Juan Pablo Cárdenas S. | Viernes 18 de marzo 2022
Quiénes mejor que los propios periodistas podrían advertirle al país que la profundización de la democracia requiere también de drásticas reformas al sistema informativo y de los medios de comunicación. El requisito de la diversidad, que se asume como condición esencial de un régimen republicano, en nada o muy poco se expresa en Chile, donde los niveles de desinformación respecto de lo que sucede en el país y en el mundo tiene como principales responsables a los grandes medios de la televisión, la radio y la prensa.
Naciones mucho más pobres y menos pretenciosas que la nuestra pueden exhibir diarios, revistas y espacios audiovisuales muy variopintos en cuanto a sus niveles de pluralismo e independencia. Incluso estados ricos como el de Francia, Alemania y otros mantienen políticas que otorgan a los medios toda suerte de subsidios y estímulos para que puedan cumplir con su misión de informar. Al mismo tiempo que se procura una formación de excelencia a los futuros periodistas y comunicadores sociales, entendiendo que su tarea es tan necesaria como el ejercicio de la medicina, la economía, el derecho y otras disciplinas que tienen antiguo sitio en las universidades.
A propósito de conflictos como el de Rusia con Ucrania, la crisis de la Araucanía, tanto como la pandemia y las profundas inequidades económico sociales, podemos comprobar que son tratados con el sesgo de los más poderosos medios de comunicación, avalados también por la ignorancia de muchos periodistas y analistas que ofician de verdaderos mercenarios. La uniformidad en la orientación mediática llega a ser alarmante, existiendo medios televisivos que llegan al descaro de utilizar imágenes de archivo referidos a otros conflictos para convencernos de la posición que en el orden informativo prácticamente imponen hoy los intereses estadounidenses. En Chile, todavía tenemos fresca en nuestra memoria las repugnantes mentiras propiciadas por el gobierno de Piñera a través de los medios informativos a objeto de menoscabar las vindicaciones de los mapuches y ocultar los crímenes de policías y militares. Lo mismo que hizo para desacreditar las movilizaciones estudiantiles y el Estallido Social.
Sorprende hoy el oportunismo de los más conocidos rostros del periodismo para empatizar ahora con los que se impusieron en las elecciones presidenciales buscando mantener su presencia especialmente en los medios televisivos. Seguros de que en el más breve plazo podrán volver por sus fueros y reasumir la defensa de los grandes intereses que siguen dominando el espectro audiovisual. Algo parecido aconteció después de que Patricio Aylwin llegara a La Moneda y se le permitiera a las más destacadas caras del pinochetismo mantenerse en sus funciones, dejarlos impunes y reiterar después su oposición a las reformas que se decían indispensables para superar el régimen dictatorial.
Ciertamente no se trata de cambiar algunos rostros por otros o que los diarios agreguen a sus nóminas, como en el pasado, algunos columnistas “liberales” o considerados de “Izquierda” para aparentar independencia u objetividad. Cuando la historia nos demuestra que casi todos ellos, por lo demás, terminaron como arietes del conservadurismo y abjurando de las posiciones que tenían antes de convertirse en las más destacadas “plumas” de los diarios del duopolio.
El pluralismo que hace falta debe comprometer activamente al Estado y a las instituciones republicanas en la multiplicación de los medios de información de tal manera que la cultura, la ciencia, la tecnología y hasta el deporte ganen espacio y puedan aportar a la educación cívica. Faltan imprentas, diarios de papel, emisoras y, desde luego, canales de TV que amplíen su temática y líneas editoriales. Un estímulo y financiamiento para que se fortalezcan los medios partidarios del desarrollo y progreso de todos, del medio ambiente sustentable y de los derechos humanos. Que reaparezcan, por ejemplo, aquellas revistas para los jóvenes y nuevos emprendedores. Y , desde luego, informen sobre el mundo de las regiones, a fin de que Santiago disminuya su exagerada atención mediática en un país tan diverso de norte a sur y de cordillera al mar.
Tampoco la diversidad debe agotarse en lo político. Una democracia verdadera debe considerar lo que ocurre con muchas expresiones ideológicas y sociales que no tienen espacio en los ámbitos del Estado, debido a un sistema electoral excluyente y digitado por el dinero y los grupos de poder amigos del cohecho y la corrupción. Chile es un país prácticamente sin igual en el mundo en cuanto a la mantención de partidos y expresiones políticas casi ya sin militantes y con ideologías que dan cuenta de otros tiempos, problemas y desafíos.
Ahora bien, si el presidente Boric quiere tener prensa propia y adicta, evitando que los periodistas libres cuestionen su gobierno, lo que tiene que hacer es destinar recursos fiscales para seguir encantando a los plumarios de siempre, como para exterminar a la prensa incómoda e insobornable, que incluso fue capaz de sostenerse durante el acoso dictatorial. Continuar, entonces, lo que hicieron los gobiernos de la Concertación, cuyas administraciones le heredaron a la derecha, a Piñera y a los más poderosos empresarios un sistema comunicacional postrado a sus intereses, encantados de recibir la publicidad oficial, además de los sobornos de las AFPs, de las isapres, las empresas del Consejo Minero como de la Banca. Es decir, de las instituciones rectoras y beneficiarias de la república neoliberal chilena.
Así, en apenas cuatro años, se podría reeditar un nuevo gobierno como el de Piñera, con un pueblo aún más vulnerado en sus derechos.