Contreras-Eichmann: Entre la alevosía y la banalidad

Por AndréJouffé

Me llega desde la comunidad israelita una elegía sobre Friedrich Trump, padre de Donald y su llegada haciéndose pasar por sueco, era originario de Baviera, al feudo holandés de los Estados Unidos, Nueva York.

Feudo de países bajos por cuanto la alta sociedad de entonces eran los padres fundadores (van der Bild, por ejemplo)
.
Trump se instaló en Queens, según unos, en Brooklyn según otros, ambas comunas ya integradas por muchos judíos.

Lo curioso es que don Federico simpatizó de inmediato con ellos, incluso participó en una manifestación anti Ku Klux Klan, en 1929.
Cuando llegaron los sobrevivientes del holocausto, les construyó viviendas y se le considero uno más de ellos, lo cual naturalmente le facilitó expandir sus negocios hasta construir el imperio que heredo Donald.
Resulta importante este antecedente por cuanto lo que le cabe esperar a los palestinos es un arbitraje totalmente parcial y cargado. Arrecia este vendaval cuando su hija Yvana se convierte hace unos días al judaísmo, religión del yerno-asesor del presidente electo.
Nuevamente ¿qué le cabe esperar a los palestinos?

En estas instancias .el único freno se llama Vance, su vicepresidente que no comparte la tendencia del titular, pero su rol en este caso es secundario a menos que fallezca el lobo.

Es coincidencia que Javier Milei tuviera un asesor rabino, actual embajador de su país en Israel, y que declarar que no se convirtió “porque no podía decirle a la gente que el viernes no trabajo porque estoy en el shabat”.
Gimen los judíos cuando se llama holocausto a lo que ocurre con los gazíes palestinos y no palestinos.

Por eso me remito a Hannah Ahrendt y el manido libro “La banalidad del mal”.
Cuando se ofrece en cubrir el juico a Adolf Eichmann, en Jerusalén luego de ser secuestrado en las cercanías de Buenos Aires, iba con la idea preconcebida de que debió ser asesinado in situ. Y escribió: Todo ese show, ese montaje, con un mequetrefe de un metro sesenta, encerrado en una celda de vidrio para no contagiar a los judíos “puros”; me parece asqueroso.

Hannah aceptó (o insistió en serlo) ser la enviada especial, lo cual la alejó para siempre de la comunidad que la acuso de traidora.
Contreras de la Dina cometió crímenes, no voy a llamar holocausto sino que asesinatos colectivos, en forma alevosa, cruel, morbosa, más allá de los fines interrogatorios.

En cambio Eichmann en su caja de vidrio solamente atinaba a decir que hubiese hecho lo mismo para Stalin o Mussolini. El cumplió órdenes directas de Hitler.
Insistían los jueces: ¿Y la moral? ¿Acaso no sabía el destino de las cámaras de gas que usted mandó a construir?

Respondía una y otra vez durante semanas: yo no ordené construirlas, Hitler me instruyó.
A la larga Hannah se convence en la inocencia amoral del acusado y las emprende contra los organizadores del evento que culmina con la horca, como hubiese ocurrido sin el “juicio”, por igual.

En cambio este general chileno fue asesinado por el ano, una enfermedad cancerosa cruel al recto.

Un recado alevoso, de alguien superior y no terrenal.

 

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