Juan Pablo Cárdenas S. | Domingo 17 de enero 2021
El calificativo que uso en el título de esta columna me parece expresivo de la impresión que tiene la amplia mayoría de los chilenos respecto de su Presidente. A juzgar por las encuestas y las multitudinarias y extendidas muestras de repudio popular, nunca antes el descrédito ha afectado tanto a un jefe de estado, tanto que muchos no entienden que todavía se resista a abandonar La Moneda. Se trata del “peor gobierno de nuestra historia” se concluye en las redes sociales, como allí donde existen analistas y medios de comunicación dignos y libres.
Lo peor del caso es la obstinación del fracasado mandatario. Que en tiempos de pandemia y confinaciones domiciliarias, se permita todos los días ufanarse majaderamente ante las cámaras de televisión y la prensa adicta, permitiéndose odiosas comparaciones, además, con que sucede en otros países a todas luces mejor de lo que está Chile en cuanto a la forma de encarar la emergencia sanitaria.
En estos días, el Gobierno decide someter al país a un nuevo y largo proceso de cuarentenas cuyo resultado parece incierto cuando hay tantas otras medidas que se soslayan en consideración a los intereses del mundo empresarial y del comercio que no quieren ver afectadas la producción y el consumo nacional. Obligados encierros mientras se toleran las peligrosas filas de miles de personas que se trasladan apiñados por el metro y los buses urbanos en un manifiesto desafío a la distancia social y otros resguardos. Cuando en sus mismos hogares, además, millones de personas viven en la pobreza y la promiscuidad sin el más mínimo y digno espacio físico.
Chilenos que se infectan todos los días con el COVID 19 y pierden la esperanza en que los hospitales puedan retomar el tratamiento de tantas otras enfermedades y cuyos decesos ciertamente no se informan. En la mayoría de los casos, sometidos a la pandemia crónica y lacerante de la miseria, porque tenemos una clase política inconsciente del Chile real, de las mezquinas pensiones de sus jubilados, los salarios de hambre de más del cincuenta por ciento de la población, como del pronunciado desempleo causado por la crisis sanitaria.
Todo ello porque tenemos un mequetrefe multimillonario que junto a los que son como él se han negado a aprobar siquiera un módico tributo que obligue a los más ricos a solidarizarse con los millones que tanto están padeciendo. Una vergüenza de gobernante y una casta política que aprueban enfrentar la crisis económica con el 20 por ciento de los escuálidos ahorros previsionales y que esperan que ellos se destinen a solventar las deudas y necesidades más apremiantes de los trabajadores y desocupados, mientras los militares y los policías siguen gozando de elevadas remuneraciones como de sus históricas granjerías. Al igual que los llamados “representantes del pueblo” cuyos ingresos superan los que otorgan por las mismas funciones los países más ricos de la Tierra.
Un mequetrefe que sabe que, si no fuera por el Covid 19, él y sus cómplices ya no estarían en el Ejecutivo si nos acordamos lo cercados que estaban hace un año por la Explosión Social. Tanto así que muchos estamos seguros que, agregado a la ineptitud e indolencia de las autoridades, existe interés en que la Pandemia se extienda y con ello conseguir que el Gobierno logre completar su período presidencial, manipulando para tal objeto a los grandes medios informativos. En el propósito, también, de evitar en los comicios venideros el descalabro electoral de la derecha y de quienes, desde la llamada oposición, colaboran a salvar un “estado de derecho” podrido en sus bases pinochetistas, instituciones corruptas, colusiones empresariales, represión policial e impunidades generalizadas.
Un mequetrefe insensible que dispone de ochocientos efectivos de la policía civil fuertemente armados para causar cobarde destrucción y desolación en la Araucanía en el mismo momento que un Tribunal de la zona estaba sentenciando a quienes ejecutaron alevemente al comunero mapuche Camilo Catrillanca. Convertido ya en un verdadero mártir del pueblo y de nuestra etnia principal.
Un mequetrefe que suma todos los días más “agentes del orden” y los dota de armas fratricidas, aunque ya se demuestren totalmente superados por el narcotráfico y la forma en que éstos imponen el terror en las poblaciones. Seduciendo a los jóvenes, cesantes y hasta a las madres más humildes y necesitadas.
Un mequetrefe que, de la nada, se enriqueció como un verdadero saltimbanqui y la consumación de toda suerte de operaciones absueltas por los jueces abyectos o el consabido recurso de la prescripción. Un servil gobernante que concurrió al Salón Oval de la Casa Blanca para rendirle tributo a Donald Trump y cultivar amistad con sujetos de la calaña de los presidentes de Brasil y Colombia. Todos repudiados por sus respectivas naciones, aunque su actual adhesión ciudadana esté por debajo, incluso, de la de estos mismos.
Un mequetrefe que hasta hace muy poco se solazaba en la idea de que éramos un país en el pórtico del Primer Mundo, escondiendo todos los rezagos reales de los chilenos que la emergencia sanitaria ha dejado al desnudo. Que buscaba alianzas y relaciones con los gobiernos y los inversionistas más inescrupulosos del mundo para cederles soberanía en las áreas más estratégicas, como los bancos, el sistema previsional y recursos tan fundamentales como el agua, el cobre, el litio, los bosques y tantos otros bienes naturales y productivos. Aunque en esta materia, haya seguido el mismo comportamiento de los gobiernos que le precedieron.
Un fantoche que se creía socio y aliado de aquellos países del mundo que ahora le desprecian y hasta le regatean las vacunas que a nuestros vecinos les llegan oportunamente. Asomando como una mentira más que a fines de marzo habría más de seis millones de inoculados en Chile. Algo prácticamente imposible si se considera que la realidad sanitaria actual nos ha retrotraído a los primeros meses de la pandemia. Después de tantos sacrificios forzados a la población.
*Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, mequetrefe es un hombre entremetido, bullicioso y de poco provecho.