Crónica de un desagravio

Por Pedro Celedón

La historia de cada pueblo se inscribe en su memoria colectiva (en gran parte) gracias la condensación de actos y situaciones en dispositivos de arte encargados de transformar los acontecimientos masivos en poderosas síntesis, que operan como intersticios para que el Caos tenga imagen de Cosmos, o si se quiere, que lo general sea visible en lo particular y poder así las comunidades tener una narrativa próxima a la vida individual de sus integrantes.

En la memoria colectiva de Chile la mayor parte de sus protagonistas, antagonistas, lideres sociales, políticos, espirituales, incluyendo padres, madres e hijxs de la patria, tienen los rostros que les ha dado la literatura, el teatro, las esculturas, dibujos, pinturas, grabados, fotografías y medios audiovisuales. El todo, aunque escurridizo por su envergadura genera un puzle en el que más o menos nos vemos retratados.

Debemos aceptar, eso sí, que en este gigantesco puzle faltan y talvez siempre faltarán piezas a pesar de la hiper multiplicación de registros de los últimos decenios.

También debemos aceptar que no pocas veces esas imágenes que faltan, nos pesan.

En nuestro país una de las imágenes de la post dictadura que ha pesado por su ausencia, es el instante en que con un solo gesto: un escupitajo en su rostro, el desagravio cayó sobre Augusto Pinochet con la fuerza que no supo o no quiso ejercer la justicia chilena.

Escupir en el rostro para los textos sagrados de las religiones cristiana y musulmana (acervo del universo simbólico de una buena parte de la humanidad), significa instalar un juicio irreversible: Quien lo recibe pierde el honor (si lo tuviera) y es expulsado de la tribu, lo que implica su muerte social. A nivel de inconsciente colectivo compartimos esa información milenaria, y él o la que lo realiza sabe que con su carga semiótica está borrando una ofensa y con ello reparando los males causados.

En Chile habíamos escuchado que cuando fue velado el dictador Pinochet alguien lanzó un escupitajo sobre su ataúd. Algunos o algunas se informaron que lo había realizado un nieto del general Prats. Me inclino a creer que a estas alturas la mayoría no estaba segura de que eso hubiera pasado.

Pero sucedió y aunque no existe su registro oficial fue Francisco Cuadrado Prats quien tuvo el valor de consumar el desagravio sobre Pinochet y escupirlo en su rostro en el epicentro de su velorio. Su imagen viene a integrar el puzle de la historia local dieciocho años después de su acto y lo hace una vez más a través del arte, en una escena de la película El Conde (2023) dirigida por Pablo Larraín, largometraje chileno ampliamente difundido y premiado que se inscribe en la línea de películas que reinventan el género del vampirismo, aportando con desdibujar la línea divisoria entre la realidad y fantasía de los personajes al proponer un vampiro con raíces históricas, Augusto Pinochet Ugarte.

La película para construir esta imagen propone una secuencia de tomas que escenifican la falsa muerte del vampiro. Luego aproxima la cámara al ataúd y en fragmentos de segundo un alguien, casi en un solo cuadro, pareciera haber escupido sobre el vidrio y en ello sobre el rostro del vampiro Pinochet. Acto seguido una mano lo limpia.

Francisco Cuadrado Prats consumó el desagravio contra el asesino de su abuelo, el general Carlos Prats, militar de la estirpe de los constitucionalistas que por serlo pagaron con su vida el no apoyar a los golpistas, tal como lo hicieron casi un centenar de oficiales, sub oficiales, soldados y conscriptos, entre ellos René Schneider (57 años), Óscar Bonilla (56 años), Alberto Bachelet (51 años), Luis Lavanderos (37 años), Michel Nash (19 años).

Carlos Prats Gonzáles ejerció los cargos de comandante en jefe del Ejército de Chile, ministro del Interior, ministro de Defensa Nacional y vicepresidente de la República, siendo asesinado hace cincuenta años, el 30 de septiembre de 1974, en Buenos Aires, a los 59 años de edad junto a su esposa Sofía Ester Cuthbert Chiarleoni de 56 años.

El crimen organizado en Chile por Augusto Pinochet y Manuel Contreras fue encargado al Departamento Exterior de la DINA y ejecutado por el sicario Michael Townley.

Su nieto y ahijado Francisco Cuadrado Prats durante la Transición había participado activamente para recuperar fragmentos de la memoria icónica del Chile democrático, generando entre ello las condiciones para que la Casa de Tomás Moro fuera declarada Monumento Nacional, logrando así reestablecer la jerarquía de un lugar con alto valor simbólico en el cual se encuentra, por ejemplo, la escultura del escudo nacional realizado con piedras locales por María Martner (1921-2010), que permanecía escondido bajo varias capas de pintura desde el golpe.

Instalar el silencio estético fue una estrategia recurrente de la dictadura para promover el olvido de personas, signos y símbolos que pudieran recordar, como en este caso, que esa era la casa asignada por Salvador Allende a los presidentes de Chile; que fue bombardeada por las FFAA; que luego fue saqueada por sus vecinos.

Al informarse Francisco Cuadrado a través de la prensa sobre la muerte del exdictador y que sus exequias serían en la Escuela Militar, viaja de Concepción a Sgto. según él, “sin un plan determinado, pero siguiendo un impulso vital”.

Antes de acceder a la Escuela Militar por la avenida Américo Vespucio se deshizo de todo lo que tenía en sus bolsillos y billetera para no tener referencias de otras personas. Hizo la fila durante siete horas debatiéndose si al llegar al féretro lo mejor sería lanzar tinta, romper su espada, o ensuciar su uniforme. Pasó luego por un detector de metales consciente que este “no detectaba voluntades”.

Siguió la ruta del cuerpo que lo precedía hasta ingresar a la zona en que estaba el difunto, “rodeado de guardias de honor y acompañado por un grupo de soldados de alto rango”. El ritual en ese epicentro consistía en entrar desde el lado derecho, dar la vuelta al ataúd y luego salir de inmediato.

“Ya tenía claro lo que haría y escupí (…) inmediatamente no pasó nada (…) Al salir del lugar del ataúd la persona que estaba detrás mío, una mujer, me dice, ¿Por qué lo hiciste? Otra pregunta, ¿hizo qué?… respondí, soy nieto de Prats y este sr. mató a mis abuelos (…) empezaron los empujones, los gritos y los golpes hasta que llegó un militar y me sacó de allí”.

Minutos después intervino el subdirector de la Escuela Militar. “Le dijo a quienes me tenían detenido: A este joven no le puede pasar nada (…) Me llevaron a la sala de guardia. Un solado estaba haciendo el acta de mi entrega a un carabinero, pero lo llamaron por teléfono, rompió el papel que estaba escribiendo y me dijo. Vállese”.

“Salí con mucho miedo (…) la imagen que tenía después de escupirlo era que me darían una pateadura”. Pero, no fue. Los militares optaron por el silencio apostando al olvido. Por eso no lo denunciaron. Lo liberaron y salió corriendo hasta tomar un taxi, llegar a su departamento, encerrase, afeitarse y dormir.

Un día después cuando en Chile veíamos por televisión el momento en que sacaban el ataúd de Pinochet en un helicóptero y se elevaba hasta ser casi un punto en cielo, Francisco Cuadrado Prats pudo decir, “te vas, pero escupido”.

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