Juan Pablo Cárdenas S. | Domingo 10 de noviembre 2019
El fantasma del ex Dictador recorre los pasillos de La Moneda. Con gran acierto periodístico, la televisión alemana le ha brindado al mundo un reportaje audiovisual en que reproduce la declaración de guerra de Sebastián Piñera a la protesta social, casi en los mismos términos que lo hiciera Pinochet décadas atrás. La exposición de ambas imágenes es elocuente y habla de cómo el actual morador del Palacio Presidencial es hijo dilecto del Tirano que con idénticas palabras y recursos criminales manda a reprimir el clamor de justicia y equidad.
Es comprensible. Sebastián Piñera le debe a Pinochet la oportunidad de convertirse en un multimillonario durante esos fatídicos años de dictadura, así como en su hora final el ex gobernante de facto debe haberle agradecido muchos al actual mandatario por concurrir a Londres a visitarlo y abogar por su impunidad, cuando el Tribunal Internacional de la Haya pudo haberlo condenado ejemplarmente ante la historia por sus crímenes de lesa humanidad.
Qué duda cabe: Piñera es parte del legado de Pinochet, de su Constitución y régimen neoliberal, los cuales por fin tienen sus días contados. Hoy es la inmensa y sostenida rebelión popular la que le exige a la política una Asamblea Constituyente y el fin de los horrores cometidos por el capitalismo ultra despiadado. Advirtiéndole al mundo para que nunca más pueda imponerse un régimen económico de tantas iniquidades como el que adoptó el Régimen cívico militar y recibió el beneplácito de los gobiernos “democráticos” que le siguieron.
Al igual que su mentor, Piñera dice que está más “firme que nunca”; que nadie lo moverá de La Moneda hasta completar los años que le faltan a su administración. Sin embargo, los porfiados hechos nos indican que el estallido social no retrocede, que los chilenos no se conforman con las migajas que quieren darle las desesperadas iniciativas de un gobierno cuyos ministros de estado, parlamentarios y partidarios ya lo saben tambaleante. Por lo mismo que las contradicciones entre unos y otros se hacen todos los días evidentes, como que hace algunas horas el propio Piñera ha salido a implorar la lealtad de la centro derecha.
Recordamos que durante una protesta, el Dictador decidió mirar la encendida ciudad de Santiago desde un helicóptero. No nos consta, sin embargo, que su hijo dilecto haya hecho algo parecido en estos días de furia social. Como tampoco tenemos certeza de que siquiera observe a través de la televisión todo lo que sucede. Que siga lo que transmiten los canales que han sido tan obsecuentes con los gobiernos culpables de lo sucedido y que, por supuesto, viven a expensas de los grandes empresarios cuya voracidad y perversión moral en una de las principales responsables también de la grave crisis que vivimos.
Pero tampoco podríamos estar seguros de que Piñera sienta alguna compasión por el país y lo que se manifiesta en estas nuevas protestas. Que pueda abochornarse realmente de las miserables pensiones que condenan a los chilenos de la Tercera edad en sus últimos días y después de trabajar por 30 o 40 años. Que pudiera sensibilizarse sinceramente frente al miserable ingreso promedio de los trabajadores chilenos y que a todas luces no les alcanza para cubrir los gastos de primera necesidad de sus familias. Por lo mismo que un alza de apenas 30 pesos en la tarifa del metro pudo encender tanto dolor y a rabia contenidos.
Tampoco creemos que podría aquilatar el impacto que significa para los hogares chilenos que sus enfermos, sobre todo los niños y los ancianos, se mueran todos los días a la espera de entrar al pabellón de los hospitales o recibir los medicamentos necesarios. Porque para Piñera y sus semejantes, la salud es un servicio por el cual hay que pagar, y caro, al igual que con la educación y las viviendas básicas. Tal como se le eroga a las empresas privadas y extranjeras por el agua o por circular por las carreteras, cuyos valores se incrementan todos los años por encima del índice de precios al consumidor. Según lo que fue pactado vergonzosa y servilmente por los gobiernos y parlamentos de la posdictadura con los inversionistas extranjeros. Al concederles propiedad y privilegios que a ellos mismos ahora les causa rubor, cuando se enteran de la severa angustia de los pobres y de las graves carencias de la clase media. Porque sin mediar todavía ley o presión estatal alguna, ya prometen reajustar los salarios de sus empleados y cumplir con los deberes tributarios por largos años burlados.
