Para ser estrella de la Televisión

Juan Pablo Cárdenas S. | Jueves 14 de mayo 2020

Antes de cualquier consideración, expreso nuestro reconocimiento y gratitud a aquellos periodistas y animadores de televisión que están cumpliendo con solvencia y abnegación su tareas, especialmente en estos tiempos de pandemia y alta conmoción pública. Sin embargo, nos obligamos a deplorar la presencia en nuestra “pantalla chica” de tantos y presumidos “rostros” que demuestran tener esa cultura de apenas “un centímetro de profundidad” y cometen tantos extravíos en la forma de expresarse y difundir las noticias. Pareciera que para trabajar en nuestros canales de señal abierta lo que se exige es superficialidad, docilidad con los entrevistados y un estilo que con facilidad incurre en la ramplonería. Nos atrevemos a continuación a señalar algunos de sus más recurrentes desatinos y necedades.

En primer lugar da la impresión que la “rubiedad” es una de las principales condiciones para llegar a la TV. Quienes vieran nuestros canales en silencio (o mutedesde el extranjero podrían pensar de que se trata de un canal nórdico, más que de uno latinoamericano. Claro: los rubios naturales o auténticos se convierten en las máximas estrellas, pero casi todos y todas se tiñen el pelo, se hacen visos o estridencias en sus cabezas que los hacen estar acorde con una realidad que, por supuesto, no es la de la más habitual condición física de nuestra población. De alguna forma actúan igual que tantos futbolistas de todo el mundo convencidos de que su fama radica en su cabello, más que en su forma de jugar.

Salta a la vista, también, su manera de vestir. Animadores y, especialmente, conductoras que no hay día en que no renueven por completo su vestuario, aunque sabemos que se trata de prendas que muchas veces no pertenecen a sus roperos, sino más bien al de las tiendas comerciales más exclusivas, aunque no necesariamente de buen gusto. Los varones se prodigan, sobretodo, con el corte de sus cabellos, las corbatas y zapatillas de marca, aunque en general no se les exige tanta exuberancia. Deben ser estas nuevas apariencias las que explican que periodistas y conductores de pasado discreto, hoy sean (especialmente ellas) seducidas por políticos y empresarios que poco a poco les han ido nublando sus antiguos valores y convicciones. Personajes que antes fueron, incluso, atrevidos en la crítica contra la Dictadura y que hoy han sido capturados por el derechismo y las ideas neoliberales. Sacralizando la palabra “mercado”, han llegado incluso a decir que la estabilidad de éste es más necesaria que priorizar la vida de quienes pertenecen a la Tercera Edad, a los pobres o emigrantes.

Como anotaba una “carta al director” de un antiguo periodista, todos estos rostros de a poco van olvidándose de las características de los buenos entrevistadores y van comportándose más arrogantes y latos con la palabra y los conocimientos que mal que bien en algo logran adquirir de tanto repetir las mismas noticias a toda hora del día. Aunque mucho se ha cerrado el ámbito de los contenidos de nuestros noticiarios, derivando en un trastornado Chile centrismo en el que casi nada importa lo que sucede en todo el mundo. Lo que los lleva a presumir, todavía, como un país a las puertas del Primer Mundo, aunque las imágenes obligadas a difundir nos han evidenciado a todos  la realidad de nuestra extendida pobreza y las profundas e irritantes desigualdades sociales y culturales. Y, con ello, comprobar la arrogancia de nuestros multimillonarios que se creen facultados para burlar las disposiciones sanitarias y poner en riesgo a los más “vulnerables”, usando un eufemismo propio de nuestro país para soslayar el uso de expresiones como “pobres”, “miserables” o “segregados”.

Los horrores del lenguaje periodístico, que desgraciadamente se ha hecho también pandemia en el hablar de toda la población, lleva a los actores principales de la televisión chilena a reemplazar el sustantivo “problema” por el adjetivo “problemática”. Así como anteponer la expresión “en lo que es” a tal cual cosa o asunto. Como decir, por ejemplo, “nos encontramos en lo que es la comuna de Providencia, nos dirigimos “a lo que es” el barrio tal. Así como las avenidas suelen tildarse de “arterias” y otros modismos inspirados en la anatomía animal. 

