Juan Pablo Cárdenas S. | Domingo 4 de diciembre 2022
En el entorno de La Moneda se ha instalado una estatua del ex presidente Patricio Aylwin. A su ceremonia de descubrimiento ha asistido el propio Jefe de Estado y un conjunto muy variopinto de autoridades políticas y de toda índole. El monumento quedará muy cerca del de Salvador Allende, Jorge Alessandri y del ministro Diego Portales, a quien se le atribuye ser el principal forjador de nuestra República.
Los tres discursos que se pronunciaron obviamente destacaron la trayectoria democrática de Aylwin, incluida las palabras que le dedicó Gabriel Boric, el mismo que ayer como dirigente estudiantil y diputado se expresara en los más duros términos por la responsabilidad que le cupo al mandatario demócrata cristiano en el golpe militar de 1973, como en los años de impunidad de su mandato en favor de los violadores de los DDHH de la Dictadura. De esta forma, el que defendió ante el mundo la insurrección militar pinochetista y después prometiera “justicia solo en la medida de lo posible” resultaba homenajeado no solo por sus camaradas sino por una amplia gama de los que fueran sus más duros adversarios políticos.
Este es el Chile de hoy. Los que ayer merecieron las más duras descalificaciones ahora se los homenajea y se instalan sus estatuas alrededor de nuestro palacio de gobierno. Empresarios, ex sindicalistas y otros acompañaron esta ceremonia oficial en que se exculpa a este mandatario, como si ello fuera un trámite necesario para afianzar nuestra endeble institucionalidad republicana y democrática. Pensamos que solo debemos esperar el fallecimiento de Sebastián Piñera para que su efigie también se instale en perenne bronce en el corazón de nuestra Capital.
Cómo no recordar en estos momentos aquel pronunciamiento de nuestro poeta Nicanor Parra en cuanto a que “la derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas”, una de las más notables expresiones de nuestro lúcido vate, con toda esa carga de ironía que ponía siempre en sus sentencias. Queda claro que en Chile al fallecer en menos de una o dos décadas se es reivindicado y llevado a los altares de la República. Tal como lo fueron un tirano como el mismo Portales, o un asesino como el propio Arturo Alessandri. ¡Qué insulto más agraviante es que entre estos quede ubicada la estatua de Salvador Allende!
Lo más extraño es que todo esto suceda bajo un gobierno como el de Boric. En una administración plagada de socialistas y comunistas, además de aquellos que solo hasta ayer eran considerados de ultra izquierda por la derecha y la clase empresarial. La misma que hoy es convocada a La Moneda para que ayude a resolver los conflictos con los camioneros y otros gremios. La que en pocos meses se ha hecho dilecta de las giras presidenciales y cuya opinión cada vez es más considerada por quienes se comprometieron a realizar una profunda reforma tributaria y otras que debieran afectar sus intereses.
Nunca la connivencia se había hecho más ostensible y grosera entre derechistas, centristas y socialistas “democráticos”. Más allá de las reyertas que se producen en el Parlamento que tienen mucho más de espectáculo farandulero que de realidad. Porque sabemos que todos los que allí dicen representarnos son los que se aseguran las más altas dietas y granjerías pagadas por los millones de chilenos que ya ven que los grandes cambios prometidos constituyen un total espejismo. Porque si ayer se criticaban los estados de excepción en la Araucanía, hoy estos han pasado a ser el recurso principal de la lucha del Estado Chileno contra los derechos de los mapuches.
Algunos podrán decir que nuestro país ha puesto en práctica una profunda reconciliación. Pero ni las iglesias se atreverían a celebrar este avenimiento ante las injusticias flagrantes que se prolongan y retrotraen nuestra economía. Provocando que los ricos sigan aumentando sus caudales, mientras el pueblo se empobrece y hasta se ve forzado a delinquir para subsistir.
La estatua de Aylwin en la Plaza de la Constitución es de una total desvergüenza si se considera su actitud pusilánime ante con los derechos conculcados por la Dictadura y una gestión presidencial en que fueron abatidas tantas esperanzas populares. Lo consecuente con todo este mundo de incongruencias sería que este gobierno y la clase política den el paso de erigir una estatua monumental a Augusto Pinochet, como el fundador del nuevo estado, la Constitución que todavía nos rige y el modelo económico más que sacralizado por los gobiernos que le sucedieron. Mal que mal siempre cualquier gobierno tiene sus aciertos.
Y si ya no quedara espacio en el entorno del Palacio Gubernamental, se podría levantar este monumento en la Plaza Italia, allí mismo donde fue removida la del general Baquedano con el Estallido social del 2019. De esta forma, este sitio asumiría sinceramente lo que hoy realmente somos: un país que se hunde en la indignidad de su política.
Se entiende que cambiar de opinión es un derecho humano. Sin embargo, ¿tanto y en tan poco tiempo?