Por Eduardo Yentzen Peric
La acción política se focaliza en el corto plazo. Pero su conducta y convicciones son también responsables de lo que ocurre en el largo plazo, y del bienestar o malestar de la sociedad en ese largo plazo.
En el corto plazo, la política opera como una competencia por influir en la gente y por ocupar el Estado, como premio mayor. En el día a día se desarrollan cientos de acciones de influencia comunicacional, discursos, tramitaciones de leyes, negociaciones, acuerdos. En torno a esta gestión cotidiana vemos intenciones, convicciones, promesas, manipulaciones, cumplimientos e incumplimientos, conductas éticas o bien reñidas con ésta, afán de servicio y afán de dominio y privilegio.
Este corto plazo parece absorberlo todo, y contiene tal cantidad de dificultades que parecería no dejar tiempo para nada. Sin embargo, si observamos nuestro devenir histórico de largo plazo, podemos descubrir que esta agitación cotidiana junto con realizar su afán, parece además encaminarse en una cierta dirección de largo plazo, expresado en la aparición de ciclos recurrentes, con finales trágicos, cada 80 años aproximadamente.
Así ocurrió desde los inicios de nuestra independencia hasta Balmaceda, y desde el término de la guerra civil en su gobierno hasta el golpe de Estado a Allende. Y de producirse un tercer ciclo equivalente a los anteriores, podríamos estar ante una nueva confrontación destructiva entre los chilenos, bajo la forma de revolución, Golpe de Estado o Guerra Civil, hacia el año 2050.
Esta mirada no constituye necesariamente un hecho cierto, pero la eventualidad de su ocurrencia tiene una importancia mayor, y sitúa el tema de la conducción política en un horizonte trágico, del que es importante hacerse cargo. ¿Es cierto que estamos ante ciclos con un final autodestructivo? ¿Se repetirá un tercer ciclo? ¿Podemos evitarlo?
Estos momentos destructivos que enfrentan a nuestra sociedad, son los que desatan las peores conductas humanas, y los que generan mayor sufrimiento. Son los que destruyen nuestra confianza en los demás y los que nos hacen dudar sobre nuestra humanidad. Merecen por tanto que dediquemos grandes energías a comprender cómo ocurren y a ocupar todos nuestros recursos posibles para evitarlos.
Esta mirada introduce una misión y una exigencia a la acción política; ya no sólo respecto de sus dichos y acciones en el corto plazo, ni de su gestión de gobierno y el uso de los recursos; sino por encima de esto, el hecho de que su acción puede conducir a la comunidad hacia los episodios autodestructivos o evitar hacerlo.