El gran fracaso de la izquierda chilena

Juan Pablo Cárdenas S. | Miércoles 26 de agosto 2020

Los largos años de la posdictadura no han sido capaces de provocar una adecuada actualización del mundo político, especialmente en los que se imputan como de izquierda. El pinochetismo, en cambio, ha sido muy hábil al reciclarse en partidos de distintas denominaciones para disimular la férrea adhesión que le otorgaran al régimen de facto y antidemocrático durante diecisiete años. Se podría decir que las tres o cuatro expresiones que hoy exhibe la derecha han logrado sacudirse el “peso de la noche” y hasta han tenido la audacia de tomar las banderas de la Democracia y los Derechos Humanos.

Pura hipocresía, por cierto, pero muy eficiente electoralmente. En tres décadas han logrado ganar dos veces la presidencia de la República y desde el Parlamento realmente cogobernar con la Concertación y la Nueva Mayoría, referentes que han elegido a tres mandatarios. Constan, además, la impunidad que han logrado algunos de los más fieros represores del pueblo y la dócil forma en que los más inescrupulosos empresarios han sido acogidos por los nuevos gobernantes, consolidado más negocios y fortuna que antes. 

Incluso, ahora, hay dirigentes derechistas que se asumen como campeones de la paz y los derechos del pueblo, condenando como dictatoriales a los regímenes que no les gustan en el mundo por sus directrices económico sociales. Acusando al centro y a la izquierda chilena de tener una política ambigua al respecto o de estar en franca complicidad con esos regímenes.

Al contrario de lo sucedido en otros países que se zafaron de los caudillos y la pesadilla capitalista, la izquierda chilena permanece atomizada en más de veinte o treinta expresiones diferentes. En una enormidad de capillas políticas a cargo de pequeños reyezuelos o caudillos, lo que se expresa también en el mundo de los estudiantes universitarios y secundarios, donde las denominaciones surgen con fruición y provocan el desconcierto total entre los jóvenes al momento de elegir a sus dirigentes. En estos días, la histórica Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile no logró convocar ni al treinta por ciento de quienes debían sufragar para renovar a sus representantes. Tanto así que sus actuales líderes clausuraron el proceso electoral y decidieron poner en “refundación” a esta histórica entidad. ¡Qué lamentable!

El llamado Frente Amplio abrió las esperanzas de un cambio al fundarse y lograr una encomiable cantidad de votos para su candidata presidencial. Sin embargo, debemos reconocer que a poco de andar se ha formado en el receptáculo de una enorme cantidad de pequeños partidos y movimientos que se han negado a desaparecer y cuyo principal empeño es controlar un “aparato” que ya es más electoral que político o ideológico.

En las cifras del Servicio Electoral, el Servel, se puede apreciar la enorme deserción de militantes que han tenido las expresiones de la izquierda tradicional, de aquellos partidos que lograron entenderse y elegir a Salvador Allende, pero que en este momento de la historia solo constituyen carcasas de ese glorioso pasado. Sumidos, al mismo tiempo, en toda suerte de reyertas internas, pugnas de liderazgo y apetencias de poder. En corrupciones y toda suerte de otros vicios.

Asimismo, la Democracia Cristiana da más pena que vergüenza. Nadie pudo haber imaginado lo sucedido con el partido de Frei Montalva, Radomiro Tomic, Bernardo Leighton y otros notables fundadores y líderes. Una colectividad que ahora anda a la deriva entre la derecha y la izquierda y cuyo común denominador es imposible descubrir entre sus dirigentes más renombrados y mediocres, primando por sobre todos sus valores ideológicos del pasado que tanto añoran la posibilidad de recuperar o aferrarse a cargos públicos.

¿Existe, acaso, vestigio alguno del Partido Radical que le dio a Chile tres o cuatro mandatarios? ¿Alguien podría contarnos que persigue el PPD a esta altura? Aunque imaginamos que todavía tiene un membrete y algunos fondos asignados por el Estado que le sirven para estampar la firma en los pactos electorales y hacerse validar desde el extranjero. Porque ya sabemos, con franqueza, que ninguno de éstos y otros partidos se expone a competir solo en las elecciones para ocultar, así, su triste precariedad dentro del montón de candidatos y nomenclaturas.

¡Cuándo irá a surgir un líder verdadero que tire el mantel de toda esta vergüenza y se anime a convocar al pueblo progresista que sabemos que existe y respira con fuerza y arrojo  en las protestas y levantamientos sociales! ¿Por qué los sólidos referentes sociales que animaron la política y la protesta de fines del año pasado no se proponen fundar algo nuevo y de única denominación? ¿Es que estarán infiltrados como antes tantas organizaciones de trabajadores y pobladores? 

Estamos próximos a concurrir a un plebiscito impuesto por el pueblo en las calles y que la clase política en su conjunto no tuvo otra oportunidad para negarse sin arriesgar el desmoronamiento definitivo de nuestra institucionalidad. La pandemia, como sabemos, vino a aplacar los ánimos, pero no vaya a ser cosa que desde La Moneda y el Parlamento se consume otra traición para burlar la soberanía popular y abortar una nueva Constitución.

¡Cómo no darnos cuenta que, apoyados por la televisión y otros medios, los ministros, los alcaldes, los diputados y senadores andan mucho más preocupados de sus reelecciones que del nuevo orden institucional que por primera vez podría ser definido por los ciudadanos! Solo basta contar, por ejemplo,  la cantidad de precandidatos presidenciales proclamados por los medios de comunicación, como por esa vorágine de referentes políticos de papel… O solo de timbre y campanilla, como se decía antes.

¿No sería ya hora de que la izquierda chilena deje de mirarse el ombligo y cumpla con su misión de servir a la unidad y aportar a la lucha social? Representar y luchar por la redención de los oprimidos.

Compartir con: