Ariosto Lapostol, Emilio Cheyre, Colo y Análisis

Por André Jouffé

OCTUBRE: Por el rabillo del ojo observaba como descendían del bus  los jugadores y dirigencia colocolina para saludar a las autoridades en uno de los primeros partidos después del 11.

Ignoro si Carlos Caszely integraba siquiera la delegación.

Se trataba de un compromiso de rigor y con Héctor Gálvez a la cabeza saludaron al Comandante Ariosto Lapostol y a su lado sin despegarse un centímetro el capitán, Juan Emilio Cheyre.

Todo fue un breve y esta se subentiende la dicha personal cuando rodábamos cuesta abajo pues mi temor prioritario era que me reconociera. Tampoco asistieron al estadio, un alivio más.

La tarde previa deambulaba por la tarde por el centro de Santiago sin la pega de Onda- Quimantú y encuentro a Darío Verdugo el locutor deportivo que transformaba un partido digno de siesta en una final mundialista gracias a su locuacidad. Me ofrece acompañarlo a Coquimbo para que ejerciera de informador de cancha. Viajaríamos en el bus de Colo.

“Darío, yo no ubico a los jugadores de los dos equipos, salvo que me den la espalda y vea el número. 

No te preocupes, yo te salvo de la situación.

Cuando hubo un offside o una jugada ilícita esperaba unos segundos que comenzara el comentario un colega para acoplar el mío. Para ser un pituto me cayó bien; lo que me cayó ácido, aparte de lo inesperado de volver a ver a Lapostol, fue que Verdugo me contaría que Pedro Carcuro habría mostrado el índice hacia abajo, cuando le insinuaron a Verdugo como dupla. Carcuro adujo que no podía trabajar con un alcohólico. 

Es verdad, Andrés, bebí mucho, pero la corté hace años, es algo imperdonable lo que hizo conmigo; ahora estoy transmitiendo partidos cuando me llaman de emisoras de provincias.

(Carcuro  trabajó años después sin chistar con adictos a la cocaína. Tengo los nombres  y pruebas al canto en mi poder porque lo hicieron en presencia del suscrito.)

UN MES ANTES, el 10 de septiembre, como jurado del festival de Teatro Juvenil Popular, se dio comienzo a este acontecimiento y “nos habíamos amado tanto, civiles y militares se iban de abrazo. ¡Qué abundancia de Judas!  En la platea durante la velada inaugural, con elogios a la política cultural del gobierno, himnos, en fin”

A la mañana siguiente, el Intendente comunista Rosendo Rojas Gómez me suplicaba en la sede del gobierno regional: Andrés, vete inmediatamente de aquí o  te van a llevar preso conmigo. Sal por la ventana, haz cualquier cosa si no quieres terminar como el periodista sueco (asesinado mientras filmaba Tanquetazo, julio 1973).

Too late. Segundos después estaba con el cañón clavado en la espalda, mi fotógrafo que era de derecha dichoso a morir, no dijo ni pío.

Al pasar Lapostol  junto a mí, le  susurré, somos del Mercurio. En efecto pituteaba los fines de semanas en deportes del diario y tenía una credencial. El comandante, solo atinó a comentar que me dejaran ir y que nos citaba diez minutos después en la plaza para tranquilizar a la gente y que se fueran a sus casas.

Así no más fue. Una suerte del porte de un buque y aun le agradezco al jefe de la sección Alfredo Aceituno esa credencial, porque la que portaba en la billetera era de Quimantú, de la revista Juvenil Onda.

En la plaza logramos escabullirnos hacia un sector alejado del centro; dimos con el garaje de Corfo donde un matrimonio trataba de limar el logo de la puerta de la camioneta. Les solicitamos que nos permitieran huir con ellos pero que no eliminaran el logo pues el raspado iba a ser más llamativo.

De esta forma llegamos a Los Vilos, apodado “lord Willow”, sin detención alguna en el camino. Solo camiones militares repletos de contingentes destinados al norte, con la intención también que no cubrieran sectores familiares de sus barrios de origen amistosamente afines.

En Los Vilos, había una caravana de la línea Andes Mar Bus y estaba a punto de enfilar hacia Santiago con motoristas de carabineros por los costados.

Llegamos a la capital cerca de las diez y comenzó lo bello. En el patio de Los rápidos de Chile, como llamaban a estos buses, nos reunimos 600 personas; bebes chillando hambre, sed e incertidumbre. De paso los comentarios más absurdos: Sin contactos inalámbricos y solo con radios transmitiendo boletines oficiales, escuchábamos decir: “Dicen que mataron a este o al otro.”

No quise meterme en líos. ¿De dónde “lo dicen” sin siquiera haber asomado la nariz a General Mackenna?

Los baños repletos, todo un asco pero con vida. Tipo medianoche comienza una balacera; disparos desde tejados de defensores del régimen y desde la Estación Mapocho del Ejército. Fuego cruzado encima de nuestras cabezas con nosotros al interior de los buses marca Chausson y mi fotógrafo roncaba soñando con la copia feliz del Edén

A las seis de la mañana algunos soldados ingenuos acordaron dejar salir a personas asegurándoles que con el boleto del bus iban a llegar a su casa. Los santos inocentes, retornaban a la media, hora, golpeados pues el TIFA en boleto de Andes Mar Bus valía hongo.

Horas más tarde, crucé General Mackenna arriesgando el pellejo pues justo al frente había un hotel parejero, el Valparaíso. La dueña me acogió y el cómo me reuní con mi esposa detenida en la Universidad Técnica del Estado, con Víctor Jara  y otros mártires dieron para otras historias.

En “Los zarpazos del puma”, de Patricia Verdugo, Lapostol pasa casi rozando, porque su presencia aunque dura es inigualable a la de otra. En su campo cerca de Ovalle contaría con dolor el karma que arrastraba.

No leí jamás algún arrepentimiento en serio de hombrecito bajo, de la sonrisa y que llegaría a Comandante en Jefe y hombre de confianza de gobiernos de la Concertación. Lo más dramático es que pudiendo hacerlo eludió dar explicaciones a la familia de Bernardo Lejderman y su esposa Rosario Avalos, asesinados en La Serena el 8 de diciembre de 1973 y de lo cual Cheyre fue testigo .

“Lo único que le suplicamos es la verdad de lo que pasó y por qué” clamaban.

Pero Cheyre, pese a que no corría riesgo alguno, mantuvo un silencio inexplicable.

Ese octubre, en la noche regresamos con la delegación de Colo Colo y su Presidente Héctor Gálvez ya vislumbraba enormes problemas económicos a raíz de prohibir las reuniones públicas, en especial si consideramos que la publicidad no alimentaba al opio del pueblo ni existía el CDF.

ANÁLISIS

De las tantas cosas a contar, me reservo una: el encomio de derecha y cierta izquierda en contra de la Revista Análisis. Porque según ya escribimos, Apsi les, sin proponérselo, servía a Dinacos, para mantener la orientación, era una revista valiente para los tiempos pero sin peligro de tanques que le echaran abajo la sede. Hilda López militante comunista, cuyo padre comunista fue perseguido por la paranoia stalinista chilena de los años 40, tenía otra idea de lo que iba a ser Apsi y por eso estuvo en el comité fundador y ayudó en recopilar fondos. 

Sergio Marras, otra pluma brillante, integraba APSI, sin mayores problemas de seguimiento o amenazas

Cauce producto masón radical, con Fernando Villegas y Mónica González en el staff hizo su labor pero casi nadie los recuerda. Villegas en Domicilio Conocido mostró sus vaivenes ideológicos y fue citado judicialmente por aludir el “palacete de Pinochet”.

Gonzalo Figueroa en Los Dominicos me ofrece la dirección de Cauce. Yo un poco cansado de Cosas, quería mojarme la camiseta públicamente y dije conforme, pero siempre y cuando haya renunciado Edwin Harrington.

No te preocupes, ya no está, aseguró Figueroa. Apenas  dijo esas palabras, cuando suena el teléfono y yo todavía dueño de una buena audición me di cuenta que sí, que aún estaba.

Fríamente le dije que lo iba a pensar.

Los servicios de inteligencia ya tenían informados ese lunes a Cosas de mi reunión y hubo una guerra fría solo por el intento de aceptar a esta publicación.

ANÁLISIS fue una multimedia porque además  Teleanálisis era adquirido por particulares, enemigos  y además difundido en sindicatos, Juntas de Vecinos y organización políticas. 

Sirvió para destapar un momento de delitos militares como  la bomba instalada en la iglesia de calle Independencia en Punta Arenas.  Fue con tan buen tino que también volaron despedazados los soldados en el intento.

La verde democracia supo de inmediato que Análisis iba a constituirse en una pulga en la oreja. 

Y escuchando comentarios del gobierno democrático, todo indicaba el pronto cierre de esta revista con la cual colaboré varios años con seudónimos como Betsy Graham y otros.

Creo que al hablar del once, hay muchos asuntos aún por abordar, pero sepan que hubo un asesinato no bien contado en concomitancia con la nueva democracia: el de Análisis. Por eso, cuando se evoca la revista, sin duda alguna para cientos de miles de lectores que hasta la fotocopiaban para distribuirla en poblaciones u obsequiarlas a los sin recursos fue la de mayor combate y por algo sus redactores incluido el director, estuvieron por muchísimo tiempo en la cárcel.

Afortunadamente existe éste sitio, del preso más recurrente de Análisis, el director Juan Pablo Cárdenas. Y que continúa siendo el punta de lanza de las reivindicaciones.

Habrá pulga en la oreja para la gran hinchada de lo espurio.

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