Juan Pablo Cárdenas S. | Miércoles 19 de agosto 2020
El estallido social de octubre del año pasado fue el acto de rebelión popular más masivo y radical de toda la historia chilena. Millones de personas de todas las condiciones sociales, por las más diferentes causas, salieron a las calles y se enfrentaron con las fuerzas policiales y militares en un proceso que estuvo a punto de lograr la caída del gobierno de Sebastián Piñera, la clase política representada en el Parlamento y provocar el derrumbe de todo el orden institucional heredado de la Dictadura y sacralizado por los gobiernos que le sucedieron. Según lo dispuesto por el mismo Dictador al que posteriormente las nuevas autoridades fueron a rescatar a Londres cuando iba a ser juzgado por un tribunal internacional.
El Covid 19 ha cobrado muchas víctimas en Chile y en el mundo, pero muchos saben que afectó el proceso de rebelión que día a día cobraba bríos en el país, dándole un magnífico respiro y tregua a La Moneda y a muchos políticos que ya preparaban sus maletas completamente desacreditados por ese cúmulo de despropósitos, abusos y corrupciones descubiertos ampliamente por el pueblo.
Los medios de comunicación, especialmente los canales de TV, les pusieron cámara y micrófonos a diversos parlamentarios, partidos y opinólogos prácticamente desaparecidos y sumidos en el más profundo descrédito. Podríamos decir que muchos de ellos resucitaron ante la opinión pública, aunque poco se sabe si lograrán recuperar su imagen y vigencia, toda vez que el propio Jefe de Estado sigue cayendo estrepitosamente en las encuestas y se le prodigan los caceroleos y otras formas de protesta en todo el país, aún bajo los estados de excepción, la atemorizante presencia represiva en ciudades y pueblos y las cuarentenas “sanitarias” que permiten cautelar el orden público o el llamado estado de derecho.
Habría que ser muy incauto para asumir que estos meses de emergencia pandémica van a conjurar la movilización social. Por el contrario, los chilenos se preparan para participar en el plebiscito constitucional y las otras elecciones que deben seguirle. Por lo mismo que aparece muy poco probable que el Gobierno, sus adláteres y cómplices de la supuesta oposición logren una nueva postergación de estos comicios pretextando que todavía no se controla la propagación del virus.
Cualquier intento de frenar este proceso sería la más estúpida provocación, aunque sabemos que los poderes amenazados por el cambio político, económico y social que se avecina son capaces de cualquier componenda y llevar a cabo los más crudos horrores, tal como lo hicieran en 1973. Por algo hay quienes ya ensayan acciones en la Araucanía contra el pueblo mapuche, por más de 500 años de lucha emancipadora y que hoy se constituye en el principal foco de resistencia del país.
Sumidos por el miedo que les provocara el Estallido Social del 18 de octubre, y con la rapidez de un rayo legislativo, gobierno y partidos de derecha a izquierda convinieron un acuerdo para la realización de una consulta popular que debiera abrogar la constitución pinochetista de 1980 y abrirle paso a una convención constituyente íntegramente conformada por representantes directos de la nación; esto es sin la presencia de parlamentarios o emisarios gubernamentales. Aunque en estos últimos meses, por la exhibición que les han dado los medios, varios de éstos intentan que prospere una forma mixta de constituyentes. Esto es de personas elegidas directamente por el pueblo, además de representantes designados por los partidos y los poderes del Estado.
Nada hace pensar que esta última posibilidad pudiera concretarse. El repudio ciudadano a la política es demasiado contundente todavía, pero estamos ciertos que ya revolotean algunos operadores desarrollando una campaña del terror, advirtiéndonos lo que podría suceder si la izquierda lograra mayor gravitación y, además de la nueva Constitución, se propusieran avanzar hacia una reforma más integral del sistema que nos rige. Derrumbando, por ejemplo, el vergonzoso y abusivo sistema previsional, un modelo salud que discrimina brutalmente entre pobres y ricos, además de insistir en las consabidas demandas por una educación inclusiva y de calidad para todos los jóvenes y niños. Especialmente después de develarse las mentiras oficiales que nos hablaban de muchos menos indigentes y discriminados de los que realmente existían, de muchos más trabajadores desocupados o con sueldos precarios, como de una casta de multimillonarios como no se ven en los países más ricos del planeta. Además de los privilegios e impunidades que todavía gozan los militares y los cargos superiores de “representación popular”.
La más nítida forma de ponerle cortapisas al plebiscito y al proceso constituyente es el impúdico y extemporáneo afán de algunos caudillos en proponerse para integrar un nuevo parlamento o, incluso, suceder al actual mandatario. Discurriendo desde ya alianzas electorales para amarrarse a las instituciones públicas o acceder a los altos cargos. Proliferación de precandidatos para la carrera presidencial porque simplemente se les antoja, sin que medie siquiera alguna encuesta que los tenga bien posicionados ante la opinión pública. Toda suerte de alcaldes, por ejemplo, que ya estaban descontando los días que les quedaban en sus cargos y que ahora, gracias a la pandemia, sienten la oportunidad de seguir escalando cargos públicos y hasta llegar a colgarse la banda presidencial.
Pasaron los tiempos que en Chile se requería demostrar un gran liderazgo, contar con sólidas convicciones y loables propósitos para postular a la primera magistratura. Hasta los más peleles en la política hoy manifiestan sus audaces pretensiones, alentados seguramente por el pésimo nivel de los últimos mandatarios aquí como en todo el mundo. Es ya un lugar común decir en Chile que, de no ser un renombrado futbolista, lo más promisorio y lucrativo es convertirse en autoridad comunal y nacional.
Y los partidos políticos, tal como se ve, andan a la caza de figuras artísticas, deportivas y hasta de las faranduleras de la televisión para integrar sus nóminas y allanarse sufragios. Desgraciadamente, lo que sí se sabe, es que hay ciudadanos dispuestos a otorgarles sus votos, sumidos como están en la ignorancia y la falta de valores cívicos. Por lo demás, debemos reconocer que el cohecho encuentra muchos alicientes en los rezagos y desigualdades que avergüenzan a Chile.
Lo sensato sería que el mundo político y especialmente las organizaciones sociales se organicen y velen, primero, por la realización del Plebiscito, cuando ya hay muchos, como dijimos, que buscan postergarlo o desbaratarlo. Que la unidad para derrotar al actual sistema institucional no se debilite por las pretensiones de aquellos aventureros y oportunistas intencionadamente alimentados en su egolatría por los medios de comunicación.
Por algo es que uno de los más fieros pinochetistas, José Antonio Kast, está tan animado en dar por asentada su futura competencia presidencial con algunos “comunistas” y otros izquierdistas. Buscando desalentar, además, a los empresarios y al mundo de la centro derecha en el proceso constituyente y animarlos, cuando se haga necesario, a otra asonada golpista para impedir el triunfo del pueblo en las urnas. Soliviantando para ello a las Fuerzas Armadas, a los gremios patronales y apelando al capital extranjero enseñoreado en toda nuestra actividad productiva.
Sabemos que en los partidos políticos, aún en los que se dicen progresistas, no decantan las distintas posiciones. Las de aquellos que están claramente por la unidad y el cambio y las de quienes, como en otros episodios de nuestra historia, se retacan y se hacen presa de los más reaccionarios y que, precisamente en estos días, han logrado infiltrar el patético gobierno de Piñera. Empeñados en seducir a los más mojigatos y oportunistas, de la mano del Coronavirus y el terror a la democracia que muchos tienen, efectivamente. Aunque se resistan a reconocerlo.
En efecto, ya pueden sentirse en Chile los tambores de la traición.