Por Jorge Amigo Ortega
Aun cuando el sistema imperante con su mantra hipnótico del consumismo nos atomiza y ensimisma, no podemos evitar mirar nuestra relación con el entorno, con las demás personas, cuando surge una amenaza colectiva que nos golpea simplemente por ser humanos. El estallido social y la pandemia dejaron en evidencia lo abstraídos que estábamos en nuestros propios intereses, sumidos en la avidez del consumo como vía de escape y felicidad a la vez. De pronto levantamos la mirada y el interés por observar y saber más sobre los otros, la familia, los del barrio, la ciudad, el país, nuestro continente, el mundo entero. De golpe vimos alterados nuestros hábitos, el vínculo con los demás. El modo esperado de las cosas dejó de serlo. El cambio se hizo evidente y para muchos nada bueno traía consigo. Surge la necesidad de entender por qué sucede lo que sucede, saber si lo que a mí me pasa le pasa a los demás, distinguir lo que es personal de aquello que es compartido con otros. En esta experiencia de estar en proceso de revuelta social y pandemia a la vez, inevitablemente también nos pensamos como parte de una comunidad, de un país.
La cercanía en el tiempo entre el estallido social y el coronavirus, la irrupción de uno y otro puede ser vista como una secuencia afortunada. Primero, el masivo estallido dio salida a la frustración y rabia acumulada en nuestra sociedad. Fue un grito de ¡basta! La demanda de un nuevo trato social. Los conceptos claves que ha instalado la revuelta han sido, dignidad, justicia, desigualdad, corrupción y violencia. El miedo y la incertidumbre irrumpieron y se hicieron notar. Luego apareció el coronavirus, que, junto con acrecentar el miedo e incertidumbre, también dejó en evidencia que lo que develaba y demandaba el estallido tenía base, era algo sólido. Hemos ido tomando creciente consciencia de cómo vive cada uno y cómo viven los demás aquello que vemos en la TV y recorre las redes sociales: la desigualdad, la violencia, la corrupción y la demanda de justicia y dignidad. Ambos fenómenos nos espejan el modo de vida que llevamos, y aunque parezca paradójico esto ha sido bueno porque nos abre una ineludible oportunidad de mirarnos como persona y como comunidad a la vez, comprender la necesidad de fortalecer el puente que nos une. Nos brinda una excepcional ocasión para realizar el ejercicio personal y colectivo de revisar nuestros acuerdos, los con uno mismo y los que dan cuenta de la vida en común. La necesidad de mirarnos más allá de consumidores y pensarnos desde el ciudadano que también somos, del modo en que nos relacionamos con los demás, con la comunidad. Pensarnos desde la vida en común, lo que es bueno para todos. Es una oportunidad para ejercer esa libertad con responsabilidad, haciendo consciente las consecuencias que tienen nuestras decisiones y acciones.
La libertad es un valor y una experiencia fundamental en la vida humana. Anhelamos sentirnos libres. En la vivencia de plenitud, que a veces experimentamos, está siempre presente la sensación de libertad. Por el contrario, cuando sentimos nuestra libertad limitada sin nuestro acuerdo, se resiente nuestra calidad de vida. Es sin duda una poderosa raíz principal en la condición humana. La libertad nos ha acompañado siempre en la historia de la humanidad, ya sea para alcanzarla o para limitarla. Lo podemos percibir tanto en nuestras historias personales como colectivas. Tomar consciencia de cuán libres estamos siendo en nuestras vidas es sin duda un factor importante en nuestra vivencia de felicidad, de estar en paz.
Interpelados por estas dos poderosas fuerzas, estallido y coronavirus, tomemos esta ocasión y hagamos un uso responsable de la libertad para reflexionar sobre los acuerdos que tenemos con nosotros mismo y del modo en que concebimos la relación con los otros, la comunidad, con nuestro país.
Puesto personalmente en esta disyuntiva, les comparto la siguiente reflexión. Hasta ahora el sistema socioeconómico predominante que rige la vida en común en nuestro país y buena parte del mundo, ha sido el neoliberalismo, esa corriente del capitalismo que exacerba la ilusión de la libertad y el individualismo. Hemos sido seducidos por su relato y ha permeado nuestra cultura. La narrativa que lo sostiene y que hemos aprendido a contarnos, es algo como lo siguiente: El camino para lograr la felicidad, la calidad de vida, el bienestar, llámesele como se le llame al sentido que le otorgamos a la vida, consiste básicamente en tener acceso creciente al consumo de bienes y servicios, sean estos materiales, emocionales, espirituales, los que sean, y que el sistema se encarga de mantener abastecido con una oferta siempre diversa y creciente. Mientras mayor es la capacidad que tienes para acceder al consumo, se supone que mejor es tu calidad de vida, más feliz eres. Y esta capacidad para acceder al consumo depende solo de ti. Tú eres tu propio límite. Es tu esfuerzo, tu propia ambición, lo que te hará acceder a la calidad de vida que buscas. Solo depende de ti. La clave es que estés centrado en conseguir aquello que te satisface en el amplísimo y siempre cambiante y creciente mercado de la oferta y demanda. Como inevitablemente habrá problemas y dificultades, confía en que el sistema tiene mecanismos que aplicados por expertos profesionales los irán resolviendo. Tú no te preocupes, tú solo trabaja duro y consume. Confía en que el sistema funciona y quienes lo administran lo harán bien. Además, estamos en democracia, así que siempre tendrás la oportunidad cada cierto tiempo de cambiar a los gobernantes si te parece que no lo hacen bien.
