Juan Pablo Cárdenas S. | Lunes 14 de octubre 2024.
A pocos días de una nueva elección de alcaldes, concejales, gobernadores y otras autoridades del país arrecia la propaganda radial y nuestras calles, ciudades y pueblos se llenan de afiches, volantes y otros coloridos artificios para llamar la atención de los ciudadanos. Los miles de candidatos gastan lo propio, lo que consiguen y lo que se endeudan a cuenta de los recursos fiscales que recibirán de conforme a los votos que obtengan, resulten o no elegidos.
Son tantos los postulantes que, en realidad, los electores se mantienen con todas las dudas pertinentes en relación a quién darle su sufragio, cuando casi todos ofrecen lo mismo en favor de las enormes demandas pendientes en el campo municipal. Mayores recursos para la salud y la educación, aumento en el número de policías y guardias de seguridad. Puentes, luminaria vial y pavimentación de caminos como innumerables obras de infraestructura. Además de la añorada probidad administrativa que está a tan maltraer en las 346 administraciones edilicias y gobernaciones de todo el país.
No se explica tan alto número de candidatos si no se asume que llegar a los gobiernos regionales y comunales es, en realidad, enfrentarse a un verdadero botín, si se considera la cantidad de alcaldes, concejales y otros imputados por la Justicia, sumariados por la Contraloría General de la República en relación a una enorme cantidad de millones defraudados al fisco y que, en no pocos casos, han ido a engrosar el bolsillo de estas autoridades que están bajo denuncia, en proceso o ya condenados.
No es tanto el sueldo de los funcionarios que se eligen, se dice, sino la “oportunidad de negocios” que tienen los gobernadores, alcaldes y concejales. Se supone, asimismo, que el narcotráfico tiene altamente infiltrado los municipios, que muchas autoridades locales son tentadas para hacerse parte de sus redes de micro ventas y seducción de centenares de jóvenes que ven en estas actividades el único sustento para sus familias y futuro. Con seguridad, tras la propaganda millonaria de algunos candidatos, debe estar el apoyo de las mafias locales. Lo que puede quedar nítido durante con su desempeño posterior.
Tragicómico resulta observar la publicidad política. Las absurdas y mentirosas promesas de quienes buscan ser nuestros representantes, la danza de millones que se desbarata en papelería y palabrería en una contienda en que los partidos políticos, si bien están presentes, prefieren soslayar su identidad detrás de los rostros maquillados y rejuvenecidos de los contendientes. Parece ser tan alta la vergüenza que hoy provoca militar en una colectividad política que la mayoría de los postulantes prefiere ocultar su posición ideológica al disfrazarse de “independientes” ante la opinión pública. En circunstancia que en el Registro Electoral existen oficialmente inscritos 22 partidos de derecha, centro e izquierda. Así como varios otros en trámite y formación.
Los propios pactos y subpactos eligen nombres intraducibles ideológicamente, de tal manera que, bajo la bandera del cristianismo, por ejemplo, es posible descubrir posiciones muy poco evangélicas y, corrientemente, muy enemistadas entre sí. A sabiendas de que, pese a sus propios procesos de corrupción, las iglesias tienen muchos más prosélitos y potenciales votantes que los partidos, los que se muestran en su masivas liturgias y procesiones.
Son muchísimos más los aspirantes que no llegaran a representar al pueblo, a pesar de las caretas publicitarias de la doblez o simulación. Una infinidad de nombres que poco o nada se conocen en sus propios barrios y pueblos. A excepción, hay que reconocerlo, de los candidatos del Partido Republicano que, tal parece, no se avergüenzan de su pasado y de sus orientaciones del presente, apostándole al voto más duro de la derecha, esto es al todavía bien arraigado pinochetismo. O apelar a aquellos ciudadanos que tampoco les hace cosquillas los escándalos y reproches de otros que, con las mismas o mayores flaquezas históricas, prefieren hoy asumirse como libertarios, demócratas y probos.
Políticos que, por lo mismo, nada o muy poco le importa el llamado “escrutinio público”, sabedores de que en nuestro país queda ya muy poco de conciencia cívica, como que con frecuencia son elegidos y reelectos en sus cargos quienes más han defraudado sus convicciones y que, desde las altas cumbres del Estado hasta los gobiernos municipales, lo más que los alienta es perpetuarse en el poder, engrosar sus bolsillos y cajas electorales, para asegurarse el voto más ignorante e indolente. Un sector de la población, por lo demás, que crece en nuestro país debido a la severa crisis educacional, la deserción escolar y la extrema pobreza. Chilenos que mayoritariamente declaran no saber por quién votar o importarle muy poco lo que suceda en pocas semanas más. Lamentando tener que concurrir a las urnas, solamente para evitar la multa correspondiente si se abstienen.
Dentro de las reformas que se postulan, pero cuesta tanto tiempo implementar, debiera estar la exigencia de que los candidatos expresen en su propaganda nítidamente su adscripción partidaria y quienes declaren ser independientes no puedan fundirse luego con las colectividades sumergidas durante las elecciones y que después asumen ufanos el poder. Así como podría ser que quien prometa y después no cumpla pueda ser removido de sus funciones, como ocurre en algunas pocas democracias del mundo, en que el pueblo ejerce constantemente su soberanía. Es decir, la democracia participativa.