Por Luis Casado
No es por incordiar, pero la encuesta Simce se me atragantó en el gaznate. Recordé mis años de colegial, a los compañeros que venían del campo: Pelequén, el Tambo, Limahue y aún más lejos, desde Pichidehua o de Peumo. Para tomar la góndola se levantaban al alba, alguno pernoctaba en San Fernando en un albergue perdulario, cuestión de llegar puntualmente al Liceo cada mañana. Caminar siete u ocho kilómetros de ida y otros tantos de regreso, con el sano propósito de asistir a clases no era considerado una hazaña.
Eso sí, la Escuela y el Liceo eran públicos, laicos y gratuitos. Mi bisabuela Leontina aseguraba que se lo debíamos al gobierno de don Pedro Aguirre Cerda y al Frente Popular, uno de cuyos ministros se llamaba Salvador Allende. En un lejano eco a las palabras de Danton, el lema de Aguirre Cerda fue “Gobernar es educar”.
Ahora –según me cuentan- un profesor de Historia interrogó a sus alumnos sobre el Desastre de Rancagua. Para su gran sorpresa un muchacho contestó que él no tenía ninguna responsabilidad en eso, que no podían echarle la culpa, que él nunca había estado en Rancagua y que si hubiese sabido algo lo hubiese denunciado inmediatamente.
Abrumado y confundido el profesor hizo venir al padre del chico, le expuso lo acontecido, y esperó una explicación. El padre, incómodo y molesto, defendió a su vástago: “De mi hijo se pueden decir muchas cosas, arguyó, pero mentiroso no es. Somos una familia decente. Si él dice que no tuvo nada que ver en el desastre… Ud. tiene que creerle”.
El profesor –algo mosqueado– decidió confiarle su desamparo al director del Colegio. Este le recibió en su despacho, cerró bien las puertas, y habló muy bajito para darle un consejo: “No te metas con esa familia, le dijo. Son gente de plata, y son influyentes. Más vale que olvides este desdichado incidente: aunque el niño tenga algo que ver en el cagazo, más vale hacerse el weón.”
Respetuoso de su oficio, el profesor reflexionó un par de días antes de dirigirse al Seremi de Educación. “No puede ser, le comentó, que ni el niño, ni su padre, ni siquiera el director del Colegio tengan la más pijotera idea del Desastre de Rancagua.”
El Seremi lo calmó y lo disuadió de montar un cristo. “Nuestro gobierno atraviesa un mal momento en plan catrasca…” alcanzó a decir, antes de que el profesor le interrumpiese, el ceño fruncido, para preguntarle: “¿Catrasca…?”
El Seremi, condescendiente, precisó: “cagada tras cagada”. “¡Ah!”, musitó el profesor, que pensaba haber caído en un vocablo desconocido. “De modo”, prosiguió el Seremi, “que tenemos instrucciones de no agregar más desorden y despistes allí donde eso abunda”. “Comprenderás fácilmente”, terminó, “que te ruegue encarecidamente no denunciar al alumno implicado en el desastre: si la cosa se llega a saber podría hasta perder mi puesto”.
Visto lo cual al profesor no le quedó más remedio que interpelar al ministro de Educación, cuya reacción fue iracunda:
“¡Desastre de Rancagua, desastre de Rancagua!”, exclamó… “Nadie puede ignorar nuestras glorias nacionales: a Lucho Gatica no se le falta el respeto impunemente, ni siquiera porque, ya viejo, cantó ‘cocido’ en el Festival de Viña”.
El profesor del cuento se dijo que visto lo visto, y escuchado lo escuchado, no podía retroceder. Resolvió pues escribir una carta cuyo texto comenzaba de este modo:
“Respetado Señor Presidente…”
Suspicaz y escéptico como soy, no me tragué el cuento y me dije para mis adentros lo que dicen mis panas italianos: “Se non è vero, è ben trovato…”
Lo cierto es que, en materia de estancamiento cultural y degradación de la Educación, Chile está en el lugar que le corresponde: un segundón de cuarta categoría.
Los EEUU descubrieron el mismo fenómeno ya en 1965, apenas unos años antes de que uno de sus cosmonautas caminase a saltitos en la Luna. Emmanuel Todd pudo escribir: “Por lo mejor o lo peor, los EEUU siempre se sitúan a la cabeza desde el fin de la II Guerra Mundial”.
Nosotros no hacemos sino copiarle al líder del “mundo libre”…
Notas
En el marco de la guerra de Independencia, el 2 de octubre de 1814 se produjo en Chile la derrota de Rancagua, cuando las tropas realistas comandadas por Mariano Osorio vencieron a las fuerzas patriotas dirigidas por el general Bernardo O’Higgins. Tras una heroica defensa, O’Higgins debió retirarse derrotado.
Lucho Gatica nació en Rancagua