Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
Hace ocho años, en marzo de 2012, escribí un artículo titulado “El conflicto árabe-israelí. Una falacia imperial”. En dicho texto exponía algunos puntos de vista que causaron mucha polémica e incluso rechazo por parte de algunos lectores. En esa ocasión explicaba que:
“Es común escuchar hablar de un supuesto “conflicto árabe-israelí” No existe tal conflicto, por lo menos en lo que a la mayoría de los gobiernos se refiere. Lo que ocurre en realidad es la confrontación entre los aliados de Estados Unidos y Europa y los pueblos árabes doblemente oprimidos por la intervención imperial en sus territorios en connivencia con sus gobiernos y el carácter represivo, autoritario y antidemocrático de la mayoría de los gobiernos de la región. Es así, que Israel tiene excelentes relaciones con varios gobiernos árabes con los que supuestamente está en conflicto
Israel, las monarquías autocráticas y los gobiernos árabes han establecido una virtual alianza bajo la égida de Gran Bretaña primero y Estados Unidos después, en las que la voluntad de Palestina por construir su nación, la lucha por la soberanía del Sahara Occidental y el espíritu liberador y democrático de los pueblos árabes más recientemente, han sido, a través de la historia, moneda de cambio para perpetuar el dominio de unos y otros en una lógica imperial que la da a esta región importancia geopolítica trascendental por ser la mayor compradora de armas y la más importante productora de energía del planeta.
La falacia de un supuesto conflicto alimentado desde Occidente no hace más que sostener un mercado vital para el mantenimiento de un modelo de sociedad decadente. Por igual, las satrapías autocráticas árabes y el Estado sionista de Israel se han prestado para ser la comparsa necesaria para la presencia e intervención imperial cada vez que sus intereses se ven amenazados”. Hasta ahí partes del articulo de 2012.
Algunos hechos recientes me han venido a dar la razón, el establecimiento de relaciones diplomáticos del Estado sionista con Emiratos Árabes Unidos y Bahréin con patrocinio estadounidense, ha corroborado lo que es sabido: Estados Unidos está haciendo esfuerzos superiores para construir un gran bloque árabe-sionista reaccionario que sirva como instrumento “amplio” de aplicación de su política en la región encaminada a quitar presión al Estado sionista para que pueda jugar mejor su rol de portaviones de Estados Unidos; destruir al eje de la resistencia vanguardizado por Irán; evitar que los palestinos puedan construir un Estado que por derecho y por historia le corresponde; salvar a sus aliados saudíes y emiratíes de la debacle de sus ejércitos y el desastre de su política en Yemen y, finalmente, proteger de la competencia al mayor mercado importador de armas del mundo, que se sostiene gracias al “conflicto” existente, toda vez que Estados Unidos le vende a ambos oponentes. Es conocido que sin esta industria, su economía no podría sostenerse.
Dhahi Khalfan subjefe de Policía de Dubái, la mayor ciudad de Emiratos Árabes Unidos, ha ejemplificado con una frase el sentir de la plutocracia emiratí respecto de su relación con Israel. En un escrito publicado en redes sociales, el jefe policial dijo que: “9 millones de judíos son mejores que 400 millones de árabes en términos de capacidades científicas, financieras y políticas… la razón está en nosotros y no en los judíos… ¿por qué siempre culpamos al otro?”
Está visto que los intereses de clase son mucho más poderosos que cualquier otro tipo incluso los familiares o los nacionales. En este sentido, los intereses de la ultra derecha sionista que ostenta el poder en Israel son plenamente coincidentes con el de las putrefactas monarquías suníes árabes a pesar que éstas son profundamente anti judías, a diferencia de la corriente chií del islam que no profesa sentimientos en su contra. El secuestro del judaísmo por parte del sionismo fue el primer eslabón adoptado por las potencias imperiales -europeas primero y estadounidense después- para establecer el control moderno del Asia Occidental, región que como se dijo antes, posee las mayores reservas de petróleo y gas del planeta.
Vale decir que la tan publicitada contradicción política entre las corrientes chiíes y suníes del islam, también es un artificio occidental para promover la división entre árabes y musulmanes. En conocido que, por ejemplo en Siria, el presidente Al Assad es alauita, una rama chií minoritaria en el país, mientras que la mayor parte del ejército y toda su plana mayor es suní, lo cual no es óbice para la unidad nacional en contra del terrorismo y el imperialismo.
De la misma manera, (mirado en sentido contrario) se observan las profundas contradicciones entre los gobiernos suníes promotores del terrorismo wahabí de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos en confrontación con los también gobiernos suníes de Turquía y Catar. Es más, siendo que la mayoría del pueblo palestino es suní, tiene en Irán, Siria y el Hezbollah libanés (todos chiíes) sus máximos aliados.
De esta manera, resulta evidente que el manejo de aparentes conflictos y contradicciones en Asia Occidental, no son más que subterfugios mediáticos occidentales para sembrar odios y segmentaciones, mientras se construyen alianzas entre aparentes enemigos que en realidad constituyen la columna vertebral de la intervención imperial en la región.
Las palabras de Khalfan son expresión de la ignorancia y de un pensamiento racista y clasista basado en una presumida superioridad de algunos árabes respecto de otros. El policía emiratí alimentó su diatriba asegurando que: “…No somos Palestina. Palestina esencialmente, no es un Estado soberano. No tiene moneda, ni ejército, policía, presidente o ministros…”. Sus repulsivas opiniones avergüenzan a toda la humanidad decente, incluyendo por cierto a una buena parte de judíos, sobre todo a los no sionistas.
Su ignorancia no le deja ver a Khalfan que él es jefe de la policía de un país sin historia, toda vez que fue inventado por los colonialistas británicos cuando se retiraron de la región para dejar instaladas monarquías (también inventadas) a las que a cambio de la sujeción a Londres, París y Washington sentaron sobre un mar de petróleo que le proporcionó riqueza y poder,
Pero lo que no pudieron transferir los poderes imperiales a estos ignorantes criadores de cabras del desierto devenidos en millonarios estadistas a los que les regalaron estos países de diseño colonial fue la inteligencia, la cultura y la sapiencia de las grandes civilizaciones persa, mesopotámica y egipcia cuna de algunos de los mayores descubrimientos científicos de la historia antigua.
Khalfan y todas estas satrapías que hoy veneran a Trump y a Netanyahu ni siquiera son capaces de sentir amor por su religión, por el profeta y sus califas sucesores, haciendo mal uso del culto, solo para nutrir y fomentar el terrorismo, en primer lugar contra sus propios hermanos musulmanes y contra toda la humanidad.
Árabes y judíos son hermanos, tienen un origen común, son semitas, según las escrituras religiosas, ambos pueblos descienden de Sem, uno de los hijos de Noé. Por eso deben vivir en paz, para lograrlo tendrán que seguir luchando hasta derrotar por igual al Estado sionista y a las retrogradas monarquías árabes que hoy se reúnen bajo el alero del Satán que vive en la Casa Blanca de Washington.