Juan Pablo Cárdenas S. | Martes 4 de agosto 2020
No es extraño que la primera gira a regiones del nuevo ministro del Interior haya sido precisamente a la Araucanía. De un viaje relámpago, trascendió que Víctor Pérez se reunió con autoridades locales, con las cúpulas uniformadas y también se esforzó por llevarle un mensaje de aliento a los sectores civiles que más demandan la mano dura del Gobierno para hacer frente a la insurrección mapuche.
Tal es así que terminada su visita a Temuco se organizó una hueste de empresarios agrícolas, forestales y otros quienes desalojaron con inédita violencia a los mapuches que habían ocupado el Municipio de Curacautín en solidaridad con su machi Celestino Córdoba, en huelga de hambre desde hace varios meses. Actos de extrema virulencia física y consignas racistas se sucedieron también en localidades como Ercilla y Traiguén que culminaron con decenas de detenidos y heridos, incluidos varios niños indígenas.
La propia Comisión Nacional de DDHH ha condenado la inusitada represión policial que siguió en el sur del país apenas juró en nuevo jefe de Gabinete de Sebastián Piñera, un político de ultraderecha que formó parte en el pasado del más extremo pinochetismo y que en tres décadas no ha dejado de alabar la acción de la Dictadura, defender a ultranza la Constitución de 1980, así como se sabe que estuvo vinculado a lo que fue Colonia Dignidad, el enclave nazi fundado y dirigido por un criminal como Paul Schäfer, junto al que se ve el nuevo ministro desfilando en algunas fotografías de la época.
Estas primeras acciones de agresión contra nuestra principal etnia, nos convence que La Moneda ha decidido encarar con fiereza la protesta mapuche que ciertamente ha retomado su lucha por su autonomía o su independencia respecto de un Estado que lo ha privado de sus derechos más elementales en la que se asume la zona más pobre del país. Quizás en nuevo ministro piense que, ahora sí, los mapuches tendrán que someterse completamente y renunciar a cinco siglos de lucha contra los invasores que han ocupado sus ancestrales y legítimos territorios. Mediante una guerra colonialista y de exterminio que se constituye en uno de los episodios más bochornosos y cruentos de toda nuestra historia nacional y regional.
Seguramente, lo que no calcula el Secretario de Estado es que la causa mapuche ya no es solo una demanda de una etnia sino uno de los sentimientos que concita mayor respaldo e identidad en todo el pueblo chileno. Tanto así que la llamada explosión social, que sacó a millones de chilenos a las calles de todo el país en octubre pasado, exhibió dentro de sus principales banderas y estandartes las del pueblo mapuche, convirtiendo su pabellón en el principal símbolo de la dignidad y resistencia de todo el pueblo discriminado y abusado por el estado chileno, su constitución y mandamases.
Por cierto que La Moneda calcula que las fuerzas militares y de orden pueden reeditar episodios tan trágicos como la criminal “Pacificación de la Araucanía” del siglo pasado sin considerar, por supuesto, que la causa mapuche puede encender rápidamente el país de norte a sur y constituirse en el principal detonante del desmoronamiento de la institucionalidad vigente y su pretendido Estado de Derecho. Conduciendo al país a un grave conflicto en momentos, además, que la adhesión ciudadana al Gobierno apenas sobrepasa el 10 por ciento. Una cifra que se explica en los fracasos reiterados de la actual administración como en el pésimo desempeño de las autoridades frente a la pandemia del coronavirus.
Una embestida que podría ser temeraria para las pretensiones de toda la derecha, el gran empresariado nacional y los inversionistas extranjeros. Toda vez que en el mundo ya se conocen los resbalones del actual mandatario, se simpatiza universalmente con las vindicaciones mapuches y ahora se observa de forma atónita como uno de los más incondicionales pinochetistas y amigos de Paul Schäfer ingresa a La Moneda. Sin vergüenza o autocrítica alguna.
Tampoco la cruzada alentada por el ministro del Interior tiene visos de comprometer íntegramente al mundo uniformado, cuando se sabe que el gran número de estos efectivos pertenece a la etnia mapuche que hoy produce más orgullo que menoscabo dentro de la población chilena, reconociéndose de forma tan amplia el legado cultural y el arrojo de los primeros habitantes del país. Ya sabemos que la sensibilidad alemana y europea ha hecho sonar sus primeras alertas de lo que puede ser un enfriamiento de sus relaciones con Chile, nuestros gobernantes y un régimen político cada vez más en entredicho.
Pese a su dilatada trayectoria parlamentaria, el ministro Pérez parece tener confianza en que oponer mano dura a la demanda mapuche podría ocasionarle unidad a la esmirriada y dividida derecha, como despertar sentimientos nacionalistas en la izquierda. Pero al menos en los que se consideran opositores, lo más natural sería que desde el centro hacia la izquierda una acción descabellada en la Araucanía produciría más unidad y protestas sociales. Y un triunfo más contundente de quienes se proponen en el plebiscito de octubre próximo derogar la Carta Magna que nos rige dando paso a una convención constituyente elegida íntegramente por el pueblo.
Parece extraño que Sebastián Piñera no haya aludido como habría correspondido a la grave situación de la Araucanía en su última cuenta pública ante el Parlamento. No tenemos certeza alguna de que él esté detrás de las bravuconerías de su flamante jefe de gabinete en relación a un tema que concita gran atención pública. Pero esto, más que la posibilidad de un desacuerdo dentro de su gobierno, puede ratificar que su papel en La Moneda es la de un “presidente encargado” más que de un gobernante con real liderazgo. Verdaderamente maniatado por los sectores que le dieron un nuevo golpe a su gabinete ministerial.