Juan Pablo Cárdenas S. | Martes 24 de mayo 2022
El peor negocio político de la derecha chilena ha sido acceder en dos oportunidades a la Presidencia de la República. Especialmente después del segundo mandato de Sebastián Piñera es que este sector quedó descalificado y altamente fragmentado al extremo que el electorado finalmente optó por un gobierno izquierdista donde los comunistas son su expresión más relevante. Con la derecha se hundieron también la Concertación y la Nueva Mayoría que estuvieran en La Moneda con cuatro mandatarios de muy discreto desempeño en relación a las expectativas del país.
Mucho más le convino a la derecha y al ex pinochetismo ejercer influencia indirecta a través de los gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, que dejaran postergadas o canceladas todas las grandes transformaciones prometidas hacia el término de la Dictadura y que el gran empresariado y sus heraldos en el Parlamento aguardaban con verdadero pavor.
Ahora se ve que recién después de 30 años es posible que el país pueda darse una nueva Carta Fundamental, solo como forzada consecuencia del Estallido Social del 2019. Luego de que durante los gobiernos concertacionistas no le hicieran cambios fundamentales al texto heredado del Régimen Militar y en el que el presidente Ricardo Lagos rubricara su firma a cambio de la del Dictador, señalando eufóricamente que Chile contaba desde ese día con una constitución democrática. Todavía no es seguro que en septiembre próximo los ciudadanos refrenden el trabajo de la Convención Constitucional en el ya convocado plebiscito de salida, así como que este nuevo texto no sea modificado muy prontamente por la derecha y los sectores centroizquierdistas que no concuerdan con todos los contenidos de su extenso articulado. Una propuesta, por lo demás, resultante del desmedido quórum que se le otorgó a la derecha para oponerse a muchas de las que serían las principales reformas exigidas por el pueblo en sus masivas movilizaciones callejeras. Como, entre otras, la posibilidad de devolverle al Estado las facultades necesarias para expropiar los bienes mal habidos o estratégicos, junto con afectar seriamente las bases del sistema neoliberal que. al parecer, seguirá enseñoreándose en nuestra economía.
Contrario a lo que prometieron sus abanderados, los gobiernos de Aylwin y Frei no solo se negaron a recuperar para el fisco las empresas privatizadas por el Régimen Militar, sino que continuaron cediendo a capitales foráneos las compañías de agua potable, las eléctricas, así como la explotación del litio y el salitre, además de nuevas cupríferas. Se asegura, también, que nunca la banca foránea obtuvo mayores dividendos en el mundo como los alcanzados en Chile durante los gobiernos que siguieron al de Pinochet.
Inaudito pareció también el deterioro programado de la Educación Pública, la aparición de universidades privadas que hacen todavía del lucro su principal objetivo. Así como, en materia de salud, aumentaran escandalosamente las brechas en el acceso de ricos y pobres. O que en el campo siguiera ejecutándose la anti reforma agraria, provocando la concentración y extranjerización de las propiedades agrícolas, forestales y los recursos acuícolas, cuyas evidencias se aprecian patéticamente en la Araucanía.
Solo bastaría indicar que Chile, después de tres décadas, es un país más desigual que antes, el más inequitativo de la OCDE y en que trasladarse de una ciudad a otra obliga a los chilenos a pagar altos precios para acceder a las carreteras concesionadas, además de lo expuestos que hemos quedado cuando la inmensa mayoría de los productos consumidos por la población provienen del extranjero. La inflación ha vuelto a ser nuestra gran pesadilla y nos comprueba que seguimos siendo un país prácticamente mono productor. Con una economía demasiado frágil y dependiente para sobrellevar, por ejemplo, un conflicto bélico al otro lado del mundo.
