Juan Pablo Cárdenas S. | Jueves 3 de febrero 2022
La historia humana es un enorme recuento de las ambiciones. En todos los ámbitos de la vida se expresa la voluntad de descollar, superar la media en que viven nuestros congéneres. En la ciencia, en el arte, la política, el deporte y hasta en las actividades religiosas y filantrópicas sin ambiciones no podrían haberse consignado tantos avances efectivos, como también tantas situaciones aberrantes. Las conflagraciones, los genocidios, los agravios a la naturaleza, así como las más excelsas creaciones de la música y de las artes han ido de la mano feliz o tristemente de las ambiciones.
Estas avideces generan ideologías y conflictos. Se habla de justas aspiraciones, como también de insensatos voluntarismos. Son, ahora, las irrefrenables ambiciones las que nos tienen en peligro de destruir el Planeta, enfrentar nuevos enfrentamientos entre las potencias las que, a ciencia cierta, causarían el exterminio de la vida humana, animal y vegetal de la llamada “casa de todos”. A causa, por supuesto, de las ambiciones desmedidas del consumismo, del frenético y lucrativo afán de acopiar armas o simplemente para ostentar poder, fama y riquezas.
La historia de las religiones no salva ni a papas o patriarcas de todos los credos, por más que sus respectivos catecismos contemplen las más loables intenciones de paz y fraternidad. Testimonio de ello fueron las antiguas cruzadas, las constantes guerras europeas y los fundamentalismos musulmanes. Hay conflictos internacionales que se han iniciados en estadios y hoy hasta el fútbol consiste en una denodada competencia entre deportistas, en que se percibe la agonía y el éxtasis de quienes aspiran a conseguir un récord o, más que lo anterior, a convertirse en multimillonarios mediante su experticia en dominar la pelota y derrotar a sus contrincantes.
La que debiera ser la más noble de las ocupaciones de la política bien sabemos que en todo el mundo está posesionada por la codicia. La famosa “vocación de servicio” de sus protagonistas es contradicha por los groseros estipendios que se otorgan los gobernantes, los parlamentarios y otras figuras públicas. Si bien en el pasado se registran encomiables líderes que dedicaron su vida a los objetivos de justicia social, la verdad es que se trata de seres excepcionales dentro del amplio mundo de los que detentan el poder. Ghandi, Martin Luther King, Mandela y tantos otros no logran corregir la condición humana.
En Chile, los periodistas que cubrimos la política, sumamos con los años profundas decepciones después de esperanzadores episodios como el de la Revolución en Libertad, el triunfo de un primer presidente socialista, la heroica lucha contra la dictadura y la “recuperación de nuestra democracia”. Miles de jóvenes y trabajadores que sumaron su muerte a la de los mineros del salitre, los campesinos de Ranquil, la Pacificación de la Araucanía y tantas otras matanzas decididas por los políticos que, una vez en el poder, traicionaron sus alardeadas convicciones y se dedicaron a obtener sus propias ambiciones. Nos referimos, por ejemplo, a Arturo Alessandri Palma, Gabriel González Videla, por nombrar solo a dos de los más repugnantes asesinos o renegados. Agregando, por supuesto, a Pinochet, acaso el más ruin y ambicioso de todos.
Desgraciadamente las ambiciones desbocadas parecen no cesar en el devenir de los acontecimientos políticos chilenos. Ojalá nos equivocáramos, pero ya existe la sospecha de que toda esta altruista generación de universitarios que culminaron sus propósitos en la relevante y admirada universalmente Explosión Social del 2019, ahora en el poder vuelvan a manifestar los síntomas de descomposición de sus antecesores en La Moneda y el Parlamento, como en el ancho mundo de los cargos públicos y vanidades.
Debemos todavía abrigar esperanzas de un cambio moral en nuestra política, pero vemos ya con preocupación cómo las nuevas autoridades cosechan aplausos entre los grandes empresarios y la derecha a raíz de algunos nombramientos. Sorprende, también, cómo los que arribarán próximamente a La Moneda celebran la decisión del gobierno de Piñera de elevar muy mezquinamente el piso de la pensión mínima solo para los mayores de 65 años. Lo que en la práctica les significará aumentar en unos miserables nueve mil pesos los ingresos de quienes reciben el actual y escuálido pilar “solidario”.
Al respecto, nos sorprende cómo el anuncio de algunos parlamentarios de promover un quinto retiro de los ahorros previsionales provoca escozor entre quienes asumirán próximamente el gobierno, entregando ahora los mismos argumentos de la derecha para oponerse, sin éxito, a los cuatro retiros anteriores. Inyección de dinero al “mercado” que constituyó un verdadero bálsamo para el país en tiempos de pandemia y alto desempleo. Asimismo, todavía no parece prosperar una iniciativa que rebaje los escandalosos sueldos de ministros, legisladores y otros, de manera que no perciban más de dos o tres veces el salario promedio nacional, como se ha prometido muchas veces.
Palabra alguna escuchamos tampoco respecto de un castigo ejemplificador a los oficiales corruptos de todas las Fuerzas Armadas. Por el contrario, apreciamos toda suerte de genuflexiones ante los uniformados de parte de los jóvenes recién llegados a la administración del Estado. Por crisis sanitaria y la deuda externa del país se dice que el presupuesto fiscal deberá restringirse, pero nadie insinúa que se acote el gasto militar y nuestra onerosa carrera armamentista. Recién el destacado economista Andrés Solimano ha advertido que el presupuesto militar en Chile más que duplica el de nuestros vecinos. Veremos si la nieta del presidente Allende logra algo al respecto desde su ministerio de Defensa. Esa sería una contribución efectiva en favor de la equidad y una más justa redistribución del ingreso.
La urgencia que se demandaba en las calles en favor de las reformas sociales, ahora se dice que solo podrían alcanzarse “gradualmente”. El ministro de Hacienda recién nombrado soslaya referirse a la existencia de las AFP, argumentando que el problema es del sistema y no de las abusivas administradoras de pensiones. Por todo ello es que El Mercurio editorializa, al compás de la opinión de los líderes patronales, para aplaudir la moderación o “ponderación” demostrada por el nuevo Mandatario. Todo lo cual, como se valora, aquietó el impulso alcista del dólar que se disparara por el miedo que produjo el triunfo de Apruebo Dignidad, esto es del Frente Amplio y del Partido Comunista. Cuyas directivas están preocupadas más bien de repartirse cargos y compartirlos generosamente con los ex concertacionistas que fueran tan demonizados por ellos hasta hace pocos meses.
¿No es que se iba acabar el cuoteo? ¿No serían los expertos y mediante concursos serios y regulados los que llenarían los altos cargos públicos? ¿Es que en los nombramientos políticos no podría establecer alguna forma de paridad también con dirigentes sociales y de los pueblos originarios?
Ni qué hablar de recuperar el cobre para todos los chilenos. Ahora se dice eufemísticamente que hay que crear un “estatuto” sobre el metal rojo y el litio. La misma palabra “nacionalización” rápidamente ha salido del léxico político, así como ya se desahució entre los gobernantes y legisladores la idea de ponerle un tributo a los súper ricos…
Cuando ahora, para colmo, en palabra de algunos de sus voceros, tendremos más bien un gobierno de “centroizquierda”. Ni asomo de uno “revolucionario” como tanto se voceaba y exhibían las pancartas de las marchas y concentraciones populares.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com