Jorge Luzoro García
Hoy en día es consensual que la titularidad de derechos humanos es previa al tránsito del nacimiento. Los fetos humanos tienen derechos otorgados por la sociedad.
A partir de cuándo empiezan esos derechos protectores difieren distintas culturas y legislaciones, con variadas argumentaciones, desde lo fisiológico, lo político, lo religioso. Y sobre todo, desde la ignorancia.
La pregunta que hay que empezar respondiendo con claridad es la siguiente: ¿cuándo hay un nuevo ser humano?
La distinción desde la mirada de la biología, (fusión de dos gametos haploides) es imprescindible, pero insuficiente para la existencia de un nuevo humano, porque es constitutivo esencial de lo humano lo afectivo y lo social. Constitutivo esencial, no un agregado. Mientras no hay vínculo afectivo y/o social, lo que hay es una realidad celular.
En efecto, el fenómeno humano está constituido de manera propia de su ser, o sea, de lo que lo hace ser lo que es, en el espacio afectivo y social. Reducirlo a una segmentación o a una fusión celular es deshumanizarlo.
Una mujer que ha sido agredida, violada, y uno de los resultados de ese ataque feroz es que empieza a sufrir cambios invasores en su útero, no está embarazada de un hijo; lo que le ocurre es que necesita ayuda médica para aliviar las consecuencias del ataque sufrido.
El reconocimiento que crea lo humano puede provenir de la embarazada, pero no sólo de ella. Familia y sociedad pueden o no pueden asumir lo que les corresponde. Una legislación que se pronuncia sobre el tiempo de gestación necesario para establecer su irreversibilidad, crea un principio de humanidad. Los abuelos que dicen a su nieta: “da a luz a ese niño que no quieres tener y nosotros lo queremos y lo cuidaremos”, esos abuelos están creando un ser humano.
Antes que haya un nuevo humano, de lo que se trata es del cuerpo de una persona. Qué duda cabe que es ella la que ha de resolver sobre su propio cuerpo. Si es menor de edad, con la participación de familia y profesionales de la salud.
La diputada María José Hoffmann, a propósito del proyecto legislativo de despenalización del aborto en tres causales, afirma que al abortar se está asesinando una persona. Bien haría la honorable en leer más y hablar menos, antes de usar livianamente el término “persona”. Pareciera no haber leído a Mounier, ni menos a Kant, padre y abuelo respectivamente de la idea de persona, como “sujeto re-orientador del universo objetivo”.
Mostrando igual nivel de desinformación (pero más grave por tratarse de un médico), el rector de la Pontificia Universidad cree que el acoplamiento de dos gametos haploides son un nuevo ser humano.
La opinión de ambos personajes mencionados se caracteriza por una insuficiente reflexión sobre la pregunta por la esencia del fenómeno humano.
Peor todavía los que a propósito del aborto se declaran radicales y emocionados defensores de la vida, como si la única forma de vida fuese la humana. Esta auto-referencia (el humano como centro y propietario del universo), tan propia de la cultura judeo-cristiana, muestra insuficiente reflexión sobre el fenómeno de la vida, su esencia, su evolución y sus variaciones.
En la deriva ontogénica de los seres vivos constantemente están naciendo y muriendo células, de variadas morfologías y funciones. Distinguir a algunas de ellas con propiedades esotéricas o religiosas e intentar traspasar la autoría y responsabilidad de la perpetuación de la especie a antiguas creencias religiosas, o a nuevas formas de control social, ambas impregnadas de machismo y autoritarismo, tiene un propósito que puede ser consciente o inconsciente, eso sí, siempre racionalizado. Ese propósito es obvio: controlar y mantener sometida a la mujer.