Por Luis Casado
Ya te conté que vivo en una aldea de menos de 40 habitantes, en el campo, a unos 80 km de París. Toda la Comuna de Blennes, incluyendo sus 17 aldeas, logra reunir unos 700 habitantes. Sin embargo…
Muy cerca está Samois-sur-Seine, lugar en el que Django Reinhardt impuso el jazz manouche en los años 1940. Gitano cuyo hogar era una casa rodante, un incendio le quemó la mano izquierda e inmovilizó dos de sus dedos. Lo que no le impidió desarrollar sus propias técnicas de guitarrista inigualable e inigualado y seguir siendo hasta el día de hoy uno de los más respetados músicos de la historia de Francia. En Samois, justamente, cada año, en la primavera, se lleva a cabo un masivo Festival de jazz manouche… El Festival Django Reinhardt, con decenas de artistas que vienen del mundo entero.
Los vecinos del frente, dos jóvenes pianistas de Conservatorio, organizan conciertos cada mes, invitando a músicos de diferentes sitios de Europa. En la vieja casona de piedra dos pianos de cola ocupan buena parte del salón. El miércoles pasado, tres tatitas ingleses vinieron desde la pérfida Albión y nos ofrecieron un concierto de progressive jazz.
En plan John Coltrane me dijo un vecino que entiende algo del tema. Alucinado al inicio, poco a poco fui entrando en los endiablados ritmos del percusionista, las voladas del saxofonista y los muy apañados arpegios del tecladista. Todo muy regado de buen whisky disimulado en inocentes envases de agua mineral…
Detrás de mi añosa y decrépita casa se encuentra Le Petit Univers de Blennes, un boliche que aquí llaman Pub, al que vienen cada jueves y viernes por la tarde los paisanos y habitantes de la Comuna. Traen sus guitarras, piden unas birras, y suenan las voces y las bordonas hasta tarde.
El arte, la cultura (y el mosto…) no andan nunca muy lejos de Blennes…
Este fin de semana hubo un modesto festival de primavera. Música, bailes, circo, juegos para los niños, algo para beber y para comer (estamos en Francia), y la culminación de la fiesta fue una obra de teatro. De teatro callejero. Théât’ de rue, como dicen sus actores, aquí, en la aldea, y en la jodida calle.
Dos artistas: un actor y un músico. Ambos espectaculares. El actor, Gildas Puget, conocido en la profesión del teatro callejero como Tchou (pronunciar Chú), nos hizo reír y llorar, reír con su inteligencia, y llorar de alegría, de emoción, de pena, de felicidad, y al mismo tiempo pensar, pensar, pensar… como que el texto es suyo, la obra digo, esa cuyo título es Jogging.
Jogging es una suerte de buzo de entrenamiento, aunque la palabra designa también el deporte que consiste en trotar. Correr. Correr… ¿detrás de qué?
Jogging, la obra de teatro, es una travesía del tiempo en un viaje distópico que corre hacia atrás. La distopía es una representación ficticia de una sociedad futura, de características negativas causantes de la alienación humana. Pero nuestra alienación presente no está en el futuro… Así, el texto nos hace visitar el año 2118, y de ahí regresar poco a poco hasta 1789. En cada escena el personaje aparece vestido con un jogging (buzo) diferente, que nos muestra a nosotros mismos, -la sociedad en que vivimos-, completamente desnudos.
Un hilo conductor: todos corremos detrás de la libertad, pero… ¿cómo atraparla? Mejor aún: si logramos atraparla… ¿de qué nos haremos responsables?
Un texto poético/filosófico, que por momentos cobra propiedades de ácido sulfúrico, nos interroga a lo largo de toda la obra.
“A lo largo de nuestras vidas, corriendo tras la libertad, perdimos mucho tiempo, y terminamos por perdernos nosotros mismos…”
En 1789, o más bien en 1793, la Comuna de París hizo inscribir en los frontispicios de los municipios, de todos los edificios públicos y de los monumentos a los caídos, la conocida consigna: Libertad, Igualdad, Fraternidad…
Hasta ahí… yo mismo. Pero el autor/actor nos interroga una vez más. “¿Tú sabes cómo se terminaba realmente ese lema?”
Estupefacción en la asistencia, -sentada en el suelo, en tablones, en su reverendo culo, te recuerdo que esto es teatro callejero-, que no sabe, no opina, no responde.
Y Tchou hunde el clavo que nos eriza la piel, porque lo olvidamos en el camino… La consigna de la Revolución Francesa, completa, dice:
Libertad, Igualdad, Fraternidad… o muerte
Porque había que seguir luchando para que nunca, nadie, nos arrebatase el privilegio de vivir en el país del Contrato Social, ese que establece la Libertad para todos, la Igualdad de todos, y la Fraternidad entre todos. Y para lograrlo, en caso necesario, hay que entregar la vida.
Presente en el tiempo de la actuación de Tchou, mi memoria -simultáneamente- me llevó a 1973… época en la que también corríamos detrás de la libertad…
Y en la que un puñado de traidores, al servicio de una potencia extrajera, sacrificó al más grande Presidente que nunca tuvo Chile, y a miles y miles de compatriotas, hombres, mujeres, jóvenes y niños…
Un Presidente y compatriotas que no habían olvidado que el valor de las consignas reposa en la lealtad de cada cual a sus convicciones, a su palabra, a la nobleza de sus propósitos, a sus responsabilidades, a su deber, a su integridad.
Profundamente conmovido como todos y cada uno de los presentes, -incluyendo a Pascal, nuestro Alcalde-, me acerqué después a Tchou, para tener el privilegio de felicitarle. Y le compré un libro suyo, Frères d’Art, juego de palabras que modifica el conocido Hermanos de Armas en Hermanos de Arte.
Tchou tuvo la amabilidad de dedicarme el libro, ahí, en la calle, improvisando, lo que debe ser parte de sus talentos de actor. He aquí lo que escribió:
A la luz de las estrellas, al reflejo de nuestros ojos
que allí se incendian con fuegos de alegría,
y que nuestras luchas felices
cuelguen la esperanza en el firmamento!”
Como te decía, Blennes es una aldea de menos de 40 habitantes…