Por Luis Casado
Atento el personal, lo que viene no es aconsejable para los menores de edad mental.
El mundo discurría plácido, en plena bonhomía, a la manera de una merecida siesta dominical después del futbolito matinal y un asado en plan churrasco, regado como se debe con un tinto de chuico tan oloroso de sus cepas como cárdeno de su tinte.
La Unión Europea, al decir del asopado Josep Borrell, vivía en una suerte de jardín a la francesa, limpio y ordenadito frente a la jungla exterior (las palabras en itálicas son de Borrell). La inflación había desaparecido del horizonte, y un saludable crecimiento económico construido sobre dos formidables pilares descritos por el mismo Borrel, –la energía barata rusa y un inmenso mercado chino abierto de par en par–, auguraba un porvenir luminoso, cielos despejados y un clima primaveral. ¡Alabao!
¿Cómo es que de repente entramos en una nueva crisis que provoca escasez, anuncia más desempleo y pobreza de un lado y más concentración de la riqueza del otro?
Para contribuir a la reflexión filosófica, política y económica, sin preaviso, Emmanuel Macron se rajó con un par de comentarios para el bronce.
Uno relativo al monto de la asistencia social a los menesterosos, a los miserables, a los pringaos para que me entiendas. Hela aquí:
“La política social, mirad: ponemos una pasta gansa (un pognon dingue) en los mínimos sociales , y la gente sigue siendo pobre. No salimos de esa. La gente que nace pobre, sigue pobre. Debe haber un truco que permita que la gente escape a ese sino”.
La pasta gansa –según quienes calculan los presupuestos del Estado francés– es del orden de 25 mil millones de euros anuales, un 1% del PIB galo, no es cosa de mirar en menos ni tratarles de padrino cacho, amarrete, tacaño, agarrado, avaro y mezquino, pero lo cierto es que la masa de pobres no cesa de crecer.
No obstante, la parte del presupuesto nacional consagrada a morigerar los efectos de las desigualdades juega el papel de un emplasto de mostaza sobre una llaga de leprosorio. Macron no entiende que la extrema pobreza y la excesiva riqueza son gemelos monocigóticos: crecen juntos.
El discurso político suele criticar a los “asistidos”, esos holgazanes que no trabajan y viven de la asistencia social. El mismo discurso político que condena a los miserables reclama, exige, impone ayudas y facilidades para la inversión privada, único camino hacia el crecimiento y el bienestar. Si la asistencia social es caca, los estímulos a la codicia empresarial son agua bendita.
Justo por curiosidad fui a ver cual es el monto de la contribución pública francesa a la inversión privada: la última cifra anual conocida me tiró de espaldas: 157 mil millones de euros.
El monto, –6,28% del PIB–, se justifica mayormente por la gigantesca carga de generosidad que está en la raíz misma de su génesis: se trata de “crear empleo” para los pringaos, de pavimentar e iluminar el camino que conduce a la prosperidad de los miserables.
El segundo comentario de Macron fue aun más sorprendente. Inspirado tal vez en las palabras de Winston Churchill el 13 de mayo de 1940, anunciándole a su pueblo que Gran Bretaña no cedería frente a la barbarie nazi, – “Solo puedo ofrecerles sangre, sudor y lágrimas”–, Emmanuel anunció “el fin de la abundancia”.
Aquellos que carecen de todo, aquellos que andan al tres y al cuatro y aquellos que apenas llegamos a fines de mes (lo más duro son los últimos 30 días…) nos preguntamos a qué abundancia se refería nuestro banquero-presidente. No fue difícil saberlo. La prensa de investigación estudió las vacaciones de la primera fortuna francesa y segunda mundial:
“En un mes, el mega yate de Bernard Arnault consumió 470.000 litros de diesel (a 2,15 € el litro… algo más de un millón de euros solo en combustible…), el equivalente de la economía que harían 27.000 hogares franceses bajando la calefacción de su apartamento durante un año… El barco de lujo de Bernard Arnault emitió en un mes de vacaciones 1.250 toneladas de dióxido de carbono (CO2)…”
Pobre Bernard, él es uno de los que reciben parte de los 167 mil millones de euros de ayuda a los inversionistas…
Lo cierto es que la población comienza a resoplar frente a la inflación: durante dos décadas los precios se mantuvieron razonablemente estables y el objetivo de inflación del Banco Central Europeo (BCE), –un 2%–, se cumplía sin mayores dramas. Una de las consecuencias fue que los salarios no subieron. No obstante, 2% más otro 2%… terminan por hacer más del 10 por ciento al cabo de cinco años y entretanto tu salario seguía igual. Ahora, con una inflación que se acerca al 10% anual, el personal tose y se pregunta si no es el momento de recibir una justa remuneración.
Entre los precios que suben está la energía. Francia, gracias a mi General de Gaulle y al Programa de la Resistencia, inició un vasto movimiento de industrialización al final de la II Guerra Mundial. Una parte importante consistió en dotar al país de 56 reactores nucleares que suministraron electricidad abundante y muy barata durante décadas. Francia exportaba electricidad.
Luego, a los neoliberales se les ocurrió privatizar la empresa EDF. Los privados se dedicaron a ordeñar la vaca, a obtener el máximo de lucro y para ello evitaron hacer trabajos de mantenimiento. Resultado: 32 centrales nucleares están paradas y no producen ni un Kilowatt/hora. Macron, en otra demostración de su genialidad, decidió renacionalizar EDF, de modo que los ciudadanos pagaremos los trabajos de restauración de las centrales nucleares. ¿No es lindo el capitalismo?
Todo esto en medio de una crisis de la energía cuyo estallido se lo debemos a la Unión Europea. El ‘modelo’ de prosperidad basado en dos pilares, –energía barata suministrada por Rusia y productos baratos provenientes de China–, se transformó repentinamente en un pecado mortal, en una “dependencia de países poco frecuentables”, muy precisamente a partir del conflicto de Ucrania.
Nadie advirtió que Ucrania incumplió durante ocho años los Acuerdos de Minsk, firmados por varios países de la Unión Europea. Que los EEUU estuviesen detrás de una agresión caracterizada a la población rusa del este de Ucrania no le molestó a ningún país “occidental”. El “mundo libre”, que participó alegremente en el bombardeo de Serbia y en su despedazamiento y la creación de un pseudo país títere que ni siquiera ellos mismos reconocen, –Kosovo–, se escandaliza de la intervención militar rusa que busca proteger a la población ruso-parlante de Ucrania.
De modo que ni corta ni perezosa la Comisión Europea decretó que la UE no necesita ni el gas ni el petróleo rusos, desatando así una crisis de insospechadas dimensiones. Por la sencilla razón que no había, no hay, energía de recambio. Los precios de fueron a las nubes, y la industria europea, principalmente alemana, está amenazada de quiebra y/o de deslocalización a otros países, como por casualidad los EEUU, o China…
Los genios que dirigen la UE –todos designados a dedo– propusieron fijarle al gas un precio tope máximo, para evitar una catástrofe. Los primeros en reaccionar negativamente no fueron los rusos, sino el primer ministro alemán OIaf Scholz que los trató veladamente de tarados (si fijan precios fuera del mercado ese gas se irá a otros países…). El otro fue el primer ministro noruego Jonas Gahr Støre (Noruega es el primer productor europeo de gas y petróleo) quien declaró muy escuetamente: “Si quieren energía, la pagarán al precio del mercado”.
Para aliviar la crisis generada por la falta de energía ayudando a sus empresas, Alemania liberó 200 mil millones de euros. Una vez más los genios que dirigen la UE dieron muestras de su ceguera al condenar medidas que “contradicen las reglas de la libre competencia”. ¿En serio?
Así, sin el menor debate, se renacionalizan empresas, los Estados intervienen en la Economía, un grupo de países que construyó un mercado común (la UE) se propone fijar precios fuera del mercado. Solo falta derogar la Ley de la Oferta y la Demanda.
Mientras tanto los EEUU, Deus ex machina o Deus absconditus de todo este desastre, se frotan las manos: los F-35 se venden como pan caliente.
Mientras funcione la industria militar… todo bien.
Ultimas noticias: Liz Truss, la muy mediocre primer ministro del Reino Unido, duró apenas 45 días en el cargo. Hoy dimitió, en una demostración del desorden que reina en el Reino Unido (no es juego de palabras) a pesar de -o gracias a- su retiro de la Unión Europea. Los otros líderes no valen mucho más…
El único consuelo es que en los EEUU tienen a un Joe Biden senil… Magro consuelo.