En esta visión, la comunidad, es una abstracción. En nuestra vida cotidiana la comunidad es el mercado y las demás personas que aparecen son el cliente o el servidor o la competencia. Cuando esto lo hacemos consciente, sentimos el vacío, nos duele y nos asusta. Entonces, el sistema te ofrece una salida: el mercado de la filantropía. Este mercado te ofrece mecanismos para que experimentes emociones positivas compartidas con otros: ya sea dando o recibiendo: caridad y gratitud. Es la manera en que transformamos el mercado en comunidad y el individuo en prójimo. Así, nuestros expertos administradores estarán vigilantes para que el sistema siempre nos brinde las mejores condiciones para que consigas la felicidad, la calidad de vida que buscas.
El sistema que mantiene esta cultura, como todo organismo, buscará su sobrevivencia y desarrollo. Es por eso que cuando el sistema entra en crisis, desde él, desde dentro, solo cabe esperar cambios marginales, mejoramientos dentro de lo mismo. Los administradores del sistema harán todo lo que esté a su alcance para que las cosas continúen siendo como esperan que sean. Por eso, es muy importante que seas lo más libre posible al momento de revisar tus acuerdos y la manera en que te relacionas con la realidad compartida con los demás. Es necesario hacer más consciente la relación con el sistema que nos liga como comunidad, como país.
El proceso constituyente que prontamente se inicia con el plebiscito del 25 de octubre, que independientemente de cómo llegamos a él, es sin duda expresión del deseo de darnos una salida a la profunda crisis que vivimos como país y, por lo tanto, una gran oportunidad para avanzar en darnos una convivencia más sana y en paz. Una oportunidad para crear e implementar un nuevo trato social, que dé cuenta de los acuerdos sobre lo que podemos y no podemos hacer, considerando la experiencia histórica de nuestro país y el aprendizaje que nos deja el estallido social y la pandemia.
Hacer de este proceso constituyente una experiencia exitosa, es responsabilidad de todos. Es un buen momento para abrir nuestras mentes y corazones para ejercer como ciudadanos, para contribuir libre y responsablemente a una vida en común más justa y solidaria. Tu voto consciente como la participación activa en el proceso constituyente ayudarán a este propósito. Pero no podemos dejar de tener presente que quienes tienen mayor poder y autoridad, les cabe mayor responsabilidad. En el proceso constituyente, esa responsabilidad les cabe a los dirigentes políticos, principalmente a los que ejercen desde el gobierno, en el parlamento y en los partidos políticos. Son ellos los mandatados a bien gestionar los asuntos públicos. Sobre ellos recae la principal responsabilidad de hacer bien hecho este proceso. Bien al comienzo, el plebiscito de entrada; bien al medio, el trabajo de los constituyentes; bien al final, el plebiscito de salida y puesta en marcha del nuevo pacto social.
Llegamos a este momento histórico con los dirigentes políticos que tenemos, la mayoría con larga trayectoria en la vida pública. Para muchos chilenos han sido los políticos, ya sea por omisión o acción, los principales causantes del malestar social. La corrupción y la prolongada desatención de las demandas sociales les pasan la cuenta, así lo demuestra la baja aprobación y credibilidad que tienen en la ciudadanía. No es tarea fácil la que tienen por delante, pero soy de los que creen que los necesitamos. Necesitamos que hagan esta vez bien su trabajo. Necesitamos que se reencuentren con su vocación de servidores públicos, más que defensores de intereses personales y corporativos. Es esta también una oportunidad para que ellos actúen con dignidad y coraje, enmendando los caminos torcidos por los cuales han transitado y ejerciendo un liderazgo constructivo. Esa mayoría de políticos que llevan largo tiempo en el ámbito público, no tendrán mejor oportunidad para retirarse dignamente. Para ellos es el momento de ejercer un liderazgo de retirada sintiendo el haber contribuido positivamente a la construcción de este nuevo pacto social que nos regirá por las próximas décadas.