Juan Pablo Cárdenas S. | Domingo 5 de septiembre 2021
Al término de veinte años de guerra, Estados Unidos ha resultado derrotado y humillado esta vez por los combatientes yihadistas en Afganistán. Propio de una película de horror y suspenso, los últimos efectivos del país más poderoso de la Tierra se agolparon en el aeropuerto de Kabul para retornar a su país después de fracaso militar y político de sus decenas de miles de soldados y armas de destrucción masiva con los que intentaron vanamente hacerse de este país asiático, de sus riquezas naturales y destino. Más de 2 mil 600 jóvenes soldados perdieron sus vidas lejos de casa, mientras que otros 2 mil 740 regresaron inhabilitados física y mentalmente para reemprender una vida normal. Ni qué hablar de la millonada dilapidada en los campos de batalla cuando pensamos que en Estados Unidos también existen enormes carencias y tantos pobres y segregados.
En general, la sesgada información internacional omite que, además de estas víctimas, son más de 100 mil los afganos que fallecieron en este mismo conflicto; entre ellos unos 47 mil civiles en los que se cuentan mujeres y niños. Sin embargo, las guerras se ganan cuando se logra ocupar los territorios invadidos, lo que no ha ocurrido en este y otros casos en que las fuerzas del más poderoso imperio pretendieron consolidar su hegemonía. Seguramente que ahora, la prensa internacional y las instituciones mundiales proclives a Estados Unidos van a perseguir la captura, muerte y condena mundial de los líderes talibanes, mientras los presidentes de Estados Unidos y de sus países aliados van a quedar impunes. Y hasta se les brinden nuevos premios nobeles de la Paz.
Costará mucho hacer un pleno balance de la tragedia, con lo cual La Casa Blanca podrá fabricarse nuevos escenarios de guerra a objeto de que sus multimillonarios recursos bélicos tengan algún sentido y le procuren nuevos negocios en la actividad que se sabe más rentable de toda la Tierra. Sin embargo, es difícil que, por ahora, su maquinaria de guerra y sus huestes militares vayan a volver a Asia o a África después de tan contundentes derrotas. Ello nos obliga a estar muy precavidos en América Latina, porque, de lo que no hay duda, es que la voracidad imperialista y sus presupuestos militares necesitan estar constantemente alimentados con las invasiones consumadas por Estados Unidos. Parece evidente que ser gobernante de esta superpotencia equivale a convertirse en uno de los más temibles genocidas del presente como en un pavoroso peligro para la humanidad.
Ya sesenta o setenta años atrás la desestabilización de las democracias en nuestro Continente obedeció al cometido de Nixon, Kennedy y otros mandatarios que en esta materia en nada difirieron de los Bush, Obama, Trump y Biden. Aunque debemos reconocer que los corruptos políticos de Brasil, Chile, Argentina y Uruguay les allanaron mucho el camino, a diferencia de la resistencia que le opusieron un Fidel Castro y la Revolución Cubana, en cuyo territorio (Bahía Cochinos) las fuerzas de ocupación imperialista también fueran contundentemente derrotadas y obligadas a volver a Miami.
Dentro de las notas de prensa que logran filtrarse por la telaraña comunicacional de los grandes medios escritos, audiovisuales y del internet, todos bien aceitados por la maquinaria ideológica y militar estadounidense, podemos descubrir la preocupación del Imperio por las relaciones políticas y comerciales de los gobiernos latinoamericanos con potencias como China, Rusia y los países de la llamada Comunidad Europea. Al mismo tiempo que se inquietan frente a los acuerdos experimentados entre nuestras propias naciones para hacerle frente al canibalismo de los mercados internacionales y resistirse al tráfico de armas.
En particular, la Pandemia le ha servido al país hegemónico para lanzar todo tipo de calumnias contra la eficiencia de vacunas desarrolladas en diversos países y distribuidas universal y solidariamente para enfrentar la crisis sanitaria. Así como se crispan ante los acuerdos venezolanos con otras potencias para romper el boicot propiciado por los sucesivos gobernantes estadounidenses al libre comercio mundial y a esta nación en particular. Suponiendo la “indebida” injerencia china, rusa y europea en el que siguen considerando su “patio trasero”.
Creemos que no pasará mucho tiempo sin que los líderes norteamericanos se sientan amenazados y conciban formas de provocación destinadas a proteger sus intereses en nuestra Región latinoamericana y caribeña. Ya se reconoce, por ejemplo, que la anhelada renacionalización del cobre en Chile, como la modificación de nuestro sistema previsional, podrían ocasionar a Estados Unidos perder dominios afianzados ilegítimamente durante la dictadura de Pinochet y los gobiernos de la posdictadura. Durante los cuales se continuaron otorgando a la superpotencia toda suerte de ventajas mediante abusivos tratados de libre comercio, como la venta a precio vil de nuevos yacimientos y fuentes productivas.
Aunque se sabe que la legislación internacional favorece ampliamente los intereses de las inversiones norteamericanas en nuestros territorios, también se asume que ella, para que sea efectiva, debe llevar siempre la amenaza de las incursiones militares, el levantamiento de toda suerte de muros y aplicarle sanciones a quienes desafíen su poderío mundial.
De esta forma, los gobiernos estadounidenses saben que manteniéndonos divididos pueden imponernos su hegemonía. Por lo que no sería extraño que busquen alimentar nuevas controversias limítrofes entre Chile y Argentina para favorecer sus objetivos en el Cono Sur, así como prolongar las tensiones entre Colombia y Venezuela que tanto le han servido para apoderarse de los pozos petroleros al norte de América del Sur. Junto con promover y financiar a gobernantes lacayos en toda nuestra geografía, para lo cual la OEA les parece un instrumento tan fundamental.
Vemos con preocupación, por lo tanto, que puedan remontar litigios entre nuestros países y que desde aquí proliferen gobiernos, políticos, empresarios, militares y otros empeñados en avivar nuestras desavenencias. En fidelidad con las estrategias neoliberales patrocinadas por Estados Unidos y en desmedro de nuestra independencia, cooperación y soberanía regional.