Juan Pablo Cárdenas S. | Miércoles 13 de abril 2022
Considerando que hoy tenemos un Presidente de la República joven y entusiasta hincha de un equipo de fútbol, quizá los amantes del deporte principal podrían abrigar cambios en las organizaciones empresariales que dirigen los clubes profesionales. Está a la vista que de una actividad tan popular se han apoderado el fin de lucro y el desprecio absoluto de la opinión y expectativas de los millones de seguidores de esta verdadera pasión por lo que acontece en las canchas. Podríamos decir que solo las iglesias pueden competirle al fútbol en el número de convocantes. Además, concitan un dilecto interés de la televisión y de los medios informativos. Desde luego, mucho más que la política y lo que sucede en sus alicaídos partidos que, como se sabe, reúnen menos militantes que los clubes de barrio.
Se asume que el fútbol es uno de los negocios más prósperos en Chile y en el mundo, constituyendo un universal organigrama saturado de corrupción y hasta de violaciones flagrantes a la dignidad de los deportistas. Connotados dirigentes han sido encauzados en los tribunales por sus negocios ilícitos que nada tienen que ver con los estándares éticos que deben regir las actividades empresariales del rubro. La falta de probidad se agrava con los magros resultados de las asociaciones de fútbol y de muchos clubes. Hoy los chilenos nos lamentamos de que nuestro Seleccionado Nacional haya quedado por segunda vez consecutiva fuera del próximo Mundial .a realizarse en Qatar.
Constituye también una vergüenza que existan clubes cuyas denominaciones coinciden con las de importantes y prestigiosas instituciones culturales o educativas. Tal es el caso, en particular, del Club de fútbol de la Universidad de Chile en el que, para colmo, el plantel universitario mantiene una discreta propiedad, cuanto un exiguo estipendio por la utilización de su nombre, insignias y otros. Incómodo debe ser para muchos municipios la existencia de decenas de clubes que portan en sus nombres el de ciudades del país en que poco o nada pueden influir o regular su desempeño. Haciéndose cargo, para colmo, de brindar seguridad policial para controlar los habituales desmanes que muchos hinchas provocan en estadios y dependencias públicas o privadas. Se sabe que vivir cerca de los estadios representa en la actualidad un severo riesgo a la integridad de viviendas y moradores.
La transacción millonaria de jugadores no se somete debidamente a las leyes de los países, aunque ya sabemos que ser fichado en muchos clubes representa recibir ingentes sumas de dinero, las que muy dudosamente pagan los correspondientes tributos y cumplen con las leyes laborales. Una situación que actualmente se agrava con el sistema de apuestas organizadas, práctica multimillonaria casi sin regulación. Así como constituye también un escándalo la falta de probidad de algunos árbitros y jugadores, que ciertamente inciden en los resultados de las competencias y quitan certeza a los ganadores.
El ya extinto astro argentino Diego Armando Maradona se hizo justamente incómodo a la transnacional FIFA y otros referentes institucionales por denunciar las pésimas condiciones en que debían practicar sus actividades, sometidos a altas temperaturas por los horarios escogidos, condiciones climatológicas extremas y otras lamentables condiciones. Su propio ejemplo nos mostró que las mafias del narcotráfico ya han penetrado mundialmente al fútbol y sus masivos eventos, los que ofrecen una gran posibilidad para el consumo de estupefacientes, tráfico y lavado de dinero.
Cuando se habla de recuperar para el país la propiedad y la gestión de las empresas estratégicas, políticamente no debiera quedar fuera la posibilidad de intervenir, también, las del fútbol. Legislar, por ejemplo, para que se acabe la falta de transparencia de algunos clubes. Todos recordamos episodios en que los propios futbolistas e hinchas han declarado desconocer el nombre o las inversiones de los dueños de sus equipos, cuya principal faena es enriquecerse ilícitamente, como ya ha quedado demostrado en algunos ejecutivos de la propia Asociación Nacional de Fútbol (ANFP). Urge también desvincular a la Federación de Fútbol de la misma ANFP y regresar el control y desarrollo de la Selección Nacional, el mayor activo e interés de nuestro fútbol, a todas y todos los chilenos.
Corresponderá a los legisladores definir qué tipo de entidades y reglamentaciones deberán implementarse para recuperar, también, una actividad de tan mediocres resultados, al menos en el caso de nuestro país. De lo que sí estamos seguros es del deseo de cientos de miles de hinchas por verse incluidos y debidamente informados de la gestión y, por qué no, de las utilidades de un quehacer al que se le saca lustre con sus onerosas transmisiones mediáticas, abultados contratos de publicidad y alta recaudación en los estadios. Todo lo cual genera enormes dividendos para sus ejecutivos y difícilmente para la calidad y masividad del deporte, en el incumplimiento flagrante, incluso, de las promesas que se hicieron en favor del desarrollo de esta actividad y la construcción de infraestructura en caso de que los clubes se convirtieran en sociedades anónimas.
Es preciso intervenir toda una actividad en que reinan tanta falsedad y frustraciones. Cuando los clubes universitarios poco o nada tienen que ver con los planteles de educación superior. Cuando los mismos clubes de “colonias” mantienen poca o ninguna relación con las inmigraciones históricas del país. Así como tantos municipios están completamente ausentes de la gestión y participación de lo que acontece en clubes que lucen sus nombres, sus colores corporativos y a los cuales, hasta les proporcionan infraestructura deportiva.