Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
Semana tras semana llega el momento de escribir estas líneas para tratar de contribuir al debate de ideas y a un proceso de formación que mejore las facultades de comprensión de los fenómenos políticos y sociales, a fin que redunde en la elevación de la capacidad de resistencia de nuestros pueblos.
Hace unos días fui invitado a Telesur para comentar acerca de la retirada de Estados Unidos de Afganistán, las causas y probables consecuencias regionales y globales de tal hecho. Indudablemente un tema de superlativa relevancia, manejado con infinito esmero, rigurosidad y profesionalismo por la conductora del programa a tal punto que me sentí tácitamente exigido a estar a la altura de la periodista, sobre todo porque además, había que hacer un esfuerzo de abstracción superior para “escapar” de la realidad circundante que genera el imperativo de dar respuesta a la coyuntura, dejando poco tiempo para el análisis estructural que exigía en ese momento el tema planteado.
En el fondo, daban vuelta en mi cabeza, los hechos recientes en Venezuela y en la región, especialmente en Haití y Cuba cuya alineación en el tiempo y el espacio, no podían ser casualidad. Además, pareciera que estas acciones van configurando un nuevo modelo de actuación imperial dentro de las tradiciones intervencionistas y agresivas que son tan antiguas como la propia existencia de Estados Unidos como nación.
¿Alguien puede ser tan inocente como para pensar que es casualidad que después de la visita del director de la CIA a Colombia, mercenarios paramilitares de ese país, estén involucrados en el asesinato del presidente de Haití y en la realización de guarimbas militares en Caracas? ¿Alguien puede creer que estos hechos no tienen relación con los intentos de desestabilización contra revolucionaria en Nicaragua y Cuba?.
Amiga lectora, la esencia del análisis político correcto está en ser capaz de enlazar hechos aparentemente aislados, proyectarlos hacia el futuro, mirarlos a la luz de intereses de clases, de sectores, de grupos y de países y con ello determinar los cursos más probables y los planes de acción del enemigo.
En tanto Estados Unidos ha asumido a los pueblos latinoamericanos en esa condición (la de enemigo) y considerando que desde el inicio de su expansión hacia el sur y el oeste a comienzos del siglo XIX, la historia de su relación con América Latina y el Caribe exhibe una larga lista de invasiones, ocupaciones, asesinatos de dirigentes y golpes de Estado, entre otros instrumentos que conforman su amplio catálogo agresivo, hemos ido aprendiendo y hoy, es fácil deducir que la “misión delicada” del director de la CIA William Burns en Colombia, su principal aliado en la región, está asociada a nuevos planes de agresión contra países que han decidido ser autónomos de las políticas dictadas por Washington.
El hecho de que haya sectores de izquierda que se creen con la potestad de determinar que hay países con gobiernos progresistas buenos mientras que otros no lo son, no cambia que Estados Unidos los quiera agredir y destruir por igual haciendo desaparecer sus Estados e instituciones para someter a los pueblos a la miseria, la pobreza, la guerra y la muerte. Los ejemplos de Libia, Siria, Irak y Haití entre otros están muy frescos aún. En todos ellos hubo críticas de esos sectores de izquierda a los gobiernos que había previamente a las intervenciones “salvadoras” de Estados Unidos y la OTAN.
No es habitual que realice reflexiones personales en este espacio, pero ante los fraternales reclamos de algunos lectores que me preguntan porque no intento teorizar o sistematizar la experiencia de lo que está ocurriendo, quiero responderles muy fraternalmente también, que para mi pesar, no me encuentro en el cómodo escritorio de la academia sino en la nada placentera -aunque reconfortante- trinchera de la lucha anti imperialista. No me puedo desprender –aunque quisiera- de esa realidad que me cobija con la inclemencia de los tiempos y con el calor de los pueblos. Mi pluma –modesta en realidad- está al servicio de esa causa, de la misma manera que en tiempos pasados, otros instrumentos fueron los de uso cotidiano para la búsqueda del mismo objetivo de hoy.
La urgencia y la angustia de colaborar en la búsqueda de respuestas a la confrontación cotidiana que el imperialismo nos ha impuesto, son los móviles que impulsan mi trabajo y así será mientras la situación no cambie. Creo que –a pesar de las victorias que se avecinan- no habrá cambios estructurales en el corto plazo, porque no cambiará la esencia agresiva del imperialismo lo cual es consustancial con su ADN intervencionista.
La lucha por la liberación de los pueblos es permanente y continua. En América Latina y el Caribe, la resistencia de Cuba, Nicaragua y Venezuela seguirá siendo la proa que indica el camino a seguir. No por azar, es hacia ellos adonde el imperio apunta sus dardos más agudos.
Los gobiernos de México, Argentina y Bolivia, se han sumado al sentir mayoritario de los pueblos que claman por paz, justicia e independencia y pronto llegará Perú. Entre los paladines que enarbolan la democracia representativa neoliberal sustentada en las doctrinas de seguridad nacional y del enemigo interno: Chile y Colombia, sus pueblos dan muestras de sentimiento nacionalista, patriótico y democrático en los que desde el gobierno o desde la oposición continuaran dando batalla por su emancipación.
Los pueblos del Caribe, con la dignidad de sus pequeños territorios y la grandeza de su orgullo, dan ejemplos de resistencia a las presiones neocoloniales. Los uruguayos le acaban de propinar un contundente golpe al gobierno de derecha, recogiendo más de 800 mil firmas para manifestar su rechazo a las prácticas neoliberales que pretenden retrotraer importantes conquistas obtenidas por décadas de lucha de la clase obrera y el pueblo. El próximo año, el regreso de Lula al gobierno de Brasil, dará un impulso decisivo a los esfuerzos de la región por recuperar su concurrencia en la historia en el camino de su necesaria integración.
“Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro” enunció el Che Guevara. Para conquistar ese futuro, hay que continuar la lucha. No habrá Biden ni imperio alguno que pueda impedirlo. Nos espera un futuro luminoso. Los líderes pueden equivocarse, los pueblos siempre tienen la razón.