Juan Pablo Cárdenas S. | Sábado 21 de marzo 2020
La pandemia del coronavirus que ha golpeado severamente al mundo obligó a la suspensión de la protesta en Chile, a ese estallido social multitudinario que había alcanzado características de insurrección popular y tenía a muy maltraer al gobierno de Sebastián Piñera, cuanto al conjunto de la llamada clase política. Las organizaciones sociales movilizadas en todo el país decretaron responsablemente una tregua para acometer la emergencia sanitaria y sumarse a los esfuerzos para frenar la infección masiva.
La patriótica y solidaria actitud del pueblo le ha permitido a Piñera y a su gobierno encarar la epidemia y decretar el Estado de Catástrofe, por lo que hoy se puede apreciar en todo nuestro territorio la presencia de las FFAA en el control y ejecución de muchas acciones para mitigar la pandemia y, desde luego, garantizar el orden público. Cuando ya era evidente el fracaso al respecto de las policías.
A través de la televisión y los medios más masivos de comunicación, Piñera ahora dicta clases de epidemiología y de cuanto hay en materia de salud, además de permitirse criticar abiertamente a la generalidad de los gobernantes del mundo, los que a su juicio han sido incapaces de ser tan eficientes como él en el combate del virus. Su cotidiana y majadera intervención es emulada por una serie de políticos que buscan recuperar también su credibilidad a propósito de esta tragedia, con lo cual se omite el enorme y responsable ejemplo de disciplina del pueblo chileno cuando se lo ha llamado a cumplir con las cuarentenas y acciones de autocuidado.
De verdad, el gran mérito en la lucha contra el coronavirus es de esa gran cantidad de médicos, enfermeras y voluntarios que en todo el país cumplen intensa y discretamente con las tareas asistenciales. Colaborando con la atención a los infectados y la distribución de medicamentos y víveres para las poblaciones más pobres y vulnerables, especialmente si se trata de los niños y de la vejez desvalida. Meritorio ha sido el aporte también de profesores que han resuelto jornadas voluntarias para atender a los estudiantes que requieren de sus diarias viandas o del cuidado necesario para que sus padres puedan seguir trabajando en aquellas faenas que es indispensable darles continuidad.
Contrasta con esto la mezquina actitud de los grandes sectores patronales empeñados en amarrarle las manos a Piñera y sus ministros para que no impongan medidas que restrinjan el consumo de la población o decreten las condonaciones de deudas y pagos con la Banca y las empresas suministradoras de servicios básicos. Se ha denunciado que algunas entidades financieras, después de que el Banco Central dispuso una rebaja de las tasas de interés, han discurrido o encubierto operaciones para seguir percibiendo sus usureras comisiones. Por algo es que en el último año las utilidades de los bancos crecieron considerablemente, pese a la franca desaceleración de nuestra economía.
No han faltado, tampoco, las farmacias y otros agentes comerciales que se han valido del Coronavirus para especular con los precios de los medicamentos y otros productos esenciales para combatir la propagación del virus, incluso con aquellos que les son otorgados por el fisco para su oportuna y barata distribución. En este sentido, hemos podido comprobar la escandalosa reventa callejera de mascarillas, desinfectantes y analgésicos a vista y paciencia de aquellos policías a los que que nunca les ha temblado la mano para perseguir el comercio ambulante, ejercido por quienes realmente requieren encarar la cesantía, los sueldos o las pensiones más que miserables.
Lamentablemente, la crisis sanitaria llevó a la postergación del Plebiscito y el itinerario constitucional forzado por el Estallido Social de octubre pasado y aceptado a regañadientes por el Gobierno y el Parlamento. Ello le ha permitido volver a respirar tanto a Piñera como a una clase política que pasaban por los peores niveles de credibilidad y liderazgo. El mismo Jefe de Estado que se precipitó al seis por ciento de adhesión popular, ahora ha recuperado su particular engreimiento, declarando estar muy seguro de continuar sin nuevos contratiempos su gestión presidencial, luego de hallarse completamente arrinconado por el repudio nacional y el desprestigio a nivel mundial.
Sin embargo, las propias organizaciones sociales, gremios, federaciones estudiantiles y los chilenos en general predicen el retorno de las movilizaciones apenas la emergencia sanitaria sea controlada. Se estima que superada esta crisis volverá a cobrar plena vigencia la Agenda Social, así como el deseo de derribar el sistema previsional, ponerles fin a las administradoras privadas de salud y castigar la corrupción transversal de la política, entre tantas otras aspiraciones frustradas por los treinta años de posdictadura. Por más que un bochornoso ministro de Hacienda de la ex Concertación haya advertido que con el Coronavirus habría que hacerse a la idea de seguir posponiendo las demandas de justicia social, nueva Constitución y democracia. Augurando una segura recesión, a pesar de que él sabe muy bien de las inmensas reservas que el estado chileno tiene a resguardo en la banca foránea. Multimillonarios fondos que todos nuestros últimos gobiernos han preferido acrecentar antes que invertir en seguridad y paz social. Tanto como en reconstrucción, después de las habituales calamidades de nuestra telúrica geografía.
Muy posiblemente nuestra población civil y la del mundo entero sumen a sus demandas el imperativo moral de redireccionar los recursos del dispendioso y criminal gasto militar. Asumiendo que la guerra, el hambre y los pésimos sistemas de salud (como el de nuestro país) son los que siegan a diario más vidas humanas. Porque al mismo tiempo que lamentar la muerte de miles de seres humanos atacados en todos los continentes por el coronavirus, los medios de comunicación debieran consignar con tanta o más fuerza que centenares de miles de hombres, mujeres y niños han seguido falleciendo en los incesantes conflictos bélicos, a la espera de atención quirúrgica, por el hambre, otras enfermedades más letales que ésta o la acción del crimen organizado y el narcotráfico. Acontecimientos que casi no rozan las noticias del presente.
De todas maneras, creemos que el Chile que Despertó va a mantener firmemente sus convicciones durante todos los meses de tregua social que se nos avecinan. Fehacientemente, creemos que el pueblo no ha bajado la guardia y que la exagerada postergación del Plebiscito y de una convención constituyente negociada entre el Ejecutivo y los partidos políticos no le va a dar tiempo los enemigos de la democracia para sacudirse de su fracaso.
Por el contrario, ya el país puede comprobar los desaciertos de las autoridades ante la crisis sanitaria, cuanto comprobar la mezquindad de los recursos dispuestos para mitigar la pandemia. Haciéndose evidente que lo que más busca salvaguardar la Moneda es la continuidad del régimen político y económico que vivimos. Más que proteger vidas y servir a los derechos humanos. De otra manera no se entendería que el Gobierno haya entrado en abierta y pública contradicción con los esfuerzos de los alcaldes del país, ciertamente más cercanos y sensibles a la real situación del pueblo.