escalada de armamento no tuvo como objetivo el combate contra “grupos terroristas” que amenazan la seguridad de Estados Unidos como habitualmente señala la gran prensa desinformadora, sino contra China y Rusia.
Estas cifras desmienten lo dicho por Trump en West Point y dejan claramente establecido que Estados Unidos no está modificando su talante imperialista, al contrario, está visto que si fuera necesario destruir el planeta para mantener su hegemonía, lo va a hacer sin contratiempos. Sin embargo, es menester considerar que desde la particular visión de Trump, la guerra y el conflicto que le garantizan esa condición, deben ser financiadas y no necesariamente por el contribuyente de su país. Eso es vital para “hacer a Estados Unidos grande de nuevo”.
En estos términos es que finalmente todo se circunscribe al plano económico. Trump aspira a que el mundo le pague por lo que él considera la responsabilidad estadounidense de salvaguardar la seguridad del planeta. ¿De quién? De cualquiera: narcotraficantes, Irán, Huawei, migrantes, Venezuela, comunistas, Rusia, negros, China y un largo etcétera que incluye a la OMS, la UNESCO, el cambio climático, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y toda la estructura multilateral que el mundo se ha dado para salvaguardar y mantener la paz en el globo.
Esta doctrina ha quedado prístinamente expuesta en la también reciente confrontación de Trump con Alemania, uno de sus principales “aliados” en Europa, al que trata como país subordinado, más allá de débiles susurros discordantes emitidos con sumiso temor por alguno de sus dirigentes.
Al anunciar la reducción del contingente militar estadounidense en el país germano, Trump denunció que: “Alemania, como saben, es morosa en sus pagos a la OTAN”, toda vez que según él Berlín debe “miles de millones” de dólares a la alianza.
En la lógica de Trump, no es aceptable que Alemania le pague a Rusia esos miles de millones de dólares por energía, mientras que Estados Unidos la debe proteger de la misma Rusia. Según el presidente de Estados Unidos “eso no funciona” lanzando al aire la pregunta de “¿Por qué deberíamos hacer lo que estamos haciendo si no pagan”?.
La respuesta vino de parte de la embajadora alemana en Estados Unidos Emily Haber. Según la agencia de noticias británica Reuters, la diplomática afirmó que las tropas estadounidenses están en Europa para defender la seguridad transatlántica y ayudar a proyectar el poder de Estados Unidos en otras naciones, agregando además que “nuestra cooperación en asuntos militares y de seguridad siempre ha sido muy estrecha y lo seguirá siendo”, aclarando que “las tropas estadounidenses […] no están allí para defender a Alemania. Están allí para defender la seguridad transatlántica […] También están allí para proyectar el poder estadounidense en África, en Asia”.
Dicho en otras palabras, Alemania sí está pagando al aceptar que Estados Unidos estacione tropas en su territorio para que desde ahí, tengan facilidades para intervenir militarmente, atacar otros países y hacer operaciones que “proyecten el poder de Estados Unidos hacia otros territorios”, refiriéndose de manera subrepticia pero perfectamente comprensible a Rusia. Además, la embajadora de forma sutil le pregunta a Trump si le parece poco el pago que hace Alemania al darle vía libre a Estados Unidos para que desde Europa pueda invadir los países de África y Asia.
Volviendo al discurso de Trump en West Point, habría que resaltar que en otra parte de su alocución, el presidente hizo una sorprendente confesión cuando dijo que “de ahora en adelante, combatiremos solo para ganar”, lo cual no deja de ser asombroso toda vez que nadie combate para perder.
A no ser que Trump se refiriera a aquellas ocasiones muy comunes en la historia de Estados Unidos cuando sacrificaron la vida de sus soldados para tener una justificación que les permitiera desatar la guerra en algunos casos, o, en otros, cuando concibieron y divulgaron información falsa a fin de convencer a su estupidizada opinión pública de la “necesidad” de involucrarse en esos “conflictos antiguos en tierras lejanas de las que mucha gente nunca ha oído hablar” según palabras del propio Trump.
En este ámbito, se puede recordar la explosión del acorazado Maine en febrero de 1898 en la bahía de La Habana y el ataque japonés a Pearl Harbor en Hawái en diciembre de 1941. En otro escenario, es viable referenciar la serie de acontecimientos provocados en el golfo de Tonkín (ubicado en la costa de Vietnam) en agosto de 1964 que “justificaron” la intervención militar de Estados Unidos. De igual manera la invasión a Granada en octubre de 1983. Todas, a partir de auto ataques, información falsificada o el sacrifico conciente de sus soldados en La Habana y Pearls Harbor.
Más recientemente, los sucesos ocurridos en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001 le dieron a George Bush el momento histórico y la oportunidad “perfecta” para atacar primero a Afganistán en octubre del mismo año en la búsqueda de Osama Bin Laden que no se encontraba en ese país, además de invadir a Irak dos años después para derrocar a uno de los “enemigos” de su nación, con el argumento falso de que este país poseía armas de destrucción masiva, nucleares, biológicas y químicas, así como ser una de las naciones que albergaba y “protegía” a grupos terroristas, entre ellos Al Qaeda, a quién responsabilizaba por el ataque contra las torres gemelas. Todo resultó ser falso o, pensando en términos de la doctrina Trump, estaban perdiendo para después ganar.
Todo indica que en la doctrina Trump dada a conocer en West Point, ganar significa hacer lo mismo sin arriesgar a sus soldados, en esa medida prevalecerán los asesinatos selectivos como en el caso del general Soleimani en Irak; los bloqueos de países como Cuba y Venezuela; las sanciones de todo tipo como las que se aplican a los dos países anteriores, además de Irán, Siria, Rusia, China, la República Popular Democrática de Corea y una treintena más de naciones de todo el mundo; los ataques con drones que evitan bajas propias, como es ya habitual en el Asia occidental y la subordinación mediante presiones y humillaciones a sus aliados de Europa, Canadá, Australia, Japón, India y Arabia Saudí. En esta ecuación, el único intocable es Israel, país en el que está dispuesto a soportar a cualquier costo al primer ministro corrupto Benjamín Netanyahu a cambio de que la entidad sionista sea el pilar sobre el que se sostiene la política de Estados Unidos en la vital región de Asia Occidental y el norte de África.