Por Luis Casado
Las consecuencias de la pandemia de coronavirus llegan a mares desconocidos, –uncharted waters que le llaman en inglitch–, y titilan los delicados esfínteres de la doxa vernácula. Sin saber qué hacer, el gobierno de pachanga de Sebastián Piñera y su murga de carnaval imaginan financiar el costo sanitario y económico del SARS-CoV-2 echando mano al banco central.
En tiempos de la ‘antigua normalidad’ todo experto, todo economista, retrocedería espantado farfullando entre dientes vade retro Satanás, revisando atropelladamente los mandamientos del Consenso de Washington y encomendándose a san Milton Friedman dios lo tenga en su santa gloria.
Desde el modesto púlpito que me es accesible dirijo a ambas sufrientes especies –expertos y economistas– mi más sentido mensaje de condolencias:
Apreciados hermanos, sé que en este malhadado momento sentís gran dolor en el orto por el abandono del dogma que habéis observado con servil lealtad. Es una gran prueba que dios os ha enviado y debéis saberla encajar entre las nalgas. El dogma ahora descansa en paz y desde su última morada cuidará de vosotros y de vuestros pares e impares. Recibid mis más hipócritas condolencias y que os den por el saco.
En la ya lejana época en la que los dioses aun no habían aterrizado de espaldas, los bancos centrales obedecían a las políticas de sus respectivos gobiernos. No quiero decir que tales políticas estuviesen exentas de algún error, o vacunadas de algún conflicto de interés. No obstante, tenían al menos el respaldo de la sanción democrática: el voto popular que había elegido el gobierno. Hoy por hoy, el banco central es una peripatética, una paica, una grela, que se manda sola y se pasea por la vereda de los intereses de los bacanes (del genovés baccan: patrón).
En los años 1970 Francia no solo controlaba su banco central, sino que le imponía a todo el sistema bancario que al menos un 30% de sus créditos fuesen colocados en el Estado a una tasa de cero %.
Hoy por hoy, gracias al Consenso de Washington, los Estados deben obtener recursos en los mercados financieros (y son por ellos sancionados mediante el ‘riesgo país’ y el spread) y asistimos a la boludez mayúscula que hace que el Banco Central Europeo (BCE), herramienta monetaria de la UE, le pasa dinero a los bancos privados, y estos a su vez a los Estados mediante una modesta comisión. ¿No es lindo el libre mercado? Mejor aun, ahora el BCE le pasa dinero a los bancos privados a tasas negativas (les paga por el dinero que les da) y estos siguen cobrándo jugosas comisiones por el sacrificado negocio que consiste en prestar dinero que no les pertenece.
La idea del gobierno chileno de pedirle dinero al banco central no es pues ni novedosa ni original. En mayo del año 2002 publiqué un libro, El modelo neoliberal y los 40 ladrones, en el que le dediqué algunas páginas a “nuestro” banco central. Cítome:
Leyendo los Estatutos del Banco Central de Chile uno va de curiosidad en curiosidad.
El Artículo 2° del Título I precisa lo siguiente:
“El Banco, en el ejercicio de sus funciones y atribuciones, se regirá exclusivamente por las normas de esta ley orgánica y no le serán aplicables, para ningún efecto legal, las disposiciones generales o especiales, que se dicten para el sector público. Subsidiariamente y dentro de su competencia, se regirá por las normas del sector privado”.
Sorpresa. Por lo menos para mí es una sorpresa.
El Banco Central se rige por las disposiciones del sector privado. Me desayuno: el Banco Central de Chile se rige como un banco privado.
Y como el Banco Central tiene entre sus funciones las de “fijar” o “dictar” las normas por las cuales se rigen los bancos privados… ¡quiere decir que el Banco Central se fija a sí mismo sus propias reglas!
Y además es irresponsable. En el sentido de que no le rinde cuentas a nadie. Ni siquiera al Parlamento, que debiese ser la máxima expresión de la soberanía nacional.
Hasta ahora, exceptuando mi propia opinión, nunca leí nada de ningún experto, economista o político parasitario que pusiese en duda el dogma. Hasta ahora.
Como se trata de Chile (quitarle el culo a la jeringa es deporte nacional) la discusión está centrada en la tasa de interés que el Estado debiese pagarle al banco central. Ya puestos… ¿porqué no confiscar el banco central para hacer lo que hay que hacer? Confiscar en el sentido etimológico: Privar a alguien de sus bienes y aplicarlos a la Hacienda Pública o al Fisco. Hazte la pregunta: ¿De quién es el banco central cuya tarea consiste en administrar la moneda nacional? ¿De quien es la moneda nacional?
La respuesta debiese estar inscrita en una Constitución digna de ese nombre, una vez abolido el esperpento que hoy le prohibe al banco central financiar al Estado.
Modificar el esperpento, para dispensarse “en circunstancias excepcionales y transitorias” del dogma, equivale a ignorar la virginidad de María durante el tiempo necesario para verificar que la mórula es el resultado de la unión de los dos gametos –un óvulo y un espermio– que generan el zigoto.
El uso de la emisión monetaria, practicado juiciosamente, no debiese generar dificultades mayores. Para convencerse basta con mirar lo que hacen la FED y el BCE en escala industrial desde hace décadas. Me encantaría escuchar algún experto, o algún economista, afirmar que los EEUU y/o la Unión Europea practican políticas monetarias irresponsables.
Como quiera que sea, privar a la ‘comunidad financiera’ de parte de su negocio especulativo no es mala cosa. Si se tratase de perenniser un sistema previsional estable, los fondos que hoy afanan las AFP podrían ser colocados en bonos emitidos por el ministerio de Hacienda a tasas de interés adecuadas. Ganaría el Estado y ganarían los futuros jubilados. Los fondos destinados a asegurar el futuro de nuestros conciudadanos mayores dejarían de ser jugados en el bordélico casino de las Bolsas planetarias.
Los empresarios que quieran ganar plata pueden dirigirse al mercado para obtener capitales, y correr riesgos reales para justificar el lucro. Con su pan se lo coman.
Dicho en jerga contemporánea, se trata de cambiar la contraseña “Ábrete Sésamo” que atesoran los poderosos por una al servicio de los pringaos. Una que no figure jamás ni en Google, ni en las AFP, ni en la CPC.