Juan Pablo Cárdenas S. | Domingo 26 de septiembre 2021
Algo muy difícil de explicar es por qué el Partido Justicialista argentino, identificado con el peronismo, es una expresión de izquierda. Solo si nos remontamos a algunos discursos de la legendaria Eva Perón podríamos deducir su sensibilidad social y amor por los pobres y explotados. Pero más allá de esto, de todo se puede encontrar hoy en un partido que continúa siendo tan gravitante en la política transandina. Dirigentes que van desde la extrema derecha hasta la ultra izquierda, demócratas y autoritarios, pacifistas y violentistas, pasando por todas las gamas del centrismo u oportunismo.
Da la impresión que el común denominador de esta colectividad es nada más que su vocación de poder, las ganas de estar en la Casa Rosada y controlar el Parlamento. Pero también quedar cerca de los negocios y crecientemente abrazar la corrupción, una lacra que día a día envuelve más a toda la sociedad argentina y ante la cual las policías y la llamada seguridad nacional parecen rendidos o cooptados por los carteles.
Hace dos años, el peronismo retornó al gobierno con dos personajes del mismo apellido: el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández, pero para la opinión pública de este país sería la viuda del ex presidente Kirchner la que tiene el liderazgo político y el mayor ascendiente popular. Tanto, así, que ella habría decidido nominar al actual mandatario en el cargo, asegurándose el segundo rango y, en la práctica, atribuciones bastante más holgadas que las de cualquier número dos en cualquier gobierno. Es vox populi, además, que su afán de permanecer en el Ejecutivo tendría como principal objeto salvarse de las numerosas querellas por corrupción que la tienen muy complicada ante la Justicia.
De allí que en la mitad del período presidencial actual, Cristina haya enfurecido tanto con el pésimo desempeño electoral de los justicialistas en las recientes primarias, donde las agrupaciones de oposición sobrepasaron ampliamente en votos al oficialismo, y prácticamente augurando un cómodo triunfo en las parlamentarias de noviembre próximo.
Para la Vicepresidenta constituiría un peligro para su impunidad que el peronismo y ella en particular perdieran el control de la mayoría parlamentaria y, luego de dos años más, del propio Gobierno. Se sabe que un muy alto número de magistrados y fiscales son desde hace largo tiempo demasiado abyectos de las cúpulas de los otros poderes del Estado, en un país en que, tampoco existe verdadera autonomía de los tribunales de Justicia.
De allí que el berrinche de Cristina con esta derrota de la primarias se sintiera tan fuerte en el Palacio De Gobierno y obligara al presidente Fernández a rearmar su equipo ministerial según lo dispuesto en una carta pública que ella le remitiera al Jefe de Estado, donde le exigió la salida de algunos ministros y la imposición de otros. En todo un escándalo seguido muy de cerca por la incisiva, digna y autónoma prensa argentina que, mucho antes del juramento del nuevo Gabinete, ya había dado a conocer los nombres de quienes serían ungidos, así como evidenciado el bochorno sufrido por Alberto Fernández a causa del encabritamiento de su vicepresidenta. La que, por supuesto, no concurrió a la ceremonia de Juramento para no evidenciar aún más la profunda ruptura vivida en la cúpula del Ejecutivo. Digamos de paso que entre los que asumieron como secretarios de estado hay solamente viejos dinosaurios del justicialismo, quienes se han rotado insistentemente en las distintas administraciones de este partido, con indisimulables pugnas entre ellos y sin que exista entre los recién nombrados una sola mujer. En un país que claramente sigue a la zaga del Continente y del mundo en relación a la paridad de género.
El fracaso electoral del peronismo tiene como causa directa el completo fracaso del Jefe de Estado en relación a la política económica y la forma de encarar la pandemia que afecta a todo el mundo, pero que en Argentina ofrece un número de muertos en relación a su población apenas por debajo de los que tiene Estados Unidos, el país más afectado por la crisis sanitaria mundial. Las cifras son contundentes y explican que ya la mitad de la población esté por debajo de la línea de la pobreza y que los indigentes representen más del 15 por ciento, en el que se sabe uno de los países más ricos y mejor dotados del mundo en materias primas, tierras fértiles y recursos minerales. Con un número de habitantes, por lo demás, muy discreto respecto de la inmensidad de su territorio.
Sin embargo, influye también en el descalabro electoral justicialista la existencia de una serie de prácticas en contra de la probidad administrativa, los turbios negociados de alcaldes, ministros y toda suerte de funcionarios públicos. Incluso, la desfachatez misma del Jefe de Estado quien celebró el cumpleaños de su esposa en uno de los salones de la Casa Rosada, en horas que se sometía al país a un larguísimo y estricto confinamiento que, después de varios meses, habría demostrado que nada sirvió para mitigar el Covid 19. Salvo para disparar la cesantía y demostrar la inoperancia de los servicios de salud privados y públicos.
El peronismo es ya sinónimo de corrupción y de ello habla la calle, los opositores y las turbias relaciones políticas y económicas que los Fernández mantienen con gobiernos y partidos izquierdistas de América Latina, entre ellos Chile, como también se ha evidenciado en este país en que la política tampoco escapa al estigma de las malas costumbres de los partidos y candidatos.
Estamos seguros que habrá personas que nos reprochen por exponer esta crítica, en la idea de que solo hay que ventilar los delitos de la derecha y ocultar los despropósitos de quienes se llaman de izquierda y hasta revolucionarios. Sin embargo, creemos que la democracia también exige la plena autonomía informativa, garantizando que los medios pongan ojos y oídos en todos los rincones del poder, según lo indica nuestra deontología profesional.
Señalar esto es especialmente importante en la posibilidad de que la derecha resulte derrotada en Chile en diciembre próximo y que alguien de la actual oposición y de la misma izquierda alcance La Moneda. En consecuencia, sería muy promisorio que los dirigentes políticos y los candidatos presidenciales o al parlamento marcaran esta vez su autonomía, y desde luego su independencia económica, respecto de aquellos enclaves de la llamada izquierda latinoamericana revenida por sus malos ejemplos. Que se desmarquen del pésimo ejemplo del peronismo al otro lado de nuestra Cordillera.