No sabemos tampoco si Piñera es capaz de impresionarse por la cantidad de personas agredidas por la policía y los militares que sacó a la calle para otra vez enfrentarlos a su propio pueblo. Apreciar cómo hoy más de doscientos hombres y mujeres han quedado minusválidos a causa de los balines lanzados a quema ropa por las llamadas Fuerzas Especiales y que les han vaciado sus órbitas oculares. No sabemos si alguna vez como joven y estudiante este patético personaje recibió algún lumazo de los pacos, como los de ese niño golpeado brutalmente una vez detenido por dos “efectivos del orden y la seguridad”. O si será capaz de comprender lo que le puede significar a una joven adolescente recibir decenas de perdigones en sus piernas dentro de su propio establecimiento escolar. De parte, por supuesto, de otro desalmado policía a muy pocos metros de distancia.
No, por cierto que no. Piñera solo entiende de cifras macroeconómicas y sigue convencido que el mejor acicate para el crecimiento es que los ricos sean cada vez más ricos y la mano de obra sea cada vez más barata a objeto que nuestros productos de exportación sean “competitivos” en el mercado internacional. Para que, además, las oportunidades de nuestra geografía, yacimientos, bosques y mares atraigan más y más capitales a Chile, donde los dividendos de los “emprendedores” como suelen calificarse, no alcanzan nunca el bolsillo de los que trabajan o de los que se jubilaron después de 30 o 40 años de esfuerzo y frustradas esperanzas.
En razón de su enorme megalomanía, Piñera cree que va a contar siempre con el apoyo de los grandes empresarios y del gobierno de la Casa Blanca, a donde concurrió para ofrecerle la estrella de nuestro emblema nacional a Trump y prenderla a la bandera estadounidense. Se olvida que hasta hace muy pocos años, sus propios colegas de la clase empresarial chilena se avergonzaban de su codicia y descarada falta de probidad. Al parecer se ha olvidado de esa retahíla de artículos y columnas con que sus pares políticos lo fustigaban. Como esos lúcidos escritos de quien fuera su compañero de lista senatorial, el reaccionario periodista Hermógenes Pérez de Arce. O su propio hermano, el economista ultraneoliberal que ahora teme que su sistema previsional corra peligro.
Rodeado de colaboradores abyectos y desvergonzados, Piñera se propone permanecer en el gobierno, cuando las cifras de las encuestas indican que su popularidad ya bajó de los dos dígitos. Cuando sus expresiones son refutadas por los jefes militares que se suponen de su confianza y se sabe que el Presidente de la Corte Suprema y el Contralor General de la República (además de los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados) han repudiado su errática iniciativa de convocar al Consejo de Seguridad Nacional, como si el país estuviera bajo peligro a causa de un enemigo externo.
A esta altura ya no sabemos si comparar a Piñera con Pinochet sea igualmente lesivo para ambos, especialmente para este último aunque a todas luces se ha convertido en su émulo. Pero lo que tenemos claro es que, como a aquél, a este otro solo puede tumbarlo el pueblo y su activa protesta. Con la diferencia de que el actual usurpador de La Moneda ya no está en condiciones de negociar su salida y, menos, imponer su legado. Porque si algo tenemos muy claro es que si se propusiera negociar su salida con el Parlamento, los partidos y los poderosos gremios empresariales, de seguro que los arrastraría a todos por su mismo despeñadero. Si tomamos en cuenta que sus niveles de desprestigio verdaderamente los comparte con todos ellos.
Es hora de que el pueblo no busque salvadores. Que sean los millones de chilenos movilizados los que lo encaren y arrojen de La Moneda. Que por ningún motivo, les endosemos nuestros derechos y obligaciones ciudadana a los oportunistas del momento, que ya ofrecen sus servicios de intermediarios. Porque ya sabemos lo que ocurre cuando se negocia el futuro a espaldas de los ciudadanos. Sin Asamblea Constituyente, por ejemplo, la que debe constituirse en el primer paso para recuperar la dignidad nacional avasallada.