Destaca también en el lenguaje comunicacional la errónea pronunciación de los términos extranjeros: ya no hay casi nadie que pronuncie como es debido le apellido Einstein o el nombre Cristián, los que suelen emitirse de forma literal o al decir del inglés. El barbarismo “super” ya prácticamente desplazó totalmente al adverbio “muy”… Por supuesto que aceptamos que el idioma debe ir variando sus formas, pero muy triste nos parece que los términos extranjeros hayan infectado nuestra bella lengua, así como bautizado nuestras tiendas, restoranes, alimentos criollos, tragos y otras especies culinarias. Palabras tan bellas o certeras como “recreo” o “fuerte”  ahora se reemplazan por breake o heavy (éstas sí que bien pronunciadas). Así como los mercados libres han pasado a llamarse duty free o las hipertiendas han variado a mall. 

Muy pavoroso nos resulta, además, la completa insolvencia de nuestros rostros televisivos en materia de geografía, historia, ni que decir en otras disciplinas del conocimiento. La forma, por ejemplo, que el trato periodístico le ha dado a potencias como China, Japón y Rusia, sin tener sospecha siquiera de su tamaño físico, poblacional o nivel educacional. Pareciera que las nuevas generaciones de periodistas y animadores piensan que solo deben responder por el conocimiento de lo sucedido después de que estos nacieron. De tal manera que sucesos como las últimas guerras mundiales, la desintegración de la Unión Soviética o los últimos conflictos de la Guerra Fría les parecen tan remotos como la civilización griega, egipcia o greco romana. Así como no son pocos los animadores de TV que reconocen sin dejo de vergüenza que nunca o muy accidentalmente han leído un libro o escuchado siquiera el nombre de los grandes compositores y artistas. Tanto que hasta se mofan o catalogan de “retro” o pedantes a los que leen y escuchan a los autores clásicos. 

Pero no sería extraño que estos comunicadores por su  ambición y ego pudieran convertirse en afamados políticos o hasta en jefes de estado, si tomamos en cuenta la terrible ignorancia que muestran Donald Trump, un Jair Bolsonaro o el mismísimo Sebastián Piñera, que nos tiene acostumbrados a sus vergonzosos fiascos a nivel mundial. Como aquel de creer que Robinson Crusoe era un personaje real y no de ficción o,  para responder a la hospitalidad alemana, transcribir una estrofa de su himno que fuera suprimida después del genocidio y el holocausto nazi.

Obligados a ver televisión todos los días, al menos algunos podemos escapar a ratos del deplorable desempeño de sus rostros al sintonizar algunos canales extranjeros. Apreciar, por ejemplo, el pulcro desempeño de la televisión europea en sus versiones en nuestro idioma o en sus principales lenguas cuando las entendemos. Darnos cuenta de cómo la propia televisión argentina, colombiana y venezolana nos dan “cancha, tiro y lado” en su diversidad informativa. Cuando los problemas de mundo y la región suelen ser tanto o más severos que el coronavirus. Ignorando que existen otras infecciones y aberraciones políticas y sociales que matan a diario mucho más que la epidemia de moda. Cuando hay cifras del cáncer, del hambre y otras pestes que siguen asolando a nuestras poblaciones. 

Temas acallados por nuestras estaciones de TV, radios y periódicos, poblados también de figuras imberbes intelectualmente, que acostumbran a despreciar a los analistas con más experiencia y cultura. Pese a que la solución para la salud del mundo seguramente pasará más por la revisión histórica, la conciencia ideológica y la rebelión de los oprimidos, que por el descubrimiento de una vacuna y de aquellos fármacos ya en experimentación que, de seguro, van a proponerse estimular las ganancias de los laboratorios más inescrupulosos, como de las potencias hegemónicas.

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