Por Felipe Portales
Es sabido -aunque nunca deja de ser impactante- como nuestra educación, la TV y los periodistas que informan respecto del “conflicto mapuche” NUNCA informan sobre la raíz de dicho conflicto:
La expoliación -violenta o con engaños, y que significó de acuerdo a José Bengoa la muerte del 20% de los mapuches- de casi todo el territorio poseído por los mapuches efectuada por el Estado y por numerosos usurpadores chilenos y extranjeros a lo largo de los siglos XIX y XX.
Seguramente muchos de esos periodistas todavía quieren creer en el mito infame de la “Pacificación de la Araucanía”, o no se atreven a indagar en la historia por temor a ser sancionados, derechamente tienen prohibido hacerlo.
Leyendo el excelente libro de Martín Correa Cabrera: “La historia del despojo. El origen de la propiedad particular en el territorio mapuche” (Pehuén y Ceibo; Santiago; 2021) me ha impactado especialmente una particular coincidencia.
Esta es que el libro relata que en la actual provincia de Arauco, uno de quienes más despojó de sus propiedades a los mapuches fue el comerciante francés Pedro Etchepare Borda, quien “haciendo lesos” a decenas de aquellos en 1876 se “quedó” con varios miles de hectáreas dando forma a las Haciendas Antiquina y Lanalhue y al fundo Tranguilvoro (ver Correa; pp. 62-3).
Y que “el trabajo realizado por el comerciante Etchepare para hacerse de los dominios mapuche es realmente notable y, como era de esperar, facilitado por la presencia del intendente Hermógenes Pérez de Arce -o el gobernador Benjamín Ortiz Fernández, en ausencia de éste- y la connivencia permanente del notario Ramón Saavedra” (p. 64).
El punto es que pocos días atrás Megavisión hizo un reportaje sobre las víctimas del “conflicto mapuche” en la zona de Arauco, donde entrevistó extensamente a Solange Etchepare Lacoste, quien ha sufrido en sus propiedades en Lanalhue numerosos atentados incendiarios y que se ha constituído en directora de la Fundación de Víctimas del Terrorismo (FVT) de Bío-Bío y Arauco.
Por cierto, el reportaje no se complementó con un intento de desentrañar el origen histórico de sus propiedades afectadas, para que los televidentes pudiesen comprender las raíces tanto del sufrimiento más que centenario de los mapuches desplazados de esas propiedades, como del que sufre hace años la familia Etchepare.
Es evidente que mientras la sociedad chilena no pueda interiorizarse del conjunto del drama histórico y actual de la Araucanía (Wallmapu) no estará en condiciones efectivas de comprender la magnitud del problema y -mucho menos- de proceder a desarrollar políticas de envergadura que puedan resolverlo con el máximo de justicia posible.
Por cierto, ello implicaría -para partir sobre bases sólidas- una modificación profunda de la educación histórica sobre el tema, acompañado de una intensa labor de búsqueda y de difusión de la verdad de aquel por parte de universidades, medios masivos de comunicación, partidos políticos, organizaciones sociales y culturales, entidades espirituales, etc.
Es decir, que la sociedad chilena pueda comprender la naturaleza del problema y sus profundas y complejas raíces históricas. Por el contrario, de continuar con nuestra actual ignorancia y “amnesia histórica”, seguiremos inhabilitados para solucionar realmente este grave problema.