Chile se ha constituido, además, en un nuevo país estrangulado por el narcotráfico y la delincuencia organizada, cuyos estragos son bien explotados políticamente por la derecha, pese a que sus causas principales radican en la pobreza y la marginalidad social ocasionadas por las convicciones ultra capitalistas que sostienen. Quién puede dudar hoy que se ha producido una escandalosa concentración de la riqueza a la par de cientos de millones de familias que viven en la más injusta precariedad. Los últimos jefes de estado se demostraron dóciles lacayos de las políticas neoliberales. Tanto que se dice que el mejor gobierno de la derecha fue el del socialista Ricardo Lagos, así como el del multimillonario Sebastián Piñera habría sido el mejor mandato de la Concertación…
Se completaron tres décadas de “justicia en la medida de lo posible” (Aylwin), con lo que la impunidad y la falta de reparación se hicieron costumbre, salvo en casos muy excepcionales. Siete gobiernos de un “más de lo mismo”, mientras que, en esta reincidencia y candidez social, los mandamases de la política y del sindicalismo se corrompieron, prevalecieron los grandes medios de comunicación adictos a la Dictadura y se firmaron sucesivos tratados de libre comercio en que nuestro país ha quedado maniatado por los inversionistas extranjeros y hasta los millonarios fondos previsionales fueron apropiados por seis o siete administradoras transnacionales.
Es, entonces, cuando en el país estalla el descontento y los sectores más radicales de la izquierda encuentran posibilidad de desplazar a los gobiernos de derecha y social demócratas, como finalmente se los considera. Al presidente Boric, claro, hay que darle tiempo para torcerle el rumbo a nuestra política; sin embargo, ya existen dudas de que la continuidad vaya a ser interrumpida por las transformaciones más demandadas.
Partiendo por la designación de su ministro de Hacienda, la principal cartera, como se le estima, a la luz del influjo de sus antecesores en el cargo. Un nombramiento que irritó al PC como a muchos izquierdistas ilusionados con un cambio de era. Aunque se trata de un profesional destacado, se asume que Mario Marcel no tiene nada de revolucionario o reformista y que solo está a cargo de las finanzas públicas para, de nuevo, consentir con la derecha, que no ha cesado de aplaudirlo. De allí es que ahora existan muchas incertezas respecto de la posibilidad de sustituir el sistema previsional y dar cumplimiento al clamor popular por un No+AFP. Así como se teme que no prospere un impuesto a la riqueza o una reforma impositiva que recaude fondos fiscales entre los que tienen más y no de los esmirriados fondos de los trabajadores y del IVA.
Puede que hayamos pecado de incautos, pero hasta hace dos meses nadie hubiera pensado que el nuevo Presidente y sus ministras de Interior y Defensa hubiesen decretado zona de emergencia en la macro zona sur o Wallmapu. Toda vez que el propio Gabriel Boric, Camila Vallejo y Giorgio Jackson, como diputados, se opusieron tenazmente a instalar a las Fuerzas Armadas en esta tensa zona, donde la confrontación se acrecienta y los mapuches han llamado a armarse para su rebelión. Con muy poca confianza en que La Moneda vaya a escuchar y resolver, ahora, sus justas demandas. Demostrativo de ello es el repudio a balazos en que fue recibida en la zona la Ministra del Interior de quien se creyó que su sola presencia en la Araucanía abriría las puertas del diálogo, después de siglos y décadas de represión y terrorismo de estado.
Ya se asume que Chile es uno de los países de mayores convulsiones internas en América Latina. Por doquier, se suceden las protestas gremiales y laborales, las carreteras bloqueadas, los establecimientos educacionales y las empresas de todo orden en huelga. Vendedores ambulantes que hacen nata en una infinidad de barrios y que han decidido defender con las armas los territorios que estiman propicios para la venta informal de todo tipo de productos. A lo que se suman los portonazos y turbazos, cada vez más espeluznantes y cobardes, incapaces de ser neutralizados por las policías que, por lo demás, no se sabe para quienes realmente trabajan.
Sin duda, tenemos que darle tiempo al nuevo gobierno, pero, a dos meses de instalado, ya vemos cómo afloran las contradicciones al interior de sus partidos y conglomerados, para complacencia exultante de la derecha. Cuyos dirigentes, sacudiéndose nuevamente del temor, se aprestan a cogobernar con la izquierda desde el Parlamento, las patronales y sus entidades ideológicas.