Por Fernando Curiqueo
Y mientras camino voy rumiando ideas. Luego las apunto en un papel y saco de ahí un libro que se vende como pan caliente. Cómo les tomo el pelo a estos imbéciles que llenan mi cuenta en el banco.
Escombros, Fernando Vallejo.
Siempre me sucede que cuando estoy a punto de terminar de leer una novela o cualquier otra obra del género narrativo, digamos, me faltan veinte, diez o siete páginas para llegar al final, mi estado de ánimo se ve alterado. Me invade una suerte de pesar si es que el texto me ha interesado, me ha hecho reflexionar y, sobre todo, me ha generado placer. Mentalmente exclamo, por qué se tiene que terminar. Me sucedió, por dar sólo un ejemplo, con El Cementerio de los libros olvidados, la tetralogía de Carlos Ruiz Zafón. En cambio, cuando se trata de una obra que a medida que he ido avanzando en la lectura me ha parecido de poco interés, siento una suerte de alivio y satisfacción por haber sido capaz de terminar de leerla, a pesar de todos los reparos que me produjo. Esto último me sucedió con El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero.
¿Cómo definir este trabajo de la escritora española dentro de la narrativa? Rosa Montero se refiere a él como el libro. En mi opinión, es un ensayo salpicado de tosca y poco imaginativa ficción. Así me ha parecido lo que relata sobre una hermosa mujer llamada Bárbara, ya fallecida, que fue esporádicamente parte de su experiencia de vida a lo largo de tantos años y que culmina con un inminente encuentro con Juan Pablo Jovellanos, el hermano de esa hermosa mujer que la acosó de modo tan peculiar y con el que espera establecer una relación de pareja. Tomadura de pelo al lector de baja estofa. Leí hace mucho tiempo atrás La loca de la casa y no he podido dejar de pensar que El peligro de ser cuerda, se le parece. Rosa Montero escribe en el apartado Tiempo de Regalos, de su El peligro de estar cuerda: “En la vida real solo tengo un hermano, mi querido Pascual, cinco años mayor que yo. Pero en mi vida imaginaria (en esa otra realidad de papel que he ido construyendo dentro de mi cabeza) abundan las figuras fraternas femeninas. Hay una melliza mía en La loca de la casa que es esencial para la trama y a la que además dedico el libro; y en El corazón del tártaro y en La carne hay otras dos hermanas que son importantes y que funcionan como reflejos invertidos de las protagonistas” (p.185). Y ahora en esa realidad de papel suya Rosa Montero se inventó a esa hermosa acosadora, la Otra, como la denomina.
¿De qué trata el libro? Rosa Montero lo explica así: “De la relación entre la creatividad y cierta extravagancia. De si la creación tiene algo que ver con la alucinación. O de si ser artista te hace más proclive al desequilibrio mental…”. (p.13). En fin es un libro sobre creación y locura. (30). En el apartado El Gran Baile nos devela cómo se comenzó a gestar este libror: “Llevo décadas pensando en estos temas. Reflexionando sobre la creatividad y la locura. Hasta que, hará unos tres años, empecé a tomar notas sistemáticas, ya con la intención de escribir un texto”.
“Llevo toda la vida intentando entender por qué escribimos los que escribimos, y a lo largo de los años me he ido haciendo con una pequeña colección de hipótesis que no se contradicen, sino que pueden sumarse”, cuenta (p. 33-34). Nótese que se refiere a los que escribimos. Aborda aquí, a partir de sucesos traumáticos y fatales de algunos escritores y creadores, el concepto de disociación: “una de las hipótesis que he ido desarrollando durante décadas para intentar explicarme por qué escribimos está relacionada con los traumas sufridos en la infancia . Fue algo que descubrí gracias a mi afición a leer biografías, autobiografías y diarios, sobre todo de personajes relacionados con la creatividad”. (p. 51-52). Cita a la psicóloga Lola López Mondéjar, que en su libro Literatura y psicoanálisis escribe <<la salida creativa tiene su origen en un encuentro precoz con lo traumático>>. A partir de esta afirmación relata Montero, la psicóloga “explica que la disociación es… una de las principales defensas frente al trauma, de modo que en el niño que sufre se produce una división de la subjetividad entre una parte lacerada o destruida y otra parte que cuida del herido”. (p. 55). Según Montero, la disociación no necesariamente es consecuencia de un suceso traumático, pues, explica, “existe la posibilidad de que seamos personas más disociadas que la media, o al menos más conscientes de nuestra disociación…” (p.33) Y cita para respaldar y graficar esta idea a la escritora norteamericana ya fallecida Ursula K. Le Guin: <<Creo que la mayoría de los novelistas a veces tienen la consciencia de que contienen multitudes […]. No suscriben el sentido común en materia de qué cosa es el yo… En casi todas las personas, los desdoblamientos de esa clase pueden indicar cierta locura […] pero los escritores de los que vengo hablando eran gente muy eficiente en sus dos encarnaciones, la de carne y la de papel>>.
[No puedo dejar de hacer notar que Rosa Montero en ninguna parte de su libro cuenta que haya sufrido algún trauma en su infancia, al contrario creció en una familia bien constituida y, diría yo, feliz. Esto se puede concluir al leer el artículo suyo en El País, del 11.8.2006, incluido junto con una reseña dedicada a su papá, Pascual Montero, que fue torero, en Portal Taurino. Portaltaurino.net].
Nos devela: “En la Universidad Complutense de Madrid me enteré que sufría crisis de pánico, y de que era un trastorno neurótico de lo más común, algo así como la gripe de los desequilibrios mentales (p. 23). Nótese que siendo metafórica, la comparación que hace Rosa Montero marca una contundente diferencia entre crisis de pánico (gripe de los desequilibrios mentales) frente a otros desequilibrios mentales. Luego entra a explicar: A mí, en esta lotería de cerebros raros (…) me ha tocado un dulce, un premio, un tesoro. Una dolencia mental leve y no incapacitante de la que en realidad estoy muy agradecida, porque me permitió conocer una parte de la existencia de una vastedad y una intensidad sobrecogedoras… Mis ataques de pánico han sido como una excursión razonablemente segura y sin verdadero peligro al otro lado del turbulento río de la psicosis” (p. 23-24). Cuenta que tuvo ataques de pánico desde los diecisiete hasta los treinta años, “no todo el tiempo, por fortuna, porque hubieran sido bastante inhabilitantes, sino articulados en torno a tres períodos” (p. 17). También cuenta que nunca utilizó ansiolíticos, no recurrió a los médicos especialistas (salvo tres sesiones de psicoanálisis) y nunca tuvo pensamientos suicidas.
En el apartado Contra el miedo, responde a la interrogante de por qué desaparecieron de repente a los treinta años los ataques. Leemos: “Pues bien, no dispongo de una respuesta definitiva, pero tengo una hipótesis que, cuanto más la pienso, más evidente me parece. Dejé de tener crisis de terror y de despersonalización justo después de sacar mi primer libro, es decir cuando empecé a publicar ficción de manera habitual y estoy convencida de que ambas cosas están relacionadas”. Pero, según su hipótesis, no es suficiente que escribas ficción, sino que es una condición sine qua non que te la publiquen, que te lean. “Que los otros la comprendan y la acepten” (p. 155-156). ¿Y la compren?, pregunto yo. O sea, a partir de la información que entrega respecto a su experiencia personal cabe dos posibilidades: que lo suyo no fue nada grave, apenas una gripe, o que se trata de pura ficción.
Es a partir de esta personal experiencia (real o inventada) y, como ya señalé, de una gran cantidad de material sobre temas de psiquiatría, psicología, neurología, biografías, autobiografías, diarios, etc., que leyó, confiesa, como una posesa, que Rosa Montero se propone mostrar la relación que se da, según sus hipótesis, entre creación y locura. Para ello recurre a casos de escritores y creadores artísticos que SÍ sufrieron trastornos psíquicos tan serios que en algunos casos terminaron en suicidio. Un ejemplo.
El caso de Sylvia Plath (1932 – 1963)
Sobre Sylvia Plath escribe: “Por ejemplo, me ha chocado ver, en los fascinantes diarios de Sylvia Plath, como parece utilizar a toda la gente que conoce (salvo a los hombres de los que cree enamorarse: la pasión es su agujero) como simple documentación para su obra: <<Me gustan las personas, todo el mundo. Creo que me gustan como al coleccionista de sellos su colección. Cada episodio, cada incidente, cada retazo de conversación es para mí materia prima>>. Esta tendencia a deshumanizar al otro y a convertirlo en un objeto de estudio va empeorando con los años; se diría que no es capaz de tener un amigo, una amiga”.
Esta choqueada Rosa Montero retoma el caso de Sylvia Plath, en apartado Tormenta perfecta 2. que lo dedica enteramente a ella y lo hace con un engolosinado e innecesario nivel de detallamiento, propio de la prensa amarilla y que la acercan, creo yo, a lo morboso.
Llama la atención que a continuación de este apartado dedicado a Sylvia Plath, el siguiente, titulado Esto es lo que veo, lo dedique Rosa Montero a mostrar una serie de fotografías tomadas por ella de lugares que ha visitado y que están relacionados con su actividad como escritora, salvo un par de estas fotos que las adjudica a la Otra. Como quien dice después de una presentación de un caso tan crudo, penoso y doloroso que terminó con el suicidio de Sylvia Plath hay que relajar los espíritus. Rosa Montero sabe cómo hacerlo, pues también estudió psicología en su juventud.