Juan Pablo Cárdenas S. | Martes 19 de julio 2022
Todos los imperios y sus gobernantes han sido en la historia de la Humanidad los principales regímenes terroristas y violadores de los Derechos Humanos. Aunque los países les rindan tributo, de verdad son muy elocuentes los hechos que indican que para imponer su hegemonía tuvieron que fomentar guerras criminales, invasiones a territorios extranjeros y poner en ejercicio una práctica criminal sistemática para asesinar, torturar y cometer toda suerte de horrores contra la condición humana e, incluso, la naturaleza y el Planeta.
Hoy es Estados Unidos el imperio que más tropelías comete contra la dignidad de las naciones y estados. Sus ejércitos están desplazados por todo el mundo y desde Washington se persigue y extermina a quienes supone enemigos. Recién uno de sus drones en Siria bombardeó y mató a quien dijo ser uno de los cabecillas todavía vivos de Al Qaeda. Asimismo, todavía mantiene el campo de concentración en Guantánamo, donde la justicia estadounidense consignó que se habían realzado las sesiones de tortura más extremas e inhumanas que se tengan conocimiento. Allí donde se mantiene confinado por años a una de sus principales víctimas, sin juicio y sin que los pavorosos flagelamientos que se aplicaron hayan demostrado, siquiera, que pertenecía a esta misma secta terrorista. Nos referimos a Abu Zubaydah que ha completado más de 14 años preso y que cotidianamente ha sido torturado en diversos campos de tortura y exterminio, tanto en la isla de Cuba y países del Asia adictos del Imperio.
Los gobiernos de Bush y Obama se obligaron a reconocer estos horrores denunciados por la prensa y diversas organizaciones humanitarias, pero el moreno mandatario, que paradójicamente recibiera un Nobel de la Paz, dijo que aquellos torturadores de todas maneras debían ser considerados muy buenos patriotas. Es necesario añadir que todos ellos terminaron reconociendo sus acciones y ahora descansan en paz bajo la protección de las policías, las Fuerzas Armadas y del mismo sistema judicial y parlamentario que consignó sus delitos.
Consta la facilidad con que Estados Unidos acusa a algunos países de violar los derechos humanos y de constituir una amenaza para su seguridad nacional. Infundios que en la mayoría de los casos han sido desmentidos y condenados por las Naciones Unidas y las más diversas instancias mundiales. Pero la enorme mayoría de países que sabe de tales despropósitos poco o nada logran hacer para frenar los abusos de un imperio que por fin viene en decadencia y ante el cual surgen otros poderosos referentes que pueden contrarrestar su poderío económico y militar.
En América Latina a todos consta el cruel acoso y bloqueo decidido por la Casa Blanca contra el régimen cubano, así como las constantes acciones contra Venezuela, países que completan una larga lista de naciones que han sufrido ataques, invasiones, golpes de estado y magnicidios instruidos y hasta ejecutados por Estados Unidos. Nuestro país aún recuerda el criminal bombardeo a La Moneda y la muerte del presidente Salvador Allende, un acto en que participaron pilotos estadounidenses y posteriormente Washington les diera asilo político a varios de los uniformados chilenos que ingresaron a La Moneda a ejecutar uno de los actos terroristas más inclementes de que tenga memoria nuestro Continente.
En ningún caso sostenemos que el actual gobierno deba hacer caso omiso o solidarizar con países que bajo el pretexto de ser de izquierda o revolucionarios cometan actos de barbarie en contra de sus opositores. Lo sano es ejercer la crítica y la condena contra tantos países del mundo en que se cometen actos de corte terrorista. Ni siquiera por razones comerciales o “pragmáticas” nuestras autoridades tampoco deben dejar pasar los despropósitos cometidos por socios comerciales que son destinatarios de nuestras exportaciones. La prudencia, en este caso, no puede convertirse en complicidad como desgraciadamente lo hacen tantos países europeos, por ejemplo, respecto de los conflictos en Asia, África y de este propio continente. Durante la dictadura de Pinochet, muchos pudimos comprobar la transversal solidaridad que fue capaz de mostrar el mundo con la lucha democrática chilena, más allá de sus ideologías, sistemas de gobierno e intereses.
Estamos conscientes que el gobierno de Gabriel Boric debe moverse con cautela y cuidado respecto de los manotazos que pueden caerle desde la potencia del norte y las entidades regionales y mundiales en que Estados Unidos ejerce pleno dominio, como la Organización de Estados Americanos (OEA) e, incluso, la propia OCDE. Sin embargo, creemos que un gobierno que se dice de izquierda no debe estar tan propicio a condenar ligeramente a aquellos gobiernos latinoamericanos que Estados Unidos odia y quiere desestabilizar y derrocar. Tampoco tan superficialmente expresar solidaridad con el presidente ucraniano que es tan responsable como Putin de la guerra del norte europeo. Sabemos que para muchos partidarios del actual gobierno chileno era difícil ubicar siquiera en el mapa el actual escenario del conflicto; menos, todavía, conocer la historia de desencuentros entre los actores en pugna.
Sería muy triste que los pronunciamientos de La Moneda, al respecto, pudieran obedecer a aquellas presiones que sabemos ejerce la Casa Blanca, mediante enviados especiales que ni siquiera ocultan sus propósitos. Creemos que, por encima de todo, un gobierno vanguardista debe estar consciente de que el principal enemigo de nuestra soberanía e independencia republicana es el régimen norteamericano siempre tan al acecho de nuestros recursos naturales, así como dispuesto a ejercer, también, esa inmensa maquinaria informativa que miente, oculta hechos y crea amenazas que después se demuestran sin fundamento alguno. Como cuando se acusó a Irak de tener armas de destrucción masiva y ahora que persigue que los gobiernos de toda Europa se dobleguen ante sus aviesos propósitos.
Quisiéramos ver a nuestro gobierno muy claro respecto de lo que Estados Unidos representa, como muy lejos de los dictados de su política exterior. Así también cerca, como antes, de la unidad latinoamericana y los intereses globales del Tercer Mundo. Si ya parece muy difícil deslindarse de los lineamientos del sistema neoliberal y de los llamados “mercados” mundiales, al menos podríamos ejercer soberanía política, dignidad histórica y genuina vocación democrática. La misma que demostraron en el pasado varios de nuestros mandatarios nacionales y regionales, pese a sus diferencias ideológicas.