Chile y el conflicto ruso ucraniano

Juan Pablo Cárdenas S. | Viernes 4 de marzo 2022

Siempre existen excepciones que confirman las reglas, pero la cobertura dada por los grandes medios de comunicación chilenos al conflicto ruso ucraniano ha sido más que deplorable. Especialmente de parte de los canales de televisión hemos observado la uniformidad grotesca de noticiarios y comentarios. Casi no se aprecia matiz de diferencia alguna en la forma de encarar esta crisis europea y las coincidencias abruman en cuanto a la manipulación de imágenes y falta de independencia editorial.

De la noche a la mañana, resulta que teníamos reporteros y analistas que se refieren con absoluta displicencia a un asunto extremadamente complejo y que habla de responsabilidades compartidas por muchas naciones respecto de lo que está aconteciendo. Rusia, es cierto, invade y viola flagrantemente las normas que rigen en las relaciones internacionales y que velan por los derechos humanos. Sin embargo, Putin llega a lanzar una ofensiva después de muchos años de vanos intentos para que se desactivara la OTAN, una vez que fuera desahuciado el Pacto de Varsovia, es decir el pacto militar que la antigua Unión Soviética sostuvo en conjunto con sus aliados detrás de la llamada Cortina de Hierro.

Nadie puede negar, a esta altura, que los intentos del gobierno ucraniano por incorporarse a la OTAN evidencian un riesgo para Rusia, con la amenaza de estrechar el cerco político militar a la nación de los zares y de la Revolución de Octubre. Por otro lado, tampoco se puede desconocer que en el este ucraniano hay cientos de miles de habitantes que quieren pertenecer a Rusia, que hablan ruso y no tienen interés en integrarse a la llamada Comunidad Europea. Los mismos que llevan años luchando por su independencia y anexión a Rusia.

Esta situación y el gran número de variables que tiene esta nueva guerra ha sido ignorada durante todos los primeros días de la invasión por quienes se expresan, además, con tanta arrogancia y falta de conocimientos especialmente en el caso de la televisión. Todos hemos podido comprobar cómo algunos analistas que saben de los temas internacionales quedan atónitos frente a los ligeros juicios de sus entrevistadores que, con frecuencia, sostienen posiciones sesgadas y hasta mal intencionadas. Aunque, de verdad, el espectáculo del conflicto está mucho más regido por la ignorancia de los llamados “rostros” televisivos, así como por el afán de conseguir audiencia con la proliferación de noticias alarmantes e imágenes que abusan de la desgracia de los miles de ucranianos caídos y buscando emigrar del país.

Por supuesto que no se exhibe el drama que también deben estar viviendo los soldados rusos en su incursión más allá de sus fronteras. Pero sí se emiten imágenes de la protesta que muchos rusos manifiestan en su país contra la guerra y los propósitos de su gobernante.

De esta forma es que también nuestros supuestos reporteros celebran cada acción de boicot, represalia y venganza contra el régimen de Putin, como si ese efecto no fuera a afectar a millones de habitantes que nada tienen que ver con el conflicto. Es inaudito, en este sentido, que se aplauda hasta las sanciones a los deportistas y artistas rusos al son de las grandes empresas cinematográficas y comunicacionales occidentales y digitadas especialmente por los Estados Unidos. Es posible, con esto que el próximo mundial de fútbol y una gran cantidad de eventos culturales vayan a privar al mundo de la participación de miles y miles de atletas y cultores rusos.

Sin embargo, lo más asombroso de todo es cómo todos estos comunicadores olvidan en pocos meses las agresiones estadounidenses y europeas en diversos países del Asia, donde bombas mucho más letales que las rusas han dado muerte a cientos de miles de afganos, sirios y habitantes de otros pueblos junto que destruir totalmente sus ciudades. Qué rápido se ignora lo acontecido hace muy pocos años en Croacia, Serbia, Montenegro y otras naciones balcánicas, cuyos conflictos se dice que superaron el horror de las dos guerras mundiales. Ni qué decir que se haga alguna referencia a las bombas estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki, con sus cientos de miles de muertos y lisiados de por vida. O se soslaye que en Vietnam se lanzaron más misiles que en todas las invasiones históricas.

Especialmente los chilenos no debiéramos ignorar las bombas que destruyeron en 1973 nuestro Palacio Gubernamental, donde todo dice que fueron pilotos norteamericanos los encomendados para ponerle fin a nuestro régimen democrático y ultimar al presidente Allende. Así como tampoco los latinoamericanos debiéramos olvidarnos de la secuencia interminable de golpes de estado, magnicidios y otros despropósitos dispuestos por Estados Unidos contra nuestras naciones y soberanías.

Como muy hipócrita resulta, además, que los españoles se escandalicen tanto de lo que ocurre al norte de Europa, después del genocidio de tres siglos que sostuvieron en el nuevo continente. Sin devolución alguna de lo robado y ni siquiera pedirles perdón a los pueblos originarios.

Es penoso que tengamos que enterarnos solo en las redes sociales de la ola de protestas que también se manifiestan en el parlamento francés, inglés y de otras naciones en relación a la hipocresía de Joe Biden, la doble moral de las Naciones Unidas y de ese concierto de poderes económicos que ahora se solazan con el bloqueo contra Rusia, cuando además saben que con este conflicto lo que se activará es la carrera armamentista, las ventas millonarias de armas de destrucción masiva de factura estadounidense y europea.

A todo esto, resulta paradojal que nuestras emblemáticas figuras de la TV asuman con tanto desparpajo que Chile es un país ejemplarmente democrático cuando, además de la profunda desigualdad social, los medios de comunicación en situaciones como ésta demuestran su falta de diversidad y muy deficiente nivel intelectual. Además del hecho de que tenemos una Carta Magna fallida, heredada de un dictador oprobioso que por algo una Convención Constituyente ahora intenta reemplazarla por una “democrática”. Lo peor es que con todo este mal desempeño mediático el pueblo, la política e incluso los gobernantes actuales o por asumir, hacen gala de un profundo desconocimiento y sesgo respecto de la realidad internacional.

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