Juan Pablo Cárdenas S. | Lunes 6 de noviembre 2023.
Uno de los más famosos episodios bíblicos nos habla de la proeza de David cuando con una honda logró abatir al poderoso Goliat, un filisteo enemigo de los judíos que en su época parecía invencible. La sagacidad de este joven David, que a la postre se convertiría en rey de Israel, explicaría su triunfo sobre el que se suponía imbatible hasta que fuera degollado por el débil atacante una vez que lo tumbara de un piedrazo.
El relato referido ha servido para justificar y legitimar la rebelión de los pueblos oprimidos en contra de sus conquistadores o dominadores, así sea su enorme inferioridad militar y política. Allí mismo donde la proeza judía logró enfrentar con éxito la superioridad filistea hoy tenemos una nueva contienda a lo David y Goliat, solo que ahora el gigante es el propio Estado de Israel que ha sido desafiado varias veces sin éxito por el oprimido pueblo palestino. Esta vez por el fundamentalismo y la exacerbación de Hamás que logró apenas hacerle un rasguño bélico al todopoderoso estado sionista, sin duda muy superior al de su atacante si se considera la fortaleza de sus armamentos y el respaldo incondicional de la principal potencia mundial como de sus títeres aliados europeos.
Podría ser posible en el mundo actual que los palestinos pudieran hacer frente con éxito la arrogancia israelí. Si en realidad el David de hoy contara al menos con el apoyo del mundo árabe que, como sabemos, tiene a varios detractores en favor de los crueles gobernantes de un país que, habiendo sufrido un horrendo genocidio de parte del nazismo, hoy se desquita contra las débiles y divididas naciones palestinas.
Tenemos plena certeza de lo terroríficas que fueron las incursiones de Hamas en Israel, pero no tenemos duda alguna de que ellas obedecieron al empecinamiento de Israel, a su bárbaro y continuo hostigamiento a los habitantes de Gaza y a su política de comprar aliados dentro del ancho mundo palestino. Baste recordar por un instante que Hamás le ganó en 2006 una elección a Al Fatah y a la Autoridad Nacional Palestina, el otro partido y organización que hoy gobierna en Cisjordania , en una disputa que fuera acicateada por Israel a fin de dividir a estas dos vertientes del pueblo palestino. Así como puede enseñorearse en toda la geografía del medio oriente, en que los que son muchos más, esto es árabes y musulmanes, permanecen divididos y no logran una unidad que pudiera oponerse al expansionismo israelí en la zona.
Lo trágico es que lo que más complace al Goliat Israelí es la hipócrita posición de las Naciones Unidas, como la pobre reacción del llamado mundo civilizado frente a la barbarie de quienes bombardean una zona en que las víctimas abatidas por sus bombas son civiles, especialmente niños y mujeres, que poco a nada tienen que ver con las decisiones de Hamás y otros grupos considerados extremistas. Podrán muchas naciones del mundo repudiar la supremacía israelí y sus crímenes de guerra, pero lo cierto es que estas condenas no pasan de traducirse en declaraciones o en embajadores “llamados a “informar por sus gobiernos”. En circunstancia de que otras naciones son castigadas inclementemente por bloqueos comerciales, embargos de sus bienes en el extranjero y, tantas veces, por incursiones militares para botar gobiernos y apoderarse de recursos como los del petróleo y otras riquezas en suelo ajeno.
Con el avance del armamentismo y el enorme poder de fuego controlado por estados como el de Israel, la verdad es que sería muy iluso pensar que con algunas pocas bombas, fusiles y municiones de corto alcance se le pueda hacer frente a los letales misiles, tanques, submarinos y aviones. Cuando además se sabe que Israel posee armas atómicas, todavía más destructivas que las arrojadas sobre Hiroshima y Nagazaki con las cuales Estados Unidos clausuró la Segunda Guerra Mundial con la muerte de centenares de miles de japoneses que nada tenían que ver con los protagonistas del mega conflicto.
Una superioridad bélica que de alguna forma explica la existencia de grupos que se convencen que solo con acciones tan radicales como las del derribamiento de la Torres Gemelas es posible acosar o contener al imperialismo y el terrorismo practicado por sus estados. Y que amenaza con la existencia de todo el mundo, mucho más allá de quienes luchan contra su hegemonía.
El conflicto en que Israel lleva tanta y cruel delantera posiblemente concluirá con un nuevo país devastado por las bombas en que, otra vez, el vencedor tendrá que vivir en ascuas y esperar que sus enemigos reincidan en la ley del Talión, del ojo por ojo, diente por diente. Un principio judaico que, desgraciadamente, mantiene vigencia.