Por Fernando Curiqueo
Se cumple un aniversario más del nacimiento de este escritor inglés. Fue además músico y profesor. De su biografía sabemos que fue un consumado políglota. De su extensa obra literaria La Naranja Mecánica es la más famosa.
Si tuviera que destacar por qué admiro a Anthony Burgess es por su valentía y coraje para enfrentar las vicisitudes a las que se vió enfrentado. Habiendo conocido el diagnóstico de una enfermedad “terminal”, no se amilanó, enfrentó la adversa situación y logró salir adelante, legando una prolífica producción literaria y musical.
Igual actitud tuvo cuando su esposa fue cobardemente atacada y abusada por marines norteamericanos.
Debo reconocer que de Anthony Burgess sólo he leído dos novelas: La Naranja Mecánica y Un Hombre Muerto en Deptford. De las dos, prefiero la segunda. En ambas destaca su amplia cultura. Algo que admiro.
La Naranja Mecánica
La novela La Naranja Mecánica fue publicada por primera vez hace sesenta años atrás, en 1962. Son incontables las reseñas que se han escrito sobre ella.
De interés es, en esta oportunidad, adentrarse tanto en la Introducción que Burgess escribe a su novela en la edición de noviembre de 1986, como en algunos artículos dedicados a la obra.
En esta Introducción el escritor manifiesta la posición filosófica, religiosa y ética, que subyace en la novela. La explicita a propósito de la disputa que tuvo con su editor de Nueva York, en relación al número de capítulos que debería tener la obra. El editor quería que fueran veinte capítulos; Burgess, veintiuno.
El contenido que defendía el editor, y con el que apareció en Estados Unidos, no ofrecía, alega Burgess, “una imagen justa de la vida humana”. Esto porque “por definición, el ser humano está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal” y si no fuere así “no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso Estado, ya que está sustituyéndolos a los dos) le darán cuerda. Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malo. Lo importante es la elección moral. La maldad tiene que existir junto a la bondad para que pueda darse esa elección moral. La vida se sostiene gracias a la enconada oposición de entidades morales”.
En su escrito “The Clockwork Condition” (1972-1973) (The New Yorker, 28 de mayo de 2012, en inglés) Burgess escribe: “El hombre es casi por definición una criatura inquieta -creativa, destructiva, dada a la elación y el dolor”. Y explica: “Lo que traté de decir fue que es mejor ser malo por voluntad propia de uno mismo que ser bueno a través del lavado de cerebro”. Dicho lo cual, afirma: “Lo que sí sugiero es que la religión y tales disciplinas seculares o antropocéntricas como la filosofía, psicología y sociología tienen algo en común que es la consciencia del hecho permanente de la infelicidad del hombre. Y parecería que ciertas palabras de antigua procedencia -como “el bien”, “la maldad”, “libre albedrío”, incluso “pecado original”- no deben ser reemplazadas por una terminología pseudocientífica sólo porque ellas proceden de un enfoque centrado en Dios sobre el hombre” (traducción mía).
Burgess tiene una clara opinión sobre La Naranja Mecánica que la expresa así en la Introducción: “De buena gana la repudiaría”. Se lamenta de que La Naranja Mecánica vaya a sobrevivir, en tanto que otras obras suyas que él valora más vayan a morder el polvo. Es tan tajante respecto a valor que le asigna a La Naranja Mecánica que más adelante en la Introducción afirma, que cualquier otro editor de Nueva York o Boston habría rechazado su manuscrito sin contemplaciones.
Él habría esperado que el tiempo transcurrido desde que había sido publicada por primera vez hubiera sido suficiente para “borrarla de la memoria literaria”. De que esto no se haya producido, afirma Burgess, “la versión cinematográfica de Stanley Kubrick es la principal responsable”.
Catorce años antes, en 1972, Anthony Burgess expresaba la siguiente opinión sobre la versión cinematográfica de su novela : “Fuí a ver A Clockwork Orange de Stanley Kubrick en Nueva York, peleando para entrar, como todos los demás. La pelea valió la pena, pensé -una película muy Kubrick, técnicamente brillante, pensante, relevante, poética, que despierta consciencia. Fue posible para mí ver el trabajo como un remake radical de mi novela, no como una mera interpretación y esto -esta sensación de que no era una impertinencia promocionarla como A Clockwork Orange de Stanley Kubrick- es el mejor tributo que le puedo pagar a su maestría” (The Listener, 1972).
En su artículo La Naranja Mecánica Como Paratexto Filosófico Político, (20.11.2020), Antonio Sánchez Rodríguez se refiere a este rechazo expresando: “Anthony Burgess (1917-1993) acabaría renegando quizá con algo de hipocrecía, de su obra La Naranja Mecánica (Clockwork Orange)”. Y pareciera que no deja de tener razón, porque si no hubiese sido por la película de Stanley Kubrick, sí que la Naranja Mecánica habría mordido el polvo.
El tema de las distopías como herramienta distractiva.
Algunas interrogantes y reflexiones con respecto a La Naranja Mecánica. ¿Por qué esta obra ha adquirido la categoría de “clásico” de la literatura? ¿Jugó en ello algún papel el contexto de la Guerra Fría para catapultarla y llevarla a cumbres que ni el propio Anthony Burgess sospechó que llegaría? ¿Es casual que el nadsad, la jerga juvenil, esté conformada principalmente por palabras tomadas del idioma ruso? ¿Se trata de un acto de asociación, de condicionamiento deliberado del lector por parte de Burgess?
Hace un par de noches atrás ví una película que se llama Lion, y que en la versión en español se titula Un Camino a Casa. La menciono porque muestra de manera cruda las condiciones de pobreza extrema (el adjetivo es insuficiente) en que viven, me arriesgo a afirmar, millones de personas en India, donde se desarrolla la trama. Tuve la posibilidad, sin habérmelo propuesto, de estar en Nueva Delhi y otras ciudades de India y ver cómo familias enteras viven a la intemperie y en barrios miserables. Me imagino que algo parecido se puede ver en otros países de Asia, Africa y América Latina.
Lo saco a colación a propósito de estas obras distópicas que ocupan a ciertos círculos intelectuales. En los que a menudo se confrontan categorías como bienestar versus libertad, individuo versus colectivo, los de arriba versus los de abajo (sic), etc.
Pareciera que no se repara en que en algunos dualismos antagónicos que plantean ninguna de las dos partes se hace realidad para la mayor parte de la población. . Tómese por ejemplo el binomio bienestar versus libertad. Ah, pero, eso sí, una ínfima parte de la población tiene acceso al bienestar y con libertad. En este último caso, “su poder social, así como su nexo con la sociedad, lo llevan consigo en el bolsillo”.