Juan Pablo Cárdenas S. | Lunes 15 de abril 2024.
El caso chileno es una genuina expresión de que la democracia no consiste solo en la realización periódica de elecciones. Por el contrario, la preocupación fundamental de los partidos políticos puede llegar a ser un verdadero obstáculo para el verdadero ejercicio de la soberanía popular.
Poco o nada tienen que ver los ciudadanos con la llamada ingeniería electoral, es decir ese obsesivo empeño por construir pactos y alianzas que les aseguren a las distintas colectividades tener representantes en el Ejecutivo, el Parlamento, los gobiernos regionales y comunales.
En los primeros meses de este año nos encontramos ya en la vorágine de arreglos cupulares para el reparto de los cargos municipales y de las gobernaciones del país, diseño que debe quedar consagrado con los comicios de octubre próximo en que el mapa de gobernadores, alcaldes y concejales será el preámbulo de las elecciones legislativas y presidenciales de dos años más. Tanto oficialistas como opositores están en plena faena por afianzar los “pactos por exclusión” y las designaciones a dedo de candidatos que les permitan quedar bien equilibrados dentro de los aparatos del Estado y con ello garantizarse, sobre todo, el acceso al botín de los caudales públicos.
Y no es una tarea fácil la ingeniería electoral. La derecha debe conciliar en listas electorales las ambiciones de al menos cuatro partidos políticos y otro número similar de distintas expresiones opositoras desde el centro al ultra conservadurismo. Lo propio ocurre con el oficialismo donde otro número de al menos siete colectividades y un sinnúmero de “sensibilidades” (así las llaman) deben procurarse los cargos públicos a nivel de las 346 municipalidades y las 16 gobernaciones.
Como lo que poco importa en Chile es la voluntad popular, los millones de ciudadanos no podrán en todas partes votar por aquellos partidos y postulantes que mejor representen sus ideas e intereses. Imposible será que los partidos tengan asegurada la nominación de candidatos a lo largo de todo el país, así como en todos los distritos y circunscripciones, dado que es la ingeniería electoral la que selecciona por zona a los competidores, por lo que terminan imponiéndose los llamados “pactos de exclusión”. Esto es por aquí voy yo, por allá va él y en otros casos no podemos postulamos ni tu ni yo. Además de considerar que en esta ciudad o comuna son fuertes los adversarios, por lo que competir muchas veces es algo así como un mero saludo a la bandera, por el que no vale la pena tanto esfuerzo y gasto proselitista. Menos, todavía, el debate libre y pluralista de ideas.
De esta forma es que la propia militancia política se hace inútil si se da por descontado que tal o cual lugar le “pertenece” (en jerga electoral) a la derecha, al centro o a la izquierda, como son los emblemáticos municipios de Providencia, Las Condes, Quinta Normal, Pudahuel, así como ciudades y regiones enteras, como Talca, Punta Arenas y tantas otras.
De esta forma, la curiosa democracia chilena en los hechos alienta un gran empate en lo político. A La Moneda ingresa Boric y lo más probable es que lo suceda alguien de la oposición. Tal como la llamada “alternancia en el poder” le permitió gobernar dos veces a Michelle Bachelet y otras dos, a Sebastián Piñera. “En el gobierno tú, en el parlamento, yo”. De tal forma que las reformas tan voceadas, demandadas y comprometidas en las campañas electorales se hagan imposibles.
Ni los jóvenes y radicales políticos de izquierda han podido hacer mucho por cumplir las demandas populares. Como tampoco le ha sido posible a los republicanos de la ultra derecha quebrar el círculo vicioso electoral que, en realidad, mantiene la hegemonía de las colectividades tradicionales sin que ello tenga correlato con los escrutinios de cada elección. A ciencia cierta, nadie puede saber cuánto en realidad pesan los UDI, los de Renovación Nacional, demócratas cristianos, comunistas, PPD o socialistas, pese a la deserción sostenida de militantes ya que en varias oportunidades se les ha dado por “muertos”. En efecto, las cúpulas políticas son solidarias entre sí, respetan sus espacios “históricos” e impiden la llegada de los que llaman advenedizos. Tanto que la virtual candidata presidencial de la derecha ha llamado ya a los electores a que “no votar” por aquellos candidatos que juntan firmas entre los ciudadanos para correr como independientes.
La excepción a este consabido “rayado de cancha” fue el Frente Amplio. Sin embargo, una vez en el poder, como se ha anotado, muchos de sus militantes terminaron corrompiéndose a la usanza de los viejos políticos, así como embolinados también por los juegos cupulares y la ingeniería electoral. Compuesto por un sinnúmero de expresiones y siglas, seguramente su afianzamiento en la política dependa de que logren formar una sola entidad al nivel de sus socios del conglomerado oficial. Aunque en los cargos que ostentan muchos han ido, desgraciadamente, abrazando el pragmatismo político que tanto despreciaron y tantas ilusiones abrió entre la gran población de los postergados. De ese Chile real que mantiene intactas sus profundas asimetrías socio económicas y culturales. De esos millones de trabajadores con empleo precario o informal. O de los pensionados, los sin techo o los que forman parte de las extensas listas que esperan atención de salud.
Aunque la clase política se ufane, para colmo, de que la inflación esté acotada al nivel del deterioro del poder adquisitivo. Lo que ciertamente les impide presumir respecto de la lucha contra la creciente delincuencia e inseguridad, hijas de la desigualdad.
Ya se abrió la nueva competencia electoral, la que quedará abrochada con la masiva concurrencia de ciudadanos a las urnas gracias al sufragio obligatorio. Sólo para que antes de que se cuente el último voto estemos de nuevo al frente de nuevos juegos electorales en la inercia de un país en el que seguirá todo más o menos igual. Salvo la edad que avanza inclemente en los perpetuados